Opinión

La inmigración irregular: «¿Otro silbido de Foster Dulles?»

Hay un episodio que está en la historia de la segunda mitad del siglo pasado, conocido como «el silbido de Foster Dulles». Con esa expresión se denominó un giro drástico de los peligrosos acontecimientos que se habían desencadenado en Oriente Próximo con ocasión de la nacionalización del canal de Suez por parte del presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, a partir de estas fechas de julio de 1956. Gran Bretaña y Francia, cotitulares de la compañía propietaria de la explotación de esa estratégica vía de comunicación marítima mundial, respondieron a la expropiación con una operación militar combinada de ambos países a la que se sumó Israel invadiendo el Sinaí.

La escalada bélica alcanzó un nivel crítico cuando el mandatario soviético Kruschev amenazó con intervenir en defensa de Nasser, entonces un líder de los países no alineados y promotor del panarabismo. Con las tropas aerotransportadas anglofrancesas ya preparadas para ocupar el Canal, se produjo un súbito giro de los acontecimientos, retirándose todas las tropas desplegadas en la zona. Nikita Kruschev había hablado con su colega norteamericano Dwight Eisenhower y su secretario de Estado John Foster Dulles desactivó la operación: fue su «silbido» el que está en la historia. Recordar este episodio viene a cuento -salvando, de momento, las distancias- del sorprendente silencio informativo que había caído como un telón acerca de los acontecimientos desarrollados en Francia, -no militares ciertamente- pero de muy sensible importancia política. Aquella situación fue considerada una extemporánea iniciativa, más propia de la época colonial en la zona, donde un muy significativo país árabe era la víctima frente al explotador europeo encarnado en Francia y el Reino Unido. Ahora parecen invertirse los papeles, por supuesto, de una manera muy diferente, pero no menos delicada y grave como síntoma de la situación social que subyace.

Ha sido la violenta insurrección desencadenada en Francia el pasado 27 de junio por multitud de jóvenes, ciudadanos franceses, hijos y nietos de inmigrantes procedentes de la francófona zona del Magreb y del África subsahariana, indignados por la muerte de un adolescente francés de familia argelina, por disparos de un policía, y que ha sido la espoleta que provocó el incendio saldado con más de 2.000 detenidos de un promedio de edad de 17 años como han informado las autoridades, por cierto la misma que el joven Nahel muerto. Ante la inminencia del próximo 14 de julio conmemorativo de la toma de la Bastilla por los revolucionarios de 1789, el gobierno de Macron ha prohibido la adquisición, tenencia y uso de todo tipo de material pirotécnico desde hoy y hasta el día 15 inclusive. La causa: haber sido usado profusamente por los jóvenes franceses que no se sienten integrados en su país de acogida y nacimiento durante estos días de violencia.

En esta ocasión no sabemos la procedencia del «silbido», pero «haberlo haylo», vistos sus efectos. Francia es un país esencial de la UE y su desestabilización, por un motivo tan políticamente incorrecto como la inmigración musulmana, no parece ser grato reconocerlo por Bruselas. No como capital de Bélgica, sino como capital de la UE, y también de la OTAN, que precisamente celebra la cumbre de 2023 este martes y miércoles en Vilna, la capital de Lituania, con el interrogante de la incómoda petición de incorporación de Ucrania. Europa está amenazada a medio y largo plazo de una islamización creciente de su población, a consecuencia de una inmigración con una tasa de reproducción muy superior a la autóctona, y desafecta hacia sus países de acogida y de ciudadanía, en los que no se integra y de los que Francia es emblemática muestra. Esconder la cabeza bajo el ala y cegar la información a la opinión pública y publicada no es la solución a un problema que espera una respuesta, solidaria, sin duda, pero a su vez proporcionada, responsable y eficaz. En España este debate se encuentra estigmatizado bajo la descalificación habitual de considerarlo como propio de la agenda política de la ultraderecha. No parece que ocupe un lugar destacado en la campaña electoral a la espera del inminente cara a cara de Sánchez y Feijóo.