Opinión

Más impuestos, menos despidos: una política letal

En sentido contrario al del resto de los países de la UE, el plan del Gobierno para combatir la pandemia y hacerse acreedor de los fondos comunitarios, que nos pueden reportar más de 20.000 millones este año, apuesta por una subida notoria de los impuestos. La explicación de esta discordancia es que tenemos un Ejecutivo que no cree en la potencia del crecimiento y de la generación de empleo correspondiente -ni mucho menos en las reformas estructurales que lo harían posible- para proporcionar recursos adicionales, sino que está contaminado ideológicamente y aún defiende que hay que caminar hacia una presión fiscal en la línea de la media europea estando muy por debajo de su renta per cápita.

El presidente Sánchez quiere subir los impuestos porque no hay un euro en las arcas públicas, porque está siendo salvado por el Banco Central Europeo, sin cuya ayuda España ya habría quebrado, y porque, también en oposición al resto de los socios, decidió subir el gasto estructural de la nación beneficiando impropiamente, una vez más, a los funcionarios, a los pensionistas y a los actuales y futuros perceptores del ingreso mínimo vital, creyendo que lo votarán de por vida aunque Ayuso se ha encargado de destrozar este espejismo.

Se pueden subir impuestos en España, claro -sobre todo si no estás dispuesto a reducir los gastos-, pero siempre que se elijan los oportunos y se acierte con el momento adecuado. Por ejemplo, penalizar aún más la imposición sobre la renta, elevar la tributación de las empresas o aumentar las cuotas sociales son medidas todas ellas letales, que cegarán la vía para generar los puestos de trabajo que necesitamos imperiosamente para ir socavando el desempleo lacerante sobre todo entre los jóvenes. Hay margen en el país para elevar el IVA, y desde luego para incrementar las tasas, los billetes de tren, de metro, de autobús… que están masivamente subvencionados, y por supuesto para establecer peajes en las autovías. ¿Ahora? No parece que los vientos sean favorables cuando el despilfarro público es flagrante, improductivo y nada social. Cuando Ayuso te ha vapuleado.

Claro que algunas de estas medidas que incluye el plan del Gobierno son convenientes y mucho menos dañinas que el castigo a las rentas del trabajo y del capital que postula. Proporcionarían ingresos extra y reducirían el déficit por la vía de aliviar los gastos de mantenimiento de las infraestructuras, que tienen un peso no pequeño en los presupuestos. Los liberales siempre hemos defendido, como dice el gran Javier Jové, que “la forma más racional, justa y eficiente de organizar una economía es que cada uno pague una parte, ya sea menor, de lo que use o consuma, siendo esto compatible con conceder ayudas a determinadas personas que no puedan hacer frente al coste de algunos servicios esenciales”. Yo siempre he sido, por ejemplo, un acérrimo defensor del copago en la sanidad pública, que sería la única manera de ajustar la demanda a las estrictas necesidades de los ciudadanos. Y soy un opositor beligerante del ‘gratis total’.

Lo que sucede es que, para adoptar cuando toque decisiones impopulares, evitando mezquinamente hacer lo más esencial y perentorio -que es recortar el gasto público indecente y sobre todo impulsar la reforma crítica del mercado laboral y la racionalización de las pensiones- un Gobierno debe tener crédito. Reputación. Además, debe estar en condiciones de exhibir fortaleza parlamentaria -esa potencia de fuego de la que carece el Ejecutivo de Sánchez- así como gozar del cariño ciudadano, ése que lo sobra a la señora Ayuso.

Como esta clase de virtudes destacan por su ausencia clamorosa, el actual Ejecutivo carece de la fuerza precisa para adoptar algunas medidas desagradables, aunque beneficiosas, y de respaldo económico para impulsar aquellas teóricamente populares, aunque nefastas, con las que riega al auditorio, como seguir alimentando a los pensionistas, a los funcionarios y a los sólo presuntamente indigentes, que tampoco le están reportando retorno electoral, como ha demostrado con creces la señora Ayuso. O sea que el petimetre se encuentra ante una enorme encrucijada.

