Opinión

Ni un paso atrás

Al inicio de esta semana un reducido grupo de personas (Juan Carlos Girauta, Elda Mata, Hugo Escarpa y yo misma), en representación de más cien asociaciones de la sociedad civil y portando medio millón de firmas de ciudadanos españoles, llegamos al Parlamento Europeo dispuestos a explicar a los diputados y autoridades europeas que la Ley de Amnistía que promueven Pedro Sánchez y el PSOE es la expresión de un pacto corrupto, en contenido y forma, suscrito entre un prófugo de la Justicia y un sátrapa borracho de ambición de poder, un trueque en el que el entonces aspirante a presidente del Gobierno de España cedió soberanía de la Nación e igualdad de los ciudadanos ante la ley a cambio de siete votos para poder conseguir la Presidencia después de haber perdido las elecciones.

Me importa reseñar que las reuniones que mantuvimos (desde nuestra comparecencia en la Comisión de Peticiones hasta los encuentros y debates con diputados de diferentes grupos políticos y países miembros de la Unión), fueron muy útiles para concienciar a nuestros interlocutores de que los atentados al Estado de Derecho, a la separación de poderes y a la igualdad entre españoles que se están perpetrando en España por parte del Gobierno de la Nación son el problema del conjunto de Europa. Así se establece en los Tratados, ése es el espíritu y el corazón de la UE: si los derechos humanos son violados en un Estado miembro, son violados en toda la Unión; y es por eso que Europa y todas sus instituciones deben responder con acción común para frenar el desafuero y recuperar las libertades allá donde están siendo conculcadas.

No por solidaridad, sino porque es su deber; y si no lo hacen, porque no lo consideran su deber, deberán hacerlo en legítima defensa. A explicar lo obvio (a mí me lo parece, pero sé que nunca está suficientemente claro, ya que tuve que lidiar hace muchos años, en ese mismo foro para que comprendieran que el terrorismo de ETA era, además de nuestro drama, el problema de todos los europeos y de sus instituciones) dedicamos todo el día 23, un interlocutor tras otro, dando argumentos, poniendo ejemplos de todo lo que está ocurriendo (jueces investigados por políticos, periodistas y jueces descalificados por ejercer el libre albedrío y aplicar la ley…), argumento tras argumento, a desmontar la propaganda y a ofrecer información. He de decir que fueron unas horas tan intensas como fructíferas que nos permitieron constatar que el velo se está rompiendo y que los europeos –de distintos signos políticos, de diversos estados miembros- comienzan a ver con claridad que el rey Sánchez está tan desnudo de ética y europeísmo como Puigdemont.

A la vuelta de nuestro viaje han sido muchas las personas que se han acercado a nosotros para felicitarnos por nuestro trabajo. Y también han sido muchos los que, acto seguido, nos han hecho la misma pregunta: «Pero…, ¿servirá para algo…?.» A todos ellos les he respondido de la misma manera: «Sí, ya lo creo que servirá». Lo que no sirve, seguro, es no hacer nada. Europa, ese nombre que se plantea en abstracto para dudar de su respuesta, no va a hacer por los españoles lo que nosotros mismos no seamos capaces de hacer por nosotros mismos. Europa, en concreto sus instituciones, nos seguirán si nosotros nos movemos. Si les impelimos actuar; si denunciamos el comportamiento antieuropeo y autocrático de nuestro Gobierno; si denunciamos, dando ejemplos inapelables, sobre la persecución que están sufriendo los órganos de la Justicia y los jueces que ejercen libremente su magisterio; las instituciones europeas reaccionarán ante los ataques a los derechos humanos que se están produciendo en España si les explicamos que el PSOE y Pedro Sánchez han pactado una ley para borrar los delitos –incluidos los de terrorismo- de quienes han hecho presidente a Pedro Sánchez.

Las instituciones europeas reaccionarán cuando nos vean en las calles de toda España denunciando las tropelías del Gobierno de la Nación. El Parlamento Europeo, los Gobiernos del resto de los Estados miembros, la Comisión y el resto de las instituciones europeas –incluidas las judiciales- reaccionarán cuando de verdad sientan que nuestro drama, sí, es su problema. Cuando sientan que lo que hace Sánchez en España les hace a todos ellos vulnerables.

Quizá no reaccionen ante las felicitaciones a Sánchez de grupos terroristas como Hamás o los hutíes; quizá no reaccionen ante la evidencia de que los impuestos de los alemanes, los franceses, los italianos, los portugueses… se dedican a financiar a personas y/u organizaciones perseguidas por malversación y/o terrorismo; quizá no reaccionen al comprobar que el Gobierno de España es una anomalía en la Europa democrática, pues su Gobierno es una coalición entre socialistas y comunistas, ideología esta última considerada responsable de millones de crímenes de lesa humanidad; quizá no reaccionen al saber que hay dos ministros que se negaron –siendo eurodiputados (dos entre 21)- a condenar los atentados de Hamás en Jerusalén; quizá no reaccionen cuando conozcan que Sánchez es presidente gracias a haberse asociado con la lacra de la política, con lo más sucio, con gentuza que defiende a ETA y toda su historia de terror; con golpistas catalanes condenados en firme a los que indultó a cambio de sus votos… Pero reaccionarán cuando lo pongan todo junto, un dato tras otra, una evidencia sumada a la anterior. Reaccionarán porque es su obligación y, además, en legítima defensa.

Nuestro deber no descansa en esa denuncia. Es nuestro deber, como ciudadanos españoles, cada cual desde su ámbito y desde su responsabilidad, ya sea individual o colectiva, seguir desenmascarando a los enemigos de la democracia que hoy dirigen el Gobierno de España. Es nuestro deber «no parar ni siquiera para tomar impulso», como nos dijo un ciudadano al vernos tomar el vuelo hacia Bruselas.

Así que seguiremos sin tregua y sin pausa, paso a paso (o partido a partido, que diría un atlético) hasta lograr la victoria. Lo haremos porque no queda otra… y porque queremos hacerlo. Lo haremos con fuerza y con alegría. Porque, tal y como están las cosas, ¿qué otra cosa se puede ser sino condenadamente optimista?