Menos gobierno, más individuos; eso que no soporta el progre caviar
Esta semana después de la Convención Nacional del PP ha sido deliciosa. No hay nada que me cause más placer que la reacción feroz de los opositores, del excremento pijo progre que domina el universo mediático y que, como niños mal criados que son, no tolera que no se le haga el seguidismo correspondiente. Si esto ha sido como lo cuento no hay duda de que la Convención ha sido un éxito y que la figura de Casado ha quedado debidamente reafirmada.
Estos chicos de la izquierda secularmente mal acostumbrada a someter las conciencias no soportan que Casado llenase la plaza de toros de Valencia, ni que Ayuso corriera en el Mall de Washington con diez kilos menos como una actriz de cine, o que tuviera el atrevimiento de criticar con oportunidad y acierto al Papa inefable que se sienta en la silla de Pedro; no tolera que el PP, según dicen, se haya escorado hacia la derecha rancia, y sobre todo no admite que hagan caso omiso a sus admoniciones, que básicamente consisten en que se inmole para facilitar el trabajo del mandarín que nos gobierna y renuncie a hacer oposición, porque eso es crispar, afirman con descaro.
Para la intelectualidad progresista, el PP ha abandonado en Valencia la moderación capaz de preservar la convivencia democrática y la deseable construcción de acuerdos de Estado. A su juicio, esa política deja huérfanos a votantes que sólo bullen en su imaginación calenturienta y que presuntamente aspiran a una política donde las soluciones a los problemas nazcan de la negociación. Según estos exégetas, estos cínicos, estos caraduras, Casado ha escogido una deriva contra los nuevos movimientos sociales, feministas y LGTBI, y también contra el independentismo catalán. Ojalá fuera así. Si los críticos acertasen, y yo soy escéptico, sería la señal inequívoca de que el PP ha vuelto a reencontrar el camino que puede llevarle directo a ganar las próximas elecciones.
Si ya una vez ganado el poder -y yo continúo siendo escéptico- tuviera el coraje necesario para derogar las leyes de memoria democrática, las ridículas normas feministas, la ley de inmigración, la de la eutanasia, la del aborto así como para reformar radicalmente el sistema educativo, entonces estaríamos en presencia de un gran líder, de alguien determinado a cambiar el país a mejor, de producir una catarsis en toda regla y de liquidar de un plumazo la hegemonía socialista, el pensamiento políticamente correcto y las consecuencias hediondas del movimiento woke y de las políticas de la cancelación siempre en busca de falsas víctimas, de reivindicaciones extravagantes, de causas depravadas e indefectiblemente dirigidas a dictar lo que se puede decir y lo que no.
De la reordenación ideológica que Casado anunció en Valencia lo que más me gustó fue esa frase de que quiere menos Gobierno para devolver el poder a los individuos, ese lema que es propiedad de todos los grandes como Reagan o Thatcher y que repugna a la izquierda fanática de lo público, empeñada en la corrupción moral de las nuevas generaciones, a las que quiere hacer dependientes y siervas del Estado omnipresente y falazmente filantrópico.
Casado dijo en Valencia que hay que reformar el sistema político español para recentralizarlo, el sistema económico para liberalizarlo y el ecosistema cultural para extirpar de la sociedad el cáncer del colectivismo. Y acusó al socialismo sanchista -rozando la filigrana- de promover una política inmoral, que subsidia y estabula a los jóvenes, adoctrina en la escuela, expropia los beneficios empresariales, degrada las instituciones, ocupa la Justicia, censura -o eso quiere- a los medios, defiende a las dictaduras comunistas, expulsa la inversión exterior y degrada la reputación del país. ¿No les parece conmovedor? ¿No les parece el retrato ajustado de lo que está sucediendo en nuestra nación?
El caso es que, como consecuencia de este falso desviacionismo respecto al PP de toda la vida, ahora la tarea de los arietes del progresismo será ahondar en las diferencias, que las hay dentro del partido, en relación con el renovado discurso oficial, que es un regreso a la propuesta con la que Casado ganó hace casi tres años las primarias. Ahora las hienas de los medios de izquierda volverán a contraprogramar con la moderación clásica e institucional del gallego Feijóo y de los presidentes peperos de Andalucía, de Murcia y de Castilla y León, que son básicamente unos palmeros iletrados. Es una incitación a la revuelta con algún sentido porque, aparte del caso del gallego -que es como una Merkel en su tierra y está por encima del vuelo gallináceo, aunque enreda lo que puede con su vis socialdemócrata- los otros son políticos menores que no soportan que Ayuso haya adelgazado y esté más guapa que nunca, que haga footing en Washington frente al Capitolio y que luego llegue a Valencia en loor de multitudes. No digieren su protagonismo, pero no reparan en que no es Ayuso la que busca el estrellato; éste es que le otorga la gente corriente por su franqueza, su desparpajo y sobre todo por su eficacia como gobernante.
Contra lo que sostiene la izquierda mediática casi todo funcionó bien en esta Convención del PP. Los reproches de Aznar a López Obrador, su desdén más el de Ayuso hacia la práctica injustificada del perdón ante la mayor gesta de España por los siglos de los siglos -que fue la colonización-, también la crítica de Vidal-Quadras al sistema autonómico (¿o es que la libertad de expresión y de opinión en este país solo es patrimonio de la izquierda?), las palabras de Vargas Llosa diciendo que a veces la gente vota mal e incluso la absurda queja de una militante lamentando que hubiera pocas mujeres en la Convención. Todos estos hechos demuestran que en el PP todavía anida el interés por la discrepancia, por la confrontación de pareceres y que todavía queda en el partido una pulsión por la libertad. Sólo así se puede recuperar el sentido de Estado necesario para gobernar un país y conducirlo a mejor puerto del que nos espera con el sanchismo.
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