Intento de golpe de Estado en la capital del mundo
El asalto de miles de partidarios de Donald Trump al Capitolio es la consecuencia directa de la irresponsabilidad de un presidente de Estados Unidos incapaz de entender que sin respeto a las instituciones la democracia se resiente hasta el punto de poner en peligro la estabilidad del sistema. Trump es un populista que ha alentado los instintos más primarios de la multitud para instar un asalto al Congreso que constituye un golpe institucional contra la democracia. Lo mismo hizo Podemos cuando de forma reiterada convocó a rodear el Congreso de los Diputados. El peligro de los populismos, de izquierda o de derecha, nace del nulo respeto que profesan al sistema institucional sobre el que se sustenta el ordenamiento jurídico y el Estado de Derecho, de manera que se arrogan una falsaria legitimidad que no es otra cosa que la expresión de su nula vocación democrática. Como Podemos hizo en su día, Trump ha alentado un acto que constituye en sí mismo un ataque a la convivencia y un intento burdo de doblegar la voluntad expresada en las urnas por los estadounidenses. No es exagerado decir que supone un intento de golpe de Estado promovido, he aquí la gravedad de lo ocurrido, desde la propia Casa Blanca.
Por primera vez, coincidimos con Podemos cuando asegura que “Trump ha perpetrado un ataque a la democracia en toda regla”, pero la formación de Pablo Iglesias carece de autoridad moral para dar lecciones de respeto democrático cuando no hace tanto tiempo que eran ellos quienes alentaban insurrecciones ante la sede de la soberanía nacional. La hipocresía podemita cotiza al alza y alcanza la cumbre del cinismo. Al fin y al cabo, entre un populista de izquierda y otro de derecha no hay demasiadas diferencias. En cualquier caso, la irresponsabilidad rayana en lo penalmente perseguible del todavía presidente de Estados Unidos representa un ataque sin precedentes al modelo de democracia de una nación que tiene que responder con contundencia a sus bravuconadas. El daño que Trump ha infligido a Estados Unidos merece algo más que un contundente reproche. Por fortuna, el populismo de Trump se estrellará contra el muro de una democracia que, pese a todo, es mucho más fuerte y poderosa que este atrabiliario personaje que pasará a la historia como el presidente que pretendió doblegar la voluntad de su pueblo. Derrotado en las urnas, se irá con la vergüenza y el oprobio. Cabe esperar que los que en España pretendieron y pretenden lo mismo -acabar con las instituciones democráticas- corran idéntica suerte.
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