No es un corrupto, es un gánster
La primera impresión que me causó Pedro Sánchez cuando lo conocí fue la del arquetipo de hombre perfecto: simpático, educado, aparentemente carismático, siempre dispuesto a darte una palmadita en la espalda y encima guaperas. Ni una mala palabra ni, por aquel entonces, una mala acción. A primera vista pasaba por ser el novio que toda hija querría desposar y el yerno y el cuñado al que en la familia recibiríamos como Villar del Río a Mister Marshall. Transcurrieron los meses, se presentó a sus primeras elecciones, las de 2015, y se pegó un castañazo de aúpa con los peores resultados de la historia del Partido Socialista. Su primer récord. La cosa empeoró en las de 2016. Se negó a permitir la investidura del ganador de las elecciones, Mariano Rajoy, que le había metido la friolera de 52 escaños de ventaja.
Ya por aquel entonces dio muestras de ser cualquier cosa menos un tipo de fiar. Las dos goleadas que le había dedicado el pontevedrés de Santiago no constituyeron óbice ni impedimento alguno para que, con un par, el tipo intentase convertirse en presidente del Gobierno de la mano de quienes asesinaron a 856 españoles, 12 de ellos socialistas, de los independentistas catalanes y de ese delincuente llamado Pablo Iglesias al que él me ponía a parir en privado. El «no es no» nos permitió empezar a adivinar el ADN que se escondía tras la eterna sonrisa profidén y ese rostro picado por el acné juvenil. La forma en que derrotó en las primarias de 2017 a Susana Díaz, favorita del aparato y de todos los pronósticos, se antojó mosqueante. Pero, a la postre, nadie protestó infiriendo que siempre hay un outsider que llega por sorpresa a campeón de los pesos pesados de boxeo o un forrest gump de la vida que acaba convertido en héroe siquiera por accidente.
Las cosas se desarrollaron con normalidad hasta aquella moción de censura de 2018 basada en una morcilla sobre Gürtel que acabaría destapándose como lo que era: un acto prevaricador para justificar lo injustificable, que quien había perdido por 52 escaños de diferencia le robase La Moncloa a quien le había ganado por 52. Su investidura llegó acompañada, como suele ser habitual cuando gobiernan los socialistas, de los más rotundos parabienes de la clase periodística. Era el Gobierno más moderado, el mejor preparado y el que nos iba a salvar de siete años de caspa facha. Dio el pego durante algo menos de año y medio. Concretamente, hasta que tras las segundas generales de 2019 presentó por sorpresa el Gobierno de coalición con el mismito Pablo Iglesias que le provocaba escalofriantes pesadillas y al que terminó abrazando en una escena que certificó, de manera definitivamente incontrovertible, el cinismo del sujeto. No le dio un pico al sucio coletudo pero poco faltó.
Aquel abrazo con el delincuente podemita nos permitió concluir, más allá de toda duda razonable, que el pájaro había salido rana. Que era más malo que la quina. Que a psicópata no le ganaba nadie. Que carecía de cualquier principio ético y moral. Pero no fue hasta la pandemia cuando certificamos que, más que ante un autócrata en potencia, estábamos ante un psicópata con alma de dictador. Cerrar el Parlamento dio sencillamente miedo. Ni Winston Churchill lo hizo cuando la Luftwaffe alemana descargaba bombas sin piedad sobre Londres. Las restricciones a las libertades individuales durante el confinamiento, la saña que dispensaba a Madrid en general y a su presidenta en particular y esas declaraciones de un general de la Guardia Civil advirtiendo que perseguían disidentes en las redes sociales permitieron confirmar que estábamos ante un émulo de Nicolás Maduro.
Aquel abrazo con el delincuente podemita nos permitió concluir, más allá de toda duda razonable, que el pájaro había salido rana
La cátedra de la iletrada Begoña Gómez y el trifásico practicado al hermanísimo en la Diputación de Badajoz, casos destapados por OKDIARIO, nos llevaron a sospechar que las cosas eran infinitamente más peliagudas de lo que indiciariamente pensábamos. Que, además de un Maduro de la vida, nos enfrentábamos como mínimo ante un corrupto. Duro, blando o mediopensionista pero corrupto al fin y al cabo. Forzar una cátedra para tu mujer cuando ni siquiera es una simple licenciada y meter a tu hermano con calzador en un cargazo saltándote todos los procedimientos reglados sólo tiene un nombre: mangancia.
Pasaron los meses, la vida continuó como si tal cosa, y de repente todas las alarmas éticas empezaron a sonar con la detención de Koldo García, circunstancia que nadie, ni dentro ni fuera de Ferraz, había previsto. Para empezar porque, salvo para los muy cafeteros, el personaje era un auténtico desconocido. Ya nada volvería a ser igual. La apariencia virginal del Gobierno socialcomunista pasaba a mejor vida. El caso Ábalos y sus señoritas de compañía representaron un aperitivo al lado de la imputación de Begoña Gómez adelantada en primicia por este periódico. Aquel día se destapó la caja de todos los truenos. El presidente del Gobierno, cual niño consentido, se tomó cinco días de reflexión y amagó con dimitir. Una pose, otro embuste barato, teniendo en cuenta que al pájaro le mola más el poder que a Patxi López un lápiz.
