Opinión
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Nihilismo líquido: cuando el relato sustituye la realidad

Un ejemplo ilustra con nitidez cómo opera la orquestación del nihilismo líquido. Una competición deportiva —la Vuelta ciclista a España— se convierte en escenario político cuando una protesta vinculada a la masacre del pueblo palestino se apropia del clímax televisivo. En torno a la protesta, grupos organizados paralizan la competición y la imagen del pelotón detenido suplanta el hecho deportivo.

Los indicios de orquestación son visibles. La paralización de la Vuelta es el pivote imprescindible en torno al cual se despliega toda la arquitectura narrativa. Aunque la prueba directa de la paralización intencional de la Vuelta es imposible, existen indicios indirectos como que el Sindicato Unificado de Policía (SUP) denuncie que el Gobierno «ha querido parar La Vuelta» mediante un dispositivo de seguridad «claramente insuficiente» que abandonó a los agentes «a su suerte» y no les permitió intervenir de forma efectiva.

Producido el hecho los bloques blindan su interpretación (solidaridad frente a deshumanización); la polémica se polariza en clave moral (izquierda frente a derecha); y la repetición mediática moviliza emociones colectivas. Los medios afines potencian el relato: RTVE activa programas especiales en televisión y radio, con conexiones múltiples, cobertura en directo y galerías de imágenes que fijaron la disponibilidad y la recencia del suceso.

La protesta se sincronizó con el final en Madrid —ejemplo perfecto del peak–end— y se desplegó en varios puntos del recorrido, maximizando el dramatismo visual y explotando la heurística de negatividad (las vallas derribadas eclipsan cualquier otra escena). Los mensajes políticos dejan claro que el Gobierno se coloca en el polo de la solidaridad moral —con Sánchez expresando «admiración» por la movilización—, mientras la oposición queda atrapada en el marco reaccionario; se activa también el sesgo de confirmación, que blinda las percepciones de cada bloque e imposibilita el matiz.

El resultado, previsible y automático, es que la cadena de sesgos —disponibilidad, recencia, peak–end, negatividad, confirmación y polarización afectiva— funciona como engranaje. El Gobierno refuerza su marco moral y rentabiliza el acontecimiento, mientras la oposición queda fijada en el polo negativo. Así, gracias a la arquitectura del nihilismo-líquido, un hecho deportivo se transforma en arma política.

Con este ejemplo es patente que el nihilismo líquido no contiene ni ideología ni política sino que es una peligrosa infraestructura de gobernanza narrativa, simple de activar, difícil de neutralizar y extraordinariamente eficaz para producir polarización.