Un aguafiestas
José María Aznar ha decidido escribir un epílogo abrupto y precipitado a su constante crónica de desencuentros con Mariano Rajoy. El momento elegido ha sido inoportuno, justo el día en el que el PP, en pleno esfuerzo por asentar su escuálida gobernabilidad, ha avanzado los próximos estatutos para el congreso nacional de febrero. El hombre que fue padre, hijo y espíritu santo para los populares ejecuta así el divorcio para quedarse en FAES, esa fábrica de pensamiento —ahora independiente por obligación— que ha dejado de glosar los cuadernos azules y los folios en blanco de Génova 13. La santísima trinidad del pasado Partido Popular toma cuerpo en un “simple militante”. Un militante, eso sí, cuya hoja de servicio aún haría cuadrarse a gran parte de la derecha política de este país: 38 años en su partido de referencia, 14 como presidente nacional de la formación y 8 al frente del Ejecutivo. En una España parlamentaria que ya no existe, cuando los líderes de la nueva política todavía cursaban el año anterior a preescolar, el transatlántico del PP nunca pudo tanto como cuando lo tripuló Aznar. Una verdad histórica innegable que, sin embargo, a veces lo ha llevado a actuar de un modo egoísta, pensando más en sus sensaciones particulares que en el bien general del partido.
Esta última iniciativa ha sido recibida con rechazo por numerosos componentes de la formación. Aznaristas y no aznaristas no entienden una determinación tan visceral justo ahora, cuando la nación se juega su futuro y cualquier apoyo interno es siempre necesario. Lo cierto es que Aznar nunca ha tenido remilgos a la hora de atacar el modus operandi de Mariano Rajoy, ni siquiera a pesar de sus tres victorias electorales consecutivas. Las críticas han ido desde las medidas económicas a la relación del PP con la Cataluña independentista. Esta última cuestión lo ha llevado a enfrentarse, a través de FAES, con la vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría. De manera inevitable, esta renuncia protagonizará el próximo congreso nacional y marcará su agenda. Allí, la ausencia de Aznar —la primera desde 1979— se convertirá en presencia, ya que, por mucho que se vaya, no dejará de estar por ahora. Eso lo sabe la actual dirección del Partido Popular, que deberá reflexionar sobre el nuevo rumbo de una formación a medio camino entre lo que fue y lo que, aún ostentando el poder, deberá ser para no perder protagonismo en el futuro de España.
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