La UCO, los héroes de nuestro tiempo, el periodismo libre y algunos jueces honrados hicieron el resto. Ya no habría día ni semana en los que no nos levantáramos con un escándalo que dejaba reducido a la condición de niños el anterior. Begoña acabó pentaimputada, David fue procesado y todos dedujimos que El Guapo, como le llamaban sarcásticamente en Ferraz, era un corrupto. El esbozo ético del presidente y su pandilla se transformó en contundente retrato cuando dos de los cuatro ocupantes del Peugeot 407 de las primarias, Koldo García y José Luis Ábalos, también terminaron inculpados.
Cuando considerábamos que lo habíamos visto todo, cuando las pocas personas buenas que aún quedan en Ferraz se las prometían muy felices, le llegó el turno catártico al sucesor de Ábalos en la Secretaría de Organización, escándalo avanzado también en primicia por nuestro equipo de investigación el 15 de mayo con un inequívoco titular: «Koldo grabó a Cerdán, número 3 del PSOE, hablando de comisiones». Nuestras sospechas acerca de la delictiva personalidad del presidente del Gobierno se acrecentaron pero no degeneraron en convicción absoluta hasta que ese mismo día supimos que Bego y él habían invitado a Moncloa al pájaro y a Paqui, su macarresca mujer. Si un medio te suelta en portada este pedazo de noticia lo normal es ser precavido, marcar distancias, no invitarle a cenar, salvo que le quieras dorar la píldora para que no cante La Traviata. El 10% de duda razonable que pudiera persistir en nuestro cerebro quedó resuelta cuando, apenas un mes después, se difundió urbi et orbi el informe de la UCO que retrataba al equipo de El Guapo como lo que es: una banda criminal.
Las revelaciones de Ábalos y su lugarteniente, Koldo García, en OKDIARIO han permitido encarrilar definitivamente la foto ética de Sánchez
Servinabar, Leire Díez en su doble condición de comisionista y fontanera, las mordidas con las mascarillas de la pandemia, José Luis Rodríguez Zapatero, Plus Ultra, la Sepi, la mano derecha de María Jesús Montero, el tal Vicente Fernández Guerrero, el amaño de concursos por doquier, el más que presunto pago de mordidas por parte de Acciona y ese trasiego de dinero en metálico más propio de narcos que de un partido en el poder en una democracia de calidad nos llevaron a colegir que estamos ante algo más que una panda de trincones. Que los corruptos constituían la regla y no la excepción. El ingreso en prisión de Cerdán, primero, y de Ábalos y Koldo, después, fue la puntilla a un presidente que se hacía el loco con sus tres compañeros de Peugeot 407. Ahora eran ciudadanos «desconocidos» o «anecdóticos» cuando antes eran «Súper Santos» o «el último aizkolari socialista» y ponía la mano en el fuego por todos ellos.
Las revelaciones de Ábalos y su lugarteniente, Koldo García, en OKDIARIO han permitido encarrilar definitivamente la foto ética del capo di tutti capi. Hace falta ser un amoral de tres pares de narices para consentir que entre dinero de la prostitución en tu campaña de las primarias, «100.000 euros» astillados por el papá proxeneta de Begoña, y luego llenarte la palabra de “feminismo”, «igualdad», «abolición» y «progresismo». Como sólo un mangante puede permitir que, para sortear la ley sobre crowdfunding, se capte a decenas de inmigrantes por la calle para que ingresen en cantidades inferiores a 300 euros el pastizal que te han regalado en billetes de 500. Lo de que te voten los muertos es directamente tercer mundo, mafia pero bananera, una conducta que seguro ha hecho a Nicolás Maduro sentirse orgulloso de su aventajado alumno madrileño. Unas confidencias, las de Koldo García sobre los muertos vivientes, que vinieron antecedidas por las declaraciones de una consejera de Emiliano García-Page (Sara Simón) a la que luego obligaron a callar en estricta aplicación de la omertà que reina en el Partido Socialista. El presidente castellano-manchego perdió la enésima oportunidad para demostrar que es un héroe ético en ese reino de trincones que es el sanchismo.
Desde hace meses albergaba la convicción personal de que el hombre que llegó para sanar las heridas morales que sufría la política española es un corrupto. Para empezar, porque la lógica más elemental y la estadística juegan en su contra: es cuasiimposible que tu entorno enterito sean unos chorizazos y tú la reencarnación masculina de María Goretti. Y, para terminar, porque Begoña Gómez, la persona con la que duerme todas las noches, es una cinco veces presunta delincuente y, para más inri, sospechosa de haber cobrado coimas en los rescates de la pandemia y de hacer business con otro imputado, Carlos Barrabés. El Código Penal se queda chiquito para recoger todos los actos delictivos del secretario general del PSOE mientras España entera llega a una unánime conclusión: nuestro protagonista no es un desvergonzado mentiroso ni un corrupto al uso sino más bien un gánster. Perdón, un GÁNSTER. Sí, con mayúsculas. Un Corleone de la vida.
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