Opinión

Operación Tarradellas bis

Algunos colegas, no todos catalanes, están desbrozando en estos días los pormenores de una supuesta Operación Tarradellas bis que, si es verdad, que no lo parece del todo, es la que está montando Salvador Illa con la ayuda inestimable de su socio de Gobierno, Esquerra Republicana de Cataluña. Escribo «socio de Gobierno» y escribo bien porque, aunque es cierto que ERC no ha aterrizado en el Ejecutivo de la Generalidad con ningún futbolista propio, sí ha colocado en toda la Administración a cientos de militantes que se habían quedado sin nada que llevarse a la buchaca. La Operación resulta de entrada un invento, pero se está manejando con ciertos visos de verosimilitud porque a los contrayentes del ingenio, los citados Illa y ERC, les viene de perillas que les resuciten como herederos del aquel hombre mayor, pero sumamente lúcido, que restauró la Administración civil catalana sin otro grito que aquel histórico: «Ja soc aquí».

Hasta aquí todo es comprensible, sobre todo por esto: porque parecen diseñadas desde Madrid por el lanzaroteño Sánchez las enormes fechorías que está ejecutando en las relaciones del viejo Principado con España. Hasta aquí -digo- vale, pero nada más. Verán: los colegas catalanes que están descubriendo la posibilidad de esa Operación acumulan un gran mérito, porque su calendario vital no pasaba hojas cuando existía Tarradellas. Y como sucede que de este veterano de muchas cárceles, cuatro que se recuerden, se están contando relatos lejanos a la realidad, sí podemos aportar en esta crónica algunos, cortos y pocos, pero auténticos.

Verán: cuando Tarradellas ya era ex presidente de la Generalidad porque Pujol había ganado en las primeras elecciones regionales, le dio por verse hasta con el Tato, simplemente para advertir de cómo «iba a ir la cosa». Textual. El hombre, de verdad, no paraba, no se estaba quieto, lo que molestaba cantidad a los nuevos convergentes llegados a la Plaza de San Jaime. En una ocasión, que este cronista recuerda como crucial en su trayectoria informativa, mi extraordinario amigo, Xavier Domingo, un liberal del Renacimiento (también por su desidia en el vestir, que era mucha) me espetó textualmente: «¿Te interesan tres cuartos de hora con Tarradellas?». Me faltaron minutos para contestarle afirmativamente, así que un martes de octubre y a la hora del aperitivo (el único que lo paladeaba era Xavier) nos fuimos a la casa que el Gobierno de Pujol le había colocado hasta que el anciano matrimonio desapareciera. De aquellos cuarenta y cinco minutos -ya lo he contado- se me quedaron dos expresiones de Tarradellas que he recordado todos estos años. La primera, ésta: «Cataluña sin España sería un hijo dramáticamente huérfano». Puede ser, pero de ello no tengo memoria segura, que añadiera algo así como esto: «…y España sin Cataluña se quedaría sin media historia». Puede ser esta coletilla que, desde luego, debe ser ampliada con otra certeza de la que sí tengo apunte cierto: Nos dijo Tarradellas a Domingo y a mí: «Pujol irá despacio, pero no en la dirección correcta».

Desde el comienzo de sus relaciones, los dos presidentes, el anterior y el nuevo, digamos que no se podían ni ver. Tarradellas, por viejo y desinhibido, lo proclamaba sin recato; en Pujol no había palabras, pero sí hechos. De forma que durante muchos años de reinado gubernamental en Cataluña, Pujol marchó exactamente por el camino contrario al que había confeccionado su predecesor. Una vez, Pujol nos invitó al Grupo Crónica en pleno a almorzar con él en sus dependencias del Palau. Comimos francamente mal porque Pujol en estas cosas gastronómicas era un desastre, un anfitrión del todo a cien, pero de allí salimos todo nosotros, once reporteros ávidos de titulares, con dos muy jugosos. Uno histórico, éste: «¡Fíjense si Cataluña será importante que tenemos un santo patrón que no ha existido». ¡Nada menos que Sant Jordi! Nos quedamos de piedra mientras contemplábamos la efigie de aquel presunto héroe, al lado, claro está, del dragón que le ha acompañado durante las mil batallas embusteras de siempre. El otro contrafuero de Pujol quiso marcar distancias con Tarradellas. Muy duro el reproche: «El no pretendía fer país, yo sí».

Verdaderamente, la confesión de Pujol obedecía exactamente a los planes de uno y otro. Y, claro, por volver a la realidad de ahora mismo: ¿Lo que pretenden los nuevos dueños de la Generalidad es fer país o disimular que lo están haciendo? En cualquier caso, lo siento por sus promotores, nada que ver con el restaurador de la Generalidad. Este nunca quiso envolver en celofán o disfrazar directamente sus propósitos, no había vuelto para llevar a Cataluña a la independencia. Los de ahora, diga lo que diga Illa, sí, lo van a intentar disimulando los fines. Por eso llamar a esta treta y objetivo Operación Tarradellas es, por lo menos, una falta de respeto al personaje del que se han apropiado -si se lo han apropiado- el apellido. Aquí, en la Cataluña que ha inaugurado Sánchez con sus amanuenses de turno, no existe ninguna estrategia, ni operación posible, para Sánchez, Cataluña es solo una necesidad personal, no hay más: la de continuar en el machito de la Moncloa con los siete votos de los segregacionistas. El resto le trae por una higa. Los colegas citados al principio de esta crónica lo están desvelando con extremado rigor. Una cosa es que un aeropuerto se denomine desde hace años «Tarradellas» y otra muy distinta es que estos piratas se queden, como pretenden, con el aeropuerto, o sea, las fronteras; ese es el mojón de la independencia. Ahora, todo este propósito lo revisten de «confederalidad»; mentira, eso ya se les queda corto. Mientras, los socios del lanzaroteño huido apuntan a la separación nacional, sea traumática o no, Sánchez y sus cuates (nada menos que el 30 por ciento del electorado, fíjense cómo está España) son más modestos: se conforman con seguir okupando el poder. Son unos golfos.