El mundo clama contra Maduro, Pablo Iglesias calla
Los que me seguís en Twitter habéis leído esta frase de Ayn Rand en la foto de la cabecera de mi perfil: «Los hombres sólo pueden tratar entre sí de dos formas: armas o lógica. Fuerza o persuasión. Aquellos que saben que no pueden ganar utilizando la lógica, siempre han acabado por recurrir a las armas». Quienes nunca vamos a renunciar a ser libres desearíamos poder conseguirlo usando la razón, pero sabemos que debemos estar preparados para, si resulta imprescindible, mantener nuestra libertad usando la fuerza. El pueblo venezolano también lo sabe, porque lleva años sometido, esclavizado, torturado, asesinado y represaliado por quienes en Venezuela han decidido arrebatar la libertad a su pueblo usando la fuerza de las armas.
Cuando en diciembre de 2015 el narcorégimen chavista perdió las elecciones a la Asamblea Nacional, Maduro decidió que usaría la fuerza para evitar ser democráticamente expulsado del poder, impidiendo como fuera el referéndum revocatorio al que inevitablemente estaba abocado. Las urnas le habían dado la espalda al comunismo 2.0, al socialismo del siglo XXI que disfraza de democracia una dictadura populista, autoritaria y militarista. Un comunismo que nunca ha traído nada más que hambre, represión y muerte, pero que siempre intenta reinventarse, disfrazándose de lo que mejor le convenga, para volver una y otra vez a aplastar la libertad.
Y en eso está ahora Nicolás Maduro, disfrazando de democrática una usurpación violenta del poder, al más puro estilo castrista o norcoreano. Democracias populares las llaman, cuando lo único que tienen de demócratas es el nombre y de populares el sometimiento violento de la libre voluntad de los pueblos. Mienten para hacer creer que la participación ha sido elevada y que los procedimientos han sido exquisitos. Mientras, por una de estas ironías que tiene el azar, todos hemos podido ver en directo cómo el propio Maduro pudo votar usando un carné del que el sistema mostró que «la persona no existe o el carné fue anulado», lo que no le impidió votar. Y ya ha anunciado que a partir de ahora aplastará los escasos restos de democracia que quedan en Venezuela, actuando contra el Parlamento, la fiscalía, los líderes de la oposición y los medios de comunicación privados.
La comunidad internacional ha anunciado que no reconoce esta farsa. Los gobiernos de España, Estados Unidos, Canadá, las democracias latinoamericanas y la Unión Europea, han mostrado unánimes su repulsa ante unas elecciones cuyos resultados no reconocen y consideran nulos, viciados, ilegítimos, inconstitucionales y contrarios a la voluntad popular. Mientras, en España, Juan Carlos Monedero y Alberto Garzón comparan a la heroica oposición venezolana, cuya pacífica resistencia al autogolpe chavista es digna de admiración y respeto, con los chilenos que en 1973 dieron un golpe de Estado contra el socialista, racista y tan antisemita como los nazis, Salvador Allende. Y Pablo Iglesias calla, porque sabe que si hablara sólo podría ser para apoyar al régimen al que tantos podemitas han asesorado y del que tanto dinero ha recibido. Y porque ahora le conviene disimular para que no se sepa que el proceso que sigue Venezuela es el modelo que él tiene para España. Iglesias, igual que Maduro, aspira a que España se embarque en un proceso de Asamblea Constituyente que acabe con nuestra Constitución. Tendremos que hacerle caso a Ayn Rand y estar preparados para impedírselo.
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