Opinión

El PSOE del Judenrat

Hace apenas una semana que José María Múgica, el hijo de José María Múgica –dirigente del PSOE asesinado por ETA en 1996– decidió abandonar la militancia socialista. El vasco lo hizo a través de una misiva manuscrita dirigida a Mikel Durán donde dejaba bien claro que no aprobaba que «a la vista de todos» Idoia Mendia estaba cocinando una cena de Nochebuena con Arnaldo Otegi. «No en mi nombre», concluía la citada nota, siendo consciente Múgica de que abandonar las filas del PSOE le liberaba de tener que pedir «perdón». No es el primer Múgica que se aparta de los socialistas, muchos años antes que él lo hizo su hermano Rubén Múgica. Éste pasó a ser militante de  UPyD, una formación política liderada por Rosa Díez que, de no haber desaparecido, hubiera arrasado al actual PSOE en el Congreso de los Diputados.

Hace seis años, Múgica calificaba a Media como “una OPA
de Bildu, pero a lo bestia”. Más tarde, en 2016 la secretaria general del PSE-EE defendía el valor democrático de la antigua Herri Batasuna al matizar que “el progreso en el País Vasco pasaba por el eje Bildu, Podemos y
PSE”. En los mítines de a formación magenta y en las concentraciones
del Basta Ya, los Múgica ya explicaban como nadie el fenómeno
político-lascivo surgido entre el PSE y Bildu en la región vasca, así como la necesidad de los socialistas de seguir viviendo del clientelismo
batasuno.

Desde mi punto de vista, algo similar a lo que ocurría con los judíos malos
del Judenrat en la Alemania nazi de los años 30. Un colectivo decidido a traicionar a amigos a cambio de protección, prebendas, estatus y garantías para ser prominente. De la misma forma se ha comportado cuando ha levantado la copa de Txacolí y ha presumido de la turgencia del bacalao al pil-pil junto a Otegi. No le habían robado una foto inconveniente, sino que posaba erguida y radiante junto a etarra en un moderno bistro. Una foto inadecuada que se da 17 años después de los cinco tiros de los subordinados de Otegi que asesinaron al profesor de Penal en Deusto de Mendía, José Mari Lidón en su garaje de Algorta frente a la mirada de su mujer y su hijo.

Primero fue Jesús Eguiguren, más tarde Patxi López y ahora Mendia, quien asume las principales reivindicaciones de ETA: la situación de sus reclusos condenados y la homologación humana de los asesinos de Isaías Carrasco, Fernando Múgica, Joseba Pagaza, Fernando Buesa, y Juan María Jauregui con el fin de maridar el concubinato político entre HB y el PSE. Mendia no es la oveja descarriada de Sánchez, es la avanzadilla estratégica y pactista de un Gobierno socialista que salió a defender la escena pornográfica protagonizada por Otegi, la secretaria general del PSE, y Ortuzar con la opresión del Estado español rebasándole por encima del quinto agujero del cinturón porque la permanencia del líder socialista en Moncloa
dependerá, como en junio de 2016, del beneplácito de filoetarras
y separatistas en las próximas elecciones generales.

Veinticuatro horas después del ágape, Sánchez salía a declarar públicamente en rueda de prensa que “la fotografía de Mendía era lo normal en estas fechas entre líderes políticos” equiparando la legitimidad
democrática y la naturaleza humana del etarra inhabilitado como
político por el Tribunal Supremo (TS) con los 40 políticos y el resto de
las más de 800 personas exterminadas por la banda terrorista en las
últimas cuatro décadas gracias a la generosidad y el espíritu de
sacrificio de Sánchez, López, Mendia y Eguiguren, quienes
pudiendo ser dirigentes batasunos, pero optaron por seguir en el
PSOE.