Lágrimas de cocodrilo

Lágrimas de cocodrilo

El pasado miércoles y en el Congreso de los Diputados vivimos uno de esos momentos de candidez cursi e impostada del actor Pablo Iglesias. Incapaz estuvo el ínclito de contener las lágrimas al recordar a las víctimas del inspector de la policía franquista Billy el Niño. Pablo, el figurante, continúa instalado en la provocación y en la política-espectáculo. Muestra impúdico su popularismo a través de eslóganes vacíos y frases huecas, como héroe y adalid de su “democracia de perroflautas”. Pablo desconoce que a la Cámara de representación de todos se viene llorado, pero si se llora, se llora por todas las víctimas, no solo por “los propios”, ignorando de manera insultante los crímenes protagonizados por aquellos que siempre fueron un “ejemplo” para el plañidero. Debe recordar por ello y hasta deshidratarse en lágrimas, cuantos crímenes se han cometido en nombre de su “salvadora” ideología.

Olvida el señor Iglesias los crímenes del castrismo. El interminable historial de ejecuciones, desapariciones, opresión a la disidencia y el cercenamiento constante de la más mínima libertad. Se ha segado la vida a más de 10.000 personas, la mayoría de ellas asesinadas extrajudicialmente y en los últimos años, cuando el podemita sigue babeando por los “logros revolucionarios”, se han producido 15 casos de asesinatos, 46 suicidios en prisión y la muerte de cuatro presos por huelga de hambre en la cárcel. Hay que ser ruin para discriminar a las víctimas. Hay que tener una conciencia muy enlodada. Omite Iglesias en su sollozo los crímenes de su amada revolución bolivariana, sus constantes asesinatos, violaciones y torturas por miembros chavistas de la Seguridad del Estado o por bandas armadas chavistas. Las detenciones arbitrarias, la represión permanente por un régimen sanguinario que siempre fue su ejemplo y crisol. Arquetipo y dechado de virtudes ese chavismo que predica para España, ese espejo en el que se mira su partido sin que se derrame una lágrima por un pueblo que carece de alimentos y medicinas.

¿Le recuerdo al bejín los crímenes de ETA? Se hace obligatorio rememorar cuando semejante comediante, en junio de 2013, dio en una herriko taberna de Pamplona una charla sobre la mafia terrorista a la que se refirió como “la izquierda vasca” y a ETA como “los primeros en darse cuenta de que, por mucho procedimiento democrático que haya, hay determinados derechos, en referencia a la independencia del País Vasco, que no se pueden ejercer en el marco de la legalidad española”. Desde su resentida mente apoyó a los imputados por el ataque a los dos guardias civiles de paisano y sus novias en Alsasua donde, para esta caterva, los agresores eran más “víctimas” que los agredidos. No tuvo empacho en que su “clan” estuviera presente en el insultante acto de propaganda de ETA en Cambo y se jactaron de no acudir a los homenajes a las verdaderas víctimas, a aquellas asesinadas por defender España. Esas lágrimas envenenadas, corroídas por el ánimo de revancha y venganza.

No puede remediar su cinismo y su doblez. Esas lágrimas de cocodrilo que utiliza no engañan. No llora, como hacen los saurios mientras devoran a sus presas, porque sienta pena o remordimiento. Pero de la misma forma que sus lágrimas no son sinceras, no es sincera su pena, falseándola para engañar, fingiendo un dolor que no siente. Porque Iglesias Turrión es un especialista en exhibirse implacable frente a los pilares de la libertad y el verdadero progreso mientras se muestra melifluo y meloso ante las peores satrapías izquierdistas. Las lágrimas de una mentira qué solo puede ser derrotada por capítulos de realidad. Porque como dijo Diderot, filósofo francés: “Engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”.

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