Opinión

Presidente a segunda vuelta y el fortalecimiento de la democracia

El valor de una democracia se mide según el poder moral de sus instituciones, y la elección directa de un presidente engrandece la figura del mismo. El sistema electoral francés fortalece el poder de sus instituciones, y esto optimiza el poder de su Estado; algo similar a lo que ocurre en Estados Unidos.

Esta semana, los franceses apostaron por los dos candidatos a la presidencia que más les convencían, a través de sus votos. Estas elecciones, a diferencia de lo que ocurre en España, se realizaron por votación directa, con circunscripción nacional y, lo más importante, donde un voto de Lyon vale lo mismo que uno de París.

Uno de los grandes problemas de nuestro sistema es que nuestra ley electoral no es nítida en lo que a la separación de poderes se refiere, y esto debilita la fuerza de nuestra democracia. En España, nuestra votación se hace a un parlamento (poder legislativo), órgano que otorgará la confianza a un presidente de gobierno (poder ejecutivo). Al no ser votación directa sino a una lista del partido, es la cúpula directiva de éste la que conformará la misma y decidirá quién accede a los principales cargos, recayendo un poder casi absoluto en los líderes del partido.

Otro de los problemas de la configuración democrática española es que el poder legislativo, cuna del debate político y de ideas, cae en el electoralismo y oportunismo político, intoxicando con ello el poder ejecutivo. El presidente del gobierno emana de las cortes, si tiene la mayoría. Esto hace que los partidos políticos sientan la figura del presidente con más tintes electorales que institucionales, hasta el punto de expresarlo en un autobús (como el tramabús), sin respetar que este presidente es el de todos los españoles. La elección directa del poder ejecutivo, en países como Estados Unidos o Francia, hace que su presidente, además de representar a todos los ciudadanos, se encuentre por encima del debate electoralista.

La segunda vuelta en Francia presenta grandes ventajas; por ejemplo, que ahora la ciudadanía cuenta con dos semanas para refrendar a uno u otro candidato. De este modo, se evitan los “pactos de oficina” que tantas veces merman el poder de decisión de la ciudadanía, en beneficio del partido. Otra de las ventajas es el entendimiento: Macron y Le Pen cuentan con dos semanas para convencer al electorado que no les votó en primera vuelta. Por ello, “el pacto social” y el programa político de cada uno de ellos ha de abrirse a otras formaciones para alcanzar sus apoyos.

La elección directa del presidente fortalece la capacidad de decisión de la ciudadanía, su confianza en las instituciones, y en el propio poder ejecutivo, permitiendo que un joven líder de 39 años, con un partido recién formado, termine siendo presidente de la república francesa. El sistema electoral español hace que esto sea prácticamente impensable, porque la circunscripción es provincial; porque se vota por un partido y no por un líder, y porque los votos de Madrid no tienen el mismo valor que los de Santander.

¿Qué hacen nuestras fuerzas políticas para fortalecer la democracia? ¿Qué hacen nuestros líderes para mejorar nuestras instituciones? Mientras el debate político español siga estando a la altura del “tramabús”, y no tengamos un poder político que realmente aporte ideas para construir país, ¿qué podemos esperar?