Opinión

¿Pero no eran herederos del mayo del 68?

La política española es un baile de disfraces, y un carrusel absurdo. Como ya solo vale el power, los decálogos de los valores políticos son un cachondeo. ¡Que más dará ponerse una camiseta que otra de un partido!, porque lo importante es colocar a la cuadrilla en los cargos, y los domingos del aperitivo mitinero tener un montón de aplaudidores de la nada. Y en estas estábamos cuando el partido principal que sostiene al Gobierno de España va a facilitar una normativa que limite la libertad de expresión. Los que éramos niños en la famosa primavera parisina de 1968, siempre anhelamos haber vivido esa ilusión que hablaba que debajo de los adoquines se encontraba el mar, y que la imaginación iba a asaltar el poder.

No hay debajo del suelo otra cosa que aguas cenagosas y conductos fecales. Y con la madurez, lamentablemente comprobamos que el único imaginario que golpea el BOE es de la calentura febril de los que cogen la puerta del coche oficial. Qué pena da todo esto, en especial para todos los corifeos henchidos del marchamo progresista y que jalean que se pueda censurar la prensa libre.

Dani el Rojo y Sartre hoy se dedicarían al reguetón para no tener que tocar las palmas de este triste fandango. La sociedad civil que iba a derramarse por encima de las convenciones y las instituciones caducas, una de las ideas fuerza del mayo estudiantil, es actualmente una caricatura que se moldea a golpe de telediario y de paguitas. Que se pongan en fila todos los intelectuales y canten La Marsellesa todos juntos en las escalinatas de Moncloa.

Solo haber planteado la cuestión, y que no se haya alarmado el conjunto de pensadores y opinadores de este país resulta chocante. Algunos parecen olvidar que existe la Constitución, que hay Tribunales de Justicia independientes, y que cuando se utiliza ilícitamente el derecho de información se puede perseguir civil o penalmente.

Enunciar y proclamar como un acierto de la democracia por los legatarios presuntos del 68 una andanada contra la prensa crítica, nos hace perder la fe en la política como la hemos conocido hasta la fecha. Maquiavelo era un aprendiz y la inteligencia artificial no nos puede salvar, salvo que creamos en las utopías totalitarias que empiezan a no ser una profecía. El hombre unidimensional de Marcuse ha sido sustituido por el pelele votante. O como le cantaba Aute a Sabina, «amigo de causas perdidas, desde aquel mayo de París». La nuestra, sin duda.