Los monstruos no deben estar en la calle
Hay cuestiones en las que convergen el sentido común con la más elemental humanidad. Derogar la prisión permanente revisable, que se aplica en la mayoría de los países europeos con total normalidad, es una de ellas.
En contra de lo que suele hacerse creer, este castigo no es la cadena perpetua. La prisión permanente revisable, como su propio nombre indica, es revisable. Al cabo de un número determinado de años, que suele ser bastante largo dada la gravedad de los delitos cometidos, un equipo penitenciario competente determina si el encarcelado puede ser puesto en libertad o no. Hablamos de sujetos que han cometido crímenes de excepcional gravedad. Por ejemplo, asesinatos con descuartizamientos, incluidos niños, que en ocasiones son sus propios hijos. Valorar si individuos así pueden estar en libertad es una cuestión de elemental prudencia humana, dado que son perfectamente capaces de repetir sus crímenes una vez pisen de nuevo la calle. No es venganza, sino justicia y, sobre todo, protección de potenciales víctimas inocentes. Insistimos, con individuos así, el paso de la potencia al acto es una línea tan delgada como mortal.
Pero claro, esta mentalidad encaja mal con el adamismo, que es el dogma oficial en la izquierda. Que el mal existe, que determinados individuos son retorcidos y singularmente sanguinarios, es algo que no encaja en absoluto con la idea del buen salvaje y de que la sociedad es la culpable. Y cuando el pensamiento funciona de forma ideológica, en vez de regirse por la razón contrastada con la experiencia, ya sabemos qué sucede; la idea se impone y la realidad sale perdiendo. En este caso, no nos importa repetirlo de nuevo, lo que puede perderse es la vida de más inocentes. Sánchez tiene entre ceja y ceja derogar la prisión permanente revisable. Una pena, porque los monstruos no deben estar en la calle.
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