Lo de Puigdemont tiene truco
Lo de Puigdemont tiene truco. Porque no dijo que volvería, dijo que volvería «si tiene la confianza del Parlament» para presidir la Generalitat. Es decir, que se va a pasar toda la campaña fuera y, si suena la flauta, entonces volverá.
Para ello no sólo tiene que ganar a Illa, que va primero en las encuestas, sino también a Esquerra, que quedó por delante de Junts en las autonómicas, en las municipales y en las generales.
«Asistiré al pleno del Parlamento si tengo mayoría para ser investido», dejó claro más adelante. Esas son sus condiciones. Entre una afirmación y otra le dio tiempo para hablar de Palestina.
Luego se ofreció para restituir el «buen gobierno» e incluso la «buena administración». Otra indirecta a ERC. Tiene gracia que él, del que no se conoce obra de gobierno más allá de marear la perdiz, se ofrezca ahora como un atinado gobernante.
El discurso fue, en efecto, el primer mitin electoral. Perseguía tres objetivos. Primero, venderse a su electorado. Hasta recordó la «caza al hombre» de la que, en su opinión, había sido objeto.
Segundo, lanzar un órdago a ERC. Más bien una opa hostil, porque la mitad del discurso fue presionar para una candidatura unitaria que los republicanos rechazan de plano. Ya fueron engañados una vez. Dos es excesivo.
Y, finalmente, restregarle a Sánchez no sólo la amnistía sino también la investidura de la que dijo que el PSOE había tenido que negociarla «en un país extranjero», es decir, en Suiza.
A partir de aquí será bonito ver cómo el cabeza de lista de ERC, Pere Aragonés, y el de Junts, se sacan los ojos durante la campaña. Es un decir.
Porque el proceso siempre fue de eso: de la lucha por el poder. El ex presidente empezó su intervención recriminando a Aragonés que no hubiera hecho coincidir las catalanas con las europeas. Así ganaba tiempo: las primeras son el 12 de mayo y las europeas el 9 de junio.
Lo de la lista única tampoco es la primera vez. Mas ya engatusó a Junqueras en el 2015. Si el entonces president perdía las elecciones –como indicaban todos los sondeos– tenía que irse a casa. Como Montilla en el 2010.
Convergencia –CiU ya se había disuelto– echó toda la carne en el asador. Los de Esquerra se resistieron, pero al final –ante la presión de TV3– acabaron cediendo.
El resultado fue Junts pel Sí. Consiguieron menos votos y escaños que si hubieran ido por separado. Dependían de la CUP. El resto de la historia es conocida.
Por eso, aunque no lo parezca, Puigdemont hizo este jueves un discurso autonomista. Habló también de sanidad, de educación, de la sequía. Más indirectas a ERC. En plan: éstos no saben gobernar.
Por eso, lo mejor que nos puede pasar es que vuelva. Si queda segundo o incluso tercero se esfuma toda la aureola de «presidente en el exilio» o de «presidente legítimo». Tanto ruido para tan pocas nueces.
Y si llega a presidente mucho mejor. Porque si tras cuatro años no hace efectiva la independencia se lo van a comer los suyos.
Entonces pasará aquello que le pronosticó Marta Rovira aquella infausta noche del 25 de octubre del 2017 en Palau: que lo van a llamar «botifler» (traidor) hasta en el último rincón de Cataluña.
Sí, es cierto que aseguró que quería «culminar con éxito el proceso de independencia». Pero cuántas veces han oído los independentistas la misma cantinela. Como lo de «embate democrático» o la «confrontación inteligente». Palabras huecas.
Al fin y al cabo, la declararon en el 2017. Y siempre dijeron que era la buena. Que no había que hacer otro «referéndum acordado» como insisten ahora. Han pasado ya siete años, y nada.
El propio Puigdemont dijo que la próxima legislatura coincidirá con «el décimo aniversario» de octubre del 2017. O sea, que sería un buen momento para coger impulso y volverlo a intentar. Que lo haga. Una vale, dos ya no cuela. Incluso a pesar de las cesiones de Pedro Sánchez. Que se atenga a las consecuencias.
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