Mojón de censura
Es complicado defender la pertinencia de una moción de censura contra el peor Gobierno de la historia de España cuando sus impulsores se esfuerzan cada día en darte razones para lo contrario. Si en fechas recientes la defendimos en estas mismas páginas, fue antes de descubrir que Tamames, el elegido, le tiene “cierto aprecio a Sánchez” y que mientras unos nos situábamos frente a los golpistas catalanes que de manera sediciosa alentaron y organizaron un golpe contra la democracia, el economista censor le susurraba a Arturo Mas (o menos) cómo alcanzar el sueño de la nación catalana. Ahora conocemos, además, gracias a esa política de filtración que alimenta al periodismo y adultera la confianza, el discurso que Don Ramón le dirá a Don Pedro, en esa tarima de vanidades en la que ambos dirimirán quién tiene más grande el ego que otros le acarician. De ello, por desgracia para la regeneración democrática, se hablará en los próximos días.
El PSOE, o sea Sánchez, ha vuelto a conseguir que el foco se desvíe para que no se hable de aquello que en las esquinas de los bares se parlamenta: ahora miramos el precio del café con ojos de prostíbulo, sabedores de que nuestros impuestos lo dedican sus señorías socialistas a la causa meretriz. Pero no conviene alentarlo, que todavía hay pueblo que considera, en su infinita ingenuidad, que la historia socialista es un dechado de virtudes impolutas. Para eso están los medios afines, a los que Don Pedro riega con millones de euros: chitón, que saldremos más fuertes, y tú, periodista del régimen, más rico. No hay alma corrupta mayor que la del silencio comprado, sobre todo en el oficio que nació para contar la verdad, incomodar al poder y ofrecer luz al ciudadano.
Que la bolsa de la compra esté imposible para bolsillos asfixiados por el saqueo de Montero, la socialista que ni trabaja, ni madruga, es lo de menos. Que el frío que muchas familias pasaron en invierno por no pagar la luz se convierta en breve en insolación por no poder activar el aire acondicionado, no importa. Que las pequeñas y medianas empresas cierren y las grandes se vayan o estén pensando en irse, en una economía nacional arruinada con una deuda pública que nunca podremos pagar, es baladí. De esto se habla en la calle, pero no en las tribunas mediáticas, ni en las tertulias de todólogos hambrientos de consumir mesa de debate (hay un conocido tertuliano que ocupa quince tertulias semanales entre radio y televisión, quince) y por supuesto, tampoco en los debates parlamentarios ni en los foros académicos. Gobierna la izquierda, y a callar, que para eso son los nuestros, y los nuestros son los buenos. Hubo y seguirá habiendo humanidad que celebra la esclavitud mientras les permita comer algo para no morir de hambre.
La política de vicios acumulados y virtudes escondidas marcará una sesión de neo investidura en la que Sánchez, comparezca o no, saldrá como presumible vencedor de la misma, porque ya ha ganado el debate antes de que se produzca. Las mociones, como en el fútbol, se juegan también en las ruedas de prensa, en los estados de ánimo creados, en el control del titular mediático, en el relato callejero. Quienes consideraron, con buen criterio, que exponer las miserias personales y políticas de Sánchez era necesario para alumbrar a la Europa desnortada sobre la forma de hacer del autócrata, deberían reflexionar también sobre este hecho: la misma calle que censura a Sánchez, su política, sus locuras y mentiras, sus socios y aliados, su gobierno y medidas, censura al mismo tiempo la moción de censura contra él. El escenario de un hemiciclo dividido contra el Presidente del Gobierno ya no se producirá. Tampoco su veterana auctoritas alternativa. Me temo lo peor. Que la necesaria herramienta constitucional que debería evitar la podredumbre moral de un Gobierno y un Hemiciclo convertidos en trasunto circense. acabe por ser un espectáculo de consumo único para frikis de la política, o sea, un mojón de censura.
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