Opinión

I Congreso Confederal Sanchista

En el final del verano se velan las armas y se prepara la estrategia del nuevo curso político. Feijóo involucra a los barones del partido y anuncia su plan de acoso, reconociendo y lamentando que no será de derribo. Aunque nunca se ha dispuesto de tanto material de ariete, se resigna ante el rastrillo de la fortaleza sanchista y termina con el «usted está para estar, no para gobernar». ¡Como si Sánchez no lo supiera!

Y también sabe Sánchez que las arremetidas de Feijóo no son lo peor con lo que tiene que enfrentarse. Desde lo alto de su almena no ve en el PP tanto un enemigo como su sempiterna oportunidad de reforzarse como paladín frente a la fachosfera. En este momento sus verdaderas amenazas están en los frentes judiciales que ya tiene abiertos y en las grietas que se puedan abrir desde dentro de` la ciudadela. Y para esas lides prepara su armamento: asegurar el control del poder judicial para desactivar cualquier ataque antes de recurrir al comodín de Conde Pumpido reforzar orgánicamente su partido alrededor del único objetivo: la consolidación del sanchismo.

De ahí la convocatoria del Congreso Federal del PSOE. Ante el alboroto que se empezaba a sentir, es necesario intervenir con firmeza: acabar, caiga quien caiga, con cualquier discrepancia, mostrando únicamente cohesión y uniformidad. Sánchez no se rebajará a intentar convencer a nadie, ya que las concesiones a los socios son intelectualmente inaceptables, sino que impondrá como único e incontestable principio su libertad de acción para asegurarse la permanencia en el poder. El mensaje es tan sencillo como obligatoria es su observancia; su implementación viene asegurada por el rotundo tajo de una espada.

Es posible que algún ingenuo hable de principios, de soberanía o de solidaridad, o que algún desavisado le pregunte al secretario general si se trata de estar en el poder ‘él solo’, o, dicho de otra forma, ‘si para estar él no tienen que estar los demás’. Incluso peor, que le recuerde que, como le fallen sus exiguas mayorías, `tampoco estará él y habrá sacrificado a todos los demás´. Ese valiente interpelante será invitado a salir de la sala, y los otros poco convencidos, que no querrán dormir al raso, aceptarán que los principios son mudables para hacerlos compatibles con lo que exija la mayoría que Sánchez necesite en cada momento.

Claro, que no es lo mismo una mayoría con comunistas que una mayoría con comunistas, independentistas y proetarras, como la que conforma el actual Frankenstein. En el primer caso, la apuesta nos lleva a la aplicación de un aberrante recetario de políticas sociales y económicas que todavía puede considerarse lícito; en el segundo, estamos incursos en un proceso de degradación democrática que quiebra libertades y derechos fundamentales del Ordenamiento Jurídico y aun principios esenciales de la democracia liberal.

Y ese es el gran y definitivo drama que se escenificará en Sevilla este otoño: no solamente se bendecirán todas las barbaridades que ya se han realizado, sino que se dará carta blanca para que las que vengan después, sean lo que sean, se conviertan primero en oportunidades y después en perentorias necesidades de mantenimiento del régimen.

En un espectacular marco el sanchismo se mostrará en todo su esplendor y tomará carta de naturaleza en las lanares y apesebradas estructuras del viejo PSOE. El viento se llevará (¿para siempre?) el socialismo constitucionalista (¿incluso democrático?) que siempre fue débil en sus principios irrenunciables y que siempre tuvo guiños con la falsedad, la deslealtad e incluso el golpismo.

Pero Pedro se ha quedado con la advertencia del díscolo y mientras le ovacionan al cierre del Congreso masculla para sus adentros: `es posible que efectivamente estemos acabando con la posibilidad de repetir esta mayoría, que ya es muy raquítica. Pero