Opinión

Mentes peligrosas

El eje central en torno al que se mueve el negocio del fútbol no es otro que las operaciones de traspaso de jugadores entre clubs. Lo ejercen primordialmente los agentes FIFA e intermediarios, comisionistas y demás satélites y lo saben perfectamente los directivos, accionistas y presidentes al frente de sus sociedades, sean anónimas o no.

A dos meses del mercado de invierno, una ventana de fichajes permitida sin el menor recato pese a su determinante influencia a favor de los equipos más poderosos económicamente y a la evidente manipulación del campeonato que consiste en la libre circulación de profesionales sin menoscabo de haber jugado en otro rival de la misma categoría y no solo transferidos, sino a través de una simple cesión, los «vendedores» ya están montando sus tenderetes para exponer su mercancía humana.

Se necesita tener la cabeza bien amueblada para que cualquier futbolista que haya destacado en mayor o menor grado, no se sienta tentado por el aparente interés, a veces solamente rumor, de una entidad de mayor vuelo o, por poner ejemplos actuales, la locura o el capricho del dinero árabe que ha irrumpido en Europa como un elefante, no una pobre cabra, en un garaje.

A Pablo Maffeo, el del Mallorca, no le sentó nada bien, o eso parece, la llamada de Scaloni para una convocatoria de la selección argentina aunque no lo llegara a utilizar ni un minuto. Y ahora no falta quien mueve los hilos filtrando el nombre de Samu Costa como uno de los más deseados en terrenos de postín. Pero más allá de la satisfacción que pueda producir en el protagonista la atención que despierta y los ejecutivos del club pongan en marcha la calculadora, no hay ningún beneficio en cuanto la plantilla no cubra con garantías su virtual baja ni en la capacidad de concentración precisa para no reducir su rendimiento. Y eso vale para todos, aunque el ejemplo más próximo sea este.