La penuria que causan las restricciones
De manera reiterada he insistido en que las medidas restrictivas adoptadas iban a suponer un problema económico mayor que el sanitario derivado del coronavirus, porque se iba a empobrecer a la población, de tal manera que la ruina económica terminaría por provocar una situación social insostenible, con efectos también sobre la salud y la mortalidad.
Es obvio que es difícil tomar una decisión que evite las restricciones cuando hay un problema sanitario como el que tenemos, pero los gobernantes y los dirigentes públicos tienen que pensar en términos agregados y analizar cuáles son las ventajas e inconvenientes de adoptar una decisión u otra. Si las restricciones garantizasen que la situación sanitaria fuese a mejorar y que, con ello, se evitasen los fallecimientos, sería una opción razonable, pero es que no es así: en España es donde más duras han sido y son las restricciones y donde ha habido más contagios y más muertes por la enfermedad.
Sin embargo, lo que sí que está provocando es una caída de la economía que puede llegar a ser muy profunda con tanta incorporación de nuevas restricciones, con la sombra del riesgo de un nuevo encierro domiciliario, que no lo resistiría la economía -ninguna, pero menos que otras, la española-.
Más allá de las cifras que aparecen reflejadas en cada estadística, que son demoledoras, lo dramático es lo que esconden esos números, que no es más que el efecto individual sobre cada agente económico, especialmente ruinoso para el comercio, la hostelería y el turismo.
Es muy fácil que un político salga diciendo que él va a hacer todo lo necesario por salvar vidas, como justificación a sus restricciones. Si fuese verdad que salvase vidas con ello, al arrogarse ese logro, también debería asumir que con su decisión está sumiendo en la ruina a cientos de miles de familias, al maltratar a unos sectores que aportan mucho a la economía española, que generan mucho empleo y de los que, por tanto, dependen muchas familias. Además, como he dicho, los datos demuestran que las restricciones no tienen un impacto reseñable positivo en la sanidad, pero sí muy negativo en la economía.
Hablan los políticos de sectores esenciales y no esenciales. ¿No es esencial el poder alimentar a una familia? Eso es lo que no le están dejando hacer a una persona que trabaje en un hotel, por ejemplo, o en un restaurante. Los hoteles ya no saben ni cuándo reabrirán -algunos valientes lo han hecho en medio de una incertidumbre total- y los restaurantes, bares y cafeterías sufren cada semana la zozobra de los nuevos impedimentos que les imponen, desde el adelanto de la hora de cierre a la limitación del espacio de su establecimiento que pueden utilizar.
Mientras, los políticos dicen que van a invertir los fondos europeos en potenciar los sectores de I+D+i, lo cual está muy bien, pero no soluciona el problema de las personas de la hostelería, el comercio o el turismo, que no es otro que mantener a sus familias. Tenemos una estructura económica que, posiblemente, no es tan avanzada tecnológicamente como nos gustaría, cierto, lo cual hay que intentar corregir, pero no a costa de arruinar a una parte muy importante de nuestro tejido productivo. Tenemos la que, probablemente, es la mejor red de infraestructuras turísticas, con un amplio acompañamiento de comercios, restaurantes y cafeterías. Es una fortaleza de nuestra economía, de la que no tenemos que avergonzarnos -aunque lo haya hecho en el pasado el ministro de Consumo, al minusvalorarla- y que, además, no se puede cambiar de la noche a la mañana. Si la paralizamos, si le quitamos su potencial, la economía española languidecerá durante lustros, con elevados niveles de desempleo.
Cada vez que se pide que no se salga de casa, que no se vaya a comer o a cenar fuera de ella, que no se vaya de compras, muchas personas de esos sectores inician su camino al desempleo. Yo he podido comprobar este fin de semana cómo un restaurante con cincuenta años de historia ha dejado de ofrecer cenas debido a las nuevas restricciones horarias; he visto cómo otra cadena de restaurantes ha enviado parcialmente a un ERTE a sus empleados, porque, en caso contrario, el negocio no resiste; y a otro restaurante con solera cómo resiste abierto con todas sus fuerzas al límite de sus posibilidades. Sólo entre esos tres restaurantes estamos hablando de varios cientos de personas las que ven peligrar su puesto de trabajo, su empresa, su propiedad, mientras cada semana, en cada boletín oficial, van rematando su actividad. A este paso, el presente año, 2021, va a ser dramático, todavía peor que el anterior, especialmente en materia de cierre de empresas y de desempleo. Es el desastre al que nos llevan los actuales gestores políticos.
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