Opinión

La pinza Sánchez-Díaz no es ninguna broma

Motivos para censurar, botar e incluso enjuiciar a Pedro Sánchez hay miles. Infinitamente más de los que enumeró un Ramón Tamames que me inspiró una mezcla de ternura y pena en un Congreso de los Diputados en el que, a juzgar por su rictus, no sabía muy bien qué hacía. Tal vez es que no reparó en el lío en el que se había metido hasta que se sentó en el escaño de Santiago Abascal. Un político de la Transición como él se debe sentir en la actual Carrera de San Jerónimo cual marciano recién llegado a la tierra. Entre otras elementales razones, porque el nivel de su época era el de catedráticos —como es su caso—, técnicos comerciales del Estado —ahí repite el protagonista de la semana, también es Teco— diplomáticos, abogados del Estado, letrados a secas pero de postín, arquitectos, médicos, filósofos, ingenieros y un ilustrísimo etcétera. Ahora lo que se estila son los niñatos que no han hecho otra cosa en su vida, los diputados en camiseta y zapatillas, en resumidas cuentas, gentes sin oficio ni beneficio, que no han hecho nada de provecho.

La moción de censura degeneró en una cuestión de confianza a un Pedro Sánchez que estaba contra las cuerdas por sus mil y una cacicadas, por los indultos, por sus pactos con ETA, por la derogación de la sedición, por la cuasilegalización de la malversación y por la puesta en libertad de 750 violadores, abusadores y pederastas. Sobra decir que el autócrata sacó adelante el envite recuperando un oxígeno del que carecía antes del martes. No sólo eso: en una jugada maquiavélicamente maestra aprovechó la ocasión, la extraordinaria expectación suscitada, para lanzar la candidatura de Yolanda Díaz.

Mató varios pájaros de un tiro. Para empezar, se cargó de facto a sus incómodos socios de Gobierno podemitas, a esas «locas» a las que se refirió muy gráficamente el presidente de Vox, y lo hizo alzaprimando a una Yolanda Díaz que se encuentra en tierra de nadie a la espera de presentar su candidatura a la Presidencia del Gobierno con una de momento inexistente o, como mínimo, virtual plataforma llamada Sumar. Su segundo objetivo, suavizar su imagen, mermada tras caminar cinco años de la manita de ETA, ERC y Podemos, podría estar bien encaminado. No es lo mismo tener de aliados gubernamentales al delincuente Iglesias, a la liberavioladores Montero o a la filobatasuna Belarra que a una Yolanda Díaz cuya imagen es diez veces mejor que la de los tres anteriores. Lo cual, dicho sea de paso, tampoco es extremadamente difícil.

Pedro Sánchez aprovechó la moción de censura, la extraordinaria expectación suscitada, para lanzar la candidatura de Yolanda Díaz

No sería de extrañar que el siguiente hito de la hoja de ruta del obseso del Falcon pase por expulsar del Consejo de Ministros a la Brunete podemita y que lo haga coincidiendo con el inicio el 1 de junio de la Presidencia de turno de la Unión Europea que corresponde a España. En Sánchez es todo mentira, lo cual no quita para que pueda colar entre la ciudadanía la imagen de un líder centrado y con proyección internacional, peores cosas se han visto por estos pagos. Algo para lo cual es imprescindible triturar a los psicopáticos podemitas y sustituirlos por una Yolanda Díaz que atesora un talante mucho más conciliador. No hay más que repasar las encuestas para determinar que su percepción entre la ciudadanía es razonablemente buena.

La vicepresidenta segunda del Gobierno, a la que en su enésimo lapsus Patxi López ascendió a «presidenta segunda», se ha opuesto sistemáticamente a la persecución de periodistas que emprendió el coletudo y multimillonario Pablo Iglesias. Sus relaciones con sus antagonistas ideológicos son siempre exquisitas en lo personal, desde la cúpula de la CEOE hasta el PP, pasando por profesionales de la información como un servidor que se encuentra en sus antípodas.

La gran duda es qué Yolanda Díaz es verdad. Si la actual, que habla un lenguaje perfectamente encuadrable en la socialdemocracia, la que forjó una contrarreforma laboral que en un 95% es idéntica a la reforma del PP en 2012 —la madre del cordero, los días por despido, no se ha tocado—, o la que pide topar precios y alaba compulsivamente a toda suerte de dictadores comunistas, a cual más sanguinario.

A la muerte de Fidel Castro, se deshizo en loas al asesino de cientos de miles de cubanos, al tipo que instauró una de las más terribles tiranías del planeta, al enemigo no sólo de disidentes políticos sino también de gays, feministas y católicos: «Fue uno de los imprescindibles del siglo XX. Un revolucionario. Con él caminan y caminarán los pueblos». Hugo Chávez no le fue a la zaga en criminalidad ni en narcotráfico al sátrapa cubano. Lo cual no obstó para que Yolandísima enalteciera su figura: «Reconocemos en él al más digno libertador, ha retomado el sueño de la unidad de los pueblos de América Latina». Sobre el golpista Pedro Castillo tampoco anduvo escasa en elogios: «Su llegada es una brizna de esperanza para Perú y América Latina, una oportunidad para la democracia».

La duda es qué Yolanda Díaz es verdad. Si la aparentemente moderada o la que alaba compulsivamente a toda suerte de dictadores comunistas

¿Es Yolandísima Miss Jekyll o la doctora Hyde? Lo digo porque hace escasamente dos años tildó de «mágico» e «inagotable» El Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Fue durante la conmemoración del centenario del Partido Comunista de España. Conviene no olvidar que esta ideología es responsable de la muerte de 100 millones de personas con Stalin como siniestro símbolo y que el PCE es el mismo de las sacas, los paseíllos, las violaciones de monjas y curas, la quema de iglesias o los 10.000 ejecutados en Paracuellos.

Sea como fuere, estamos ante un ejercicio de funambulismo marketiniano que les puede salir bien a sus dos instigadores: nuestra protagonista y Sánchez. Una encuesta de diciembre de El País mostraba la potencia de fuego que tendría Sumar de la mano de Yolanda Díaz si subsumiera a toda la extrema izquierda, desde Podemos hasta IU, pasando por Los Comunes de Colau y Más País de Errejón. Por muy manipulado que estuviera el sondeo, lo habitual en Casa Prisa, la lectura no es desdeñable: con la vicepresidenta segunda pegarían un subidón que los aproximaría a los 71 escaños que se anotó Iglesias en 2016 con las llamadas confluencias. Unos guarismos que, unidos a los noventa y muchos del PSOE, dejaría a Sánchez con serias posibilidades de retener La Moncloa de la mano de etarras y golpistas catalanes. Y no quiero ni pensar lo que sucedería si Yolanda y sus socios acudieran a las urnas en una coalición preelectoral con el PSOE. En fin, que a pesar de todas las tropelías de Sánchez y cía, aún puede haber partido. Y, mientras tanto, la derecha a farolazos, haciendo las delicias del sátrapa.