El drama de esta encrucijada es que, fundido por la debacle que ha sufrido en Madrid, Sánchez decida profundizar en el radicalismo estéril. Desgraciadamente, parece que esta va a ser su opción. Uno de los frentes que piensa atacar es la libertad empresarial para ajustarse a la coyuntura. Hace unos días, la ministra de Trabajo, la comunista Yolanda Díaz, escribió un tuit en el que decía: “No es ético que haya grandes empresas que despidan y muestren esta falta absoluta de empatía en medio de la pandemia mientras tienen grandes beneficios”.

A renglón seguido, Sánchez escribió otro mensaje diciendo que ve “inaceptable que empresas con beneficios manejen sueldos de seis cifras a la vez que despiden a empleados”. Y esto lo dijo en Oporto, al finalizar la cumbre europea, ante la mirada atónita de sus correligionarios ‘business friendly’. Todas estas manifestaciones atrabiliarias y fuera de lugar vuelven a demostrar, como si no hubiera una última vez, su desprecio absoluto por el mundo de los negocios.

En contra de lo que piensa el presidente radical y los comunistas que lo apoyan, las empresas son siempre un proyecto comunitario con el objetivo más fastuoso que se pueda imaginar. Este consiste en satisfacer las necesidades de la gente con la mayor calidad y al mejor precio posible en un marco de libre competencia. Todas las empresas tienen una evidente función social. El empresario es el que aporta la idea y la nutre de capital o busca el que necesita o le falta, contrata a los empleados necesarios para llevar a cabo el proyecto y trama acuerdos con los proveedores de los bienes y servicios que serán imprescindibles para que todo vaya a buen puerto.

Yo he conocido a muchos empresarios a lo largo de mi vida. Jamás he dudado de sus nobles intenciones. Están conjurados para crear riqueza y puestos de trabajo. A nadie he visto disfrutar con los despidos, a veces inevitables. Arriesgan su patrimonio y su hacienda en pos de una idea. Todos se mueven con el propósito de servir a la sociedad, de dar antes que recibir, aunque aspiran como es natural a obtener el beneficio correspondiente. A ser posible, el mayor. Y digo el mayor porque una empresa que no obtiene beneficios pasado un tiempo prudencial constituye un fracaso. Es una empresa que ha dejado de cumplir la función social para la que fue creada. Ni ha logrado pagar religiosamente a sus proveedores, ni ha compensado satisfactoriamente a sus accionistas ni, lo que es más importante, ha logrado colmar las necesidades de los consumidores.

Una empresa en pérdidas, o una empresa con beneficios decrecientes -que siempre reflejan el pasado del negocio- debe tomar con urgencia las medidas oportunas para enderezar la situación. Está obligada a cambiar de estrategia, a reducir costes y a volver a atinar con los bienes y servicios que ofrece. Tiene que prevenir y adelantarse a las circunstancias del mercado y mirar inevitablemente al futuro y por eso ha de pagar los mejores salarios posibles a la gente capaz de conseguir el objetivo. Las empresas que despiden, aún teniendo beneficios, lo hacen para no tener que despedir más en el futuro, y en último término, para no tener que acabar cerrando.

Los bancos que han entrado en proceso de fusión en España a fin de ganar en rentabilidad y que han propuesto expedientes de regulación de empleo aparentemente escandalosos lo hacen para sobrevivir, y finalmente para no perjudicar a los depositantes, que verían liquidados sus ahorros en caso de quiebra. Esta es la lógica del mercado. Pero yo diría más aún. Es la lógica de la vida, elegir el mal menor en favor del futuro más halagüeño y ventajoso posible. Para el negocio, para los empleados que se conservan, para la palanca de prosperidad que se vuelve a asentar en busca de una coyuntura más propicia.

Pero claro, ¿cómo le explicas esto a una comunista como la señora Díaz, que detesta a los empresarios, que se dedica a combatirlos con sus propuestas infames, que es fiel a la ideología que ha generado más pobreza y muerte en toda la historia de la humanidad? ¿Cómo persuades al respecto a Sánchez, al que le escribieron la tesis doctoral, que es un embustero compulsivo, que quiso tapar con una cortina la urna en la que se decidía su continuidad en el PSOE hace unos años, a fin de corromperla, que no reconoce los muertos por la pandemia, que carece de cualquier rasgo de humanidad? ¡¡¡Pero si ni siquiera le ha llamado todavía Biden!!!