Muertos votando en EEUU
Sorprende el apagón informativo de buena parte de los medios estadounidenses e internacionales a las irregularidades ya contrastadas que se produjeron en las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. Allí y aquí el relato imperante es que Joe Biden será el nuevo presidente estadounidense sin que todavía ni el colegio electoral de cada estado se haya reunido y sin que se hayan resuelto todas las impugnaciones que el equipo jurídico del presidente Trump, con Rudy Giuliani a la cabeza, ha interpuesto.
De todo ello no habrá noticia hasta unos días antes del 14 de diciembre que es cuando el camino estará clarificado. Mientras tanto una oligarquía mediática, una maquinaria propagandística al servicio de la causa ‘progre’ está empeñada en sacar como sea a Trump de la Casa Blanca. Qué casualidad que la inmensa mayoría de los estados más controvertidos donde el voto está más disputado son territorios con gobernador demócrata: Michigan, Pensilvania, Nevada y Wisconsin, son buen ejemplo de ello. Si a ello le sumamos Arizona, tierra republicana, pero en manos de los seguidores de John McCain, el eterno adversario republicano de Trump, la ecuación resulta más fácil de entender.
Parece ser que las personas fallecidas tienden a votar con más frecuencia cuando se les facilita el voto. Son como cualquier otro grupo y este año se ha facilitado en los estados demócratas el voto por correo de los fallecidos. Por ejemplo, en el estado de Nevada, gobernado por demócratas, y donde teóricamente Biden ha vencido por menos de 40.000 votos, se mandaron papeletas a miles de personas antes de las elecciones sin que muchos las solicitaran.
Allí había más de 41.000 personas registradas para votar que no habían actualizado sus datos en una década porque muchas de estas personas murieron o ya no vivían allí. En EEUU, para votar basta con que uno sea ciudadano estadounidense y se registre, por lo que puede haber personas registradas en más de un estado, o individuos que se registren bajo el nombre de alguien ya fallecido. Allí no es como aquí, que tienes que estar empadronado para poder votar.
Quién hizo que estas personas fallecidas pudieran votar, no lo sabemos. Quién lo hizo, debería saber que eso es un fraude, una amenaza para la democracia y quienes se niegan a contarlo se convierten en cómplices de prácticas antidemocráticas y propias de repúblicas bananeras. Por ahora hay computadas cerca de un medio centenar de personas que votaron desde la tumba, por correo, en una especie de triunfo del voto sobre la muerte. Quizás para la prensa ‘progre’ no es fraude electoral, sino más bien el compromiso cívico de las almas con sus derechos ‘post-mortem’.
Los americanos y los ciudadanos del mundo tienen derecho a saber lo ocurrido el pasado 3 de noviembre en EEUU a pesar del apagón informativo de ciertos medios empeñados en ocultar la realidad. Nada de esto es una conjetura, no es una de esas falsas teorías de la conspiración por las que la maquinaria propagandística de la izquierda se preocupa. Es completamente real.
¿Por qué sucedió? ¿Cómo se puede evitar que vuelva a suceder? Éstas son las preguntas. La primera es muy sencilla de responder. Lo hicieron quienes no querían que ganara Trump. Ellos sabían que cuando se envían papeletas por correo a una lista completa de votantes con identidades sin verificar, es imposible conocer realmente quién está votando.
La segunda pregunta, cómo se puede evitar que suceda nuevamente, es también sencilla. Admitiendo los hechos, investigándolos, informando de ello y no querer pasar página. Porque sino, el resultado será la obtención de una democracia deficitaria. Una democracia imperfecta. Una democracia de peor calidad puesta cada día más en cuestión por los ciudadanos. Si eso pasa con la primera democracia del mundo, el riesgo de contagio a otros países cada vez será mayor.
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