Por una Palma libre y limpia
Hace unos días, Arcadi Espada, en su columna habitual en EL MUNDO, definía a Madrid por la libertad, por el orden, la claridad y la belleza. Y, sobre todo, por la voluntad de sus habitantes de exigirlos. Algo, por otra parte, obvio como se comprobó durante la pandemia y para quien visita, de vez en cuando, la capital de España.
Inmediatamente le asalta a uno la comparativa con la ciudad en que habita, Palma de Mallorca. Ésta no brilla, precisamente, por la libertad que disfruta el ciudadano. Se vio en los encierros y demás avatares de la pandemia, secundados por Armengol en su arrobamiento hacia Sánchez -aunque Ella, presuntamente, se los saltó a la torera- y se verifica a diario. Esta izquierda que nos gobierna, de modo tan sectario, está empeñada en dirigir nuestras vidas en todo. Impone su modelo de vida sin importarle la libertad de cada cual para decidir su destino. No respeta derecho alguno ni moralidad que valga. Sólo prima su ideología frentista, nada progresista, por cierto.
Sin embargo, lo que más llama la atención, en mi opinión, es que la ciudadanía de Palma exhibe -hablo en general- una muy débil voluntad de exigir a quienes gestionan los asuntos de la ciudad el respeto y la tutela de su libertad y sus derechos. No se distingue por ofrecer demasiada resistencia. Muy al contrario, quienes convivimos en Palma solemos comportarnos con sumisa complicidad. Lo cierto es que, entre los rescoldos de la dictadura -todavía nos gusta que nos manden- y el desastre del sistema educativo que hemos venido soportando, los ciudadanos de Palma solemos actuar mayoritariamente -se habla de un 77%- con ausencia de pensamiento crítico, con un cómodo seguimiento de una supuesta mayoría, con una cierta vocación de rebaño. Si no sabemos estimar nuestra libertad, y, en consecuencia, no sabemos defenderla ante todo, tenemos un problema grave.
No me invento nada. Es fácilmente detectable. Son muchos los que proclaman en todos los ambientes y medios una paradisiaca situación que, ni por asomo, se corresponde con la realidad. Vivimos, al decir de esta izquierda mentirosa y manipuladora, en el mejor de los mundos posibles. Pero, la verdad es que hay que ser muy negados para la crítica, o previamente haber hecho dejación total de la más mínima observación de lo que ocurre en la calle, para aceptar, a veces hasta con entusiasmo, el buenismo que se predica como lo políticamente correcto. ¡Vaya engañifa que nos tragamos!
Un ejemplo preclaro de semejante tomadura de pelo, que venimos padeciendo a lo largo de dos legislaturas, es el escandaloso abandono en la gestión de nuestra ciudad. Se mire por donde se mire. Vayas por donde vayas. Da igual. Compruebas las muchas promesas incumplidas y adviertes la incapacidad absoluta para prestar con eficacia los servicios más básicos. Esta es la vergonzosa realidad de Palma. Da la impresión que el alcalde, incapaz de dirigir, con cierta eficacia, servicios básicos como el de la policía, el transporte público o la limpieza, se ha pasado el tiempo contando árboles.
Somos, como se ha repetido hasta la saciedad, una ciudad sin ley. Palma está sucia, descuidada, es una urbe insegura. El ciudadano de Palma se siente desamparado, olvidado, abandonado a su suerte y hasta traicionado. Un auténtico caos se ha instalado en el Ayuntamiento. Todos lo venimos padeciendo por ínfima que sea la relación con su Ayuntamiento. La ciudad «da miedo. Es imposible caminar por Ciutat sin esquivar escombros, trastos tirados en cualquier parte, cartones. Colillas, excrementos de perro… Los contenedores de basura están a menudo a rebosar, principalmente en los barrios más humildes, y la sensación de abandono es absoluta» (Montes de Oca). La perla del Mediterráneo está convertida, merced a la dejadez e incompetencia de su alcalde, Sr. Hila, en un estercolero. ¿No le da vergüenza?
No queremos, Sr. Hila, ser cómplices por más tiempo del trato recibido. Lo sentimos, pero muchos, de la derecha y de la izquierda, la inmensa mayoría de los ciudadanos de Palma, queremos y debemos desenmascararlo y oponerle toda la resistencia que nos sea posible. Palma no se merece un alcalde tan incompetente e incapaz para gestionar la ciudad. Usted sabe que, hasta no hace mucho, incluso los suyos lo hacían culpable de la posible pérdida de un gobierno progresista. ¿Qué ha pasado para este cambio? Simplemente que los enfrentamientos internos -Armengol/Calvo- le han favorecido. ¡Vaya respeto del partido socialista al ciudadano de Palma!
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