Opinión

PNV: la punta de la corrupción

  • Graciano Palomo
  • Periodista y escritor con más de 40 años de experiencia. Especializado en la Transición y el centro derecha español. Fui jefe de Información Política en la agencia EFE. Escribo sobre política nacional

El Partido Nacionalista Vasco decidió decapitar a Mariano Rajoy cuando la sentencia Gürtel (parte I) a instancias y exigencias del lehendakari Urkullu, aduciendo éste que el impacto de la corrupción pepera era insoportable. Lo era y lo es.

Casi cuatro años después de aquello, el Tribunal Supremo ha confirmado las penas por corrupción a tres destacados dirigentes del PNV, Alfredo de Miguel Aguirre, Luis Felipe Ochandiano y Carlos Aitor Tellería, a penas de prisión hasta los 12 años. Todos ellos eran personas de la máxima confianza del entonces presidente del partido, que no era otro que el actual lehendakari Iñigo Urkullu. Lo ético, congruente con postulados de limpieza democrática y política, ¿sería que Urkullu se pusiera una moción de censura a sí mismo para desalojar Ajuria Enea? El modus operandi de los condenados nacionalistas vascos es calcado del método Bárcenas, sin ir más lejos. Desde el Gobierno vasco os damos concesiones ad hoc y luego nos pasáis la mordida mediante facturas ficticias.

Es el mayor caso de corrupción conocido y sentenciado, lo cual no quiere decir que sea el único. Fuentes del PNV de antaño han relatado otros casos similares de mordidas con destino a las abultadas arcas del nacionalismo moderado (sic) euskaldun. Sucede que ningún medio de aquella comunidad se atrevía en tiempos de Arzalluz y posteriores a sacar el detritus a la luz, so pena de ser estigmatizado y muerto… civilmente. Una condena como la sufrida por los amigos de Urkullu no es algo menor y baladí. Sin embargo, no ha merecido, of course, horas y horas de televisión nacional y mucho menos un suelto en los medios férreamente controlados por ese nacionalismo.

Dicen que Rajoy al conocer la sentencia contra el partido que le mandó al averno se limitó a sonreír irónicamente, pedir una copa y gritar aquello tan socorrido de ¡viva el vino!