Nada que hacer, es imbatible
Nunca, como este martes pasado en el Congreso, quedó claro que el convocante de la correspondiente sesión parlamentaria, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, es imbatible. Y, ¿saben ustedes por qué? Pues porque se comporta como si en un partido de fútbol un equipo jugara con fueras de juego y el otro no. El segundo sería imbatible.
Es lo que ocurre con este sujeto de todas nuestras pesadillas. Fíjense: este cronista es de los que piensan que el gentío se estremece más, se enfada muchísimo más, por la aparición de cosas, de taras pequeñas, mínimas, que por las grandes, las espectaculares. Les pondré un ejemplo histórico: en pleno felipismo, cuando ya la corrupción enfangaba todas las instituciones más nobles del país, desde los huérfanos de la Guardia Civil a la sempiterna e indiscutible Cruz Roja Española, el citado felipismo encontró una víctima propiciatoria para demostrar que ellos, los integrantes de aquel sultanato -¡vaya si lo fue el PSOE de la época!-, no toleraban ni una, que el «que la hace la paga», sentenciaron.
Hallaron el chollo en una mujer frágil, Pilar Miró, a la sazón directora general de RTVE, que como gran pecado se había comprado unas bragas y algunos adminículos más en Loewe con cargo al erario del medio. Qué gran escándalo nacional alimentó un Gobierno en el que hasta el hermano del vicepresidente, «minenmano Juan Guerra», había robado sin cautela alguna, con el mayor de los desahogos. ¿Qué sucedió? Pues que el pueblo adquirió aquella especia envenenada y miró a otro lado ante el gran latrocinio de las Filesa y el GAL que estaba perpetrando el PSOE por aquí, por acá y por acullá.
Ahora cuando la señora de Sánchez parece que ha cometido toda una cestería de golfadas, el marido está ensayando diversas técnicas, martingalas de diablo malo y viejo, para disimular sus grandes tropelías. Sánchez en el Congreso se subió a la palestra para largar, por lo menos, dos embustes de podio, dos mentiras arrabaleras con las que consiguió su propósito; a saber, que Feijóo tuviera que emplearse en los desmentidos y no pudiera utilizar a lo grande su tiempo, tasado para la sectaria presidenta Armengol, en glosar todas las fechorías de la encausada Begoña Gómez.
Así que gastó preciosos minutos en recordar que él sí había sido elegido presidente del PP -y no como proclamó Sánchez- en un Congreso de su partido (Sevilla) y que él nunca había censurado tampoco el famoso libro sobre el narcotraficante Fariña. Esto lo reconoció hasta el autor y la editorial. ¿Rectificó Sánchez? Nada, para él mentiras son los leucocitos de su acción vital.
Ni uno -digo- ni otro fueron reconocidos por el rey del bulo nacional. Permaneció impertérrito en su escaño, haciendo cariñitos y avisos a la señora Armengol en la sapiencia de que, mientras su rival perdiera minutos en los desmentidos, la figura de la señora Gómez permanecería ajena al debate. Todo un triunfo para el portentoso lazarillo de los mil ardides parlamentarios. La cosa no iba con él.
A lo mejor la procesión le va por dentro y resulta que realmente Sánchez, como si se tratara de un ser normal y no de un psicópata narcisista (así le definen los especialistas, no el cronista), goza de barreras, límites, sentimientos, escrúpulos, fundamentos o principios, pero, a lo que se ve y percibe, no los aparenta. Hasta se descojona cuando se le afea la conducta.
Por eso el tipo es imbatible, inalcanzable para cualquier opositor decente. Ahora que Feijóo ha aparcado su tendencia natural a enfrentarse con Sánchez portando un ramito de violetas en la mano mientras el otro le recibía con una navaja albaceteña entre los dientes como el indio Jerónimo, Sánchez ha construido en esta semana su auténtica condición: la IM-PA-SI-BI-LI-DAD. Todo le da igual, carece de la menor sensibilidad, no ya política, sino directamente humana.
Ante un sujeto de este jaez, la victoria se antoja cerca de lo imposible y, como a mayor abundamiento, el sanchismo ha logrado que un tercio de este país le vote aunque vaya a desatar otra guerra civil. Y como -lo que es aún peor- existe un conglomerado nada difuso del centro-derecha que coloca más reparos a las estrategias de Feijóo que a las demoliciones de Sánchez, así -lo escribo- no hay manera. Y encima, y para mayor inri, los bombarderos de Vox ocupan parecido espacio de sus vidas en arremeter contra lo supuestos cercanos que contra los comunistas de Sánchez y toda su ralea.
Por eso, digámoslo en castizo puro, la cosa está pero que muy chunga para Feijóo. La Moncloa se desata contra los medios desafectos (lenguaje del más neto franquismo), pero eso no le impide insertar sus productos tóxicos en los diarios, en las radios o las televisiones de esa religión. Supuestamente, claro.
Desde luego, desde el bando contrario, el Partido Popular está por comprobar unos logros similares. Al enemigo, ni agua, proclamó Eduardo Sotillos en el franquismo; al enemigo redivivo a la cárcel, por ahora, menos mal, que solo de papel. Sánchez es imbatible, es el boxeador, marrullero, golfo, tramposo que pelea contra un rival con los brazos atados al torso. Así es imposible, no hay quien pueda derrotar a un irado (mírese el Diccionario de la RAE) que ha tomado la decisión de seguir siéndolo.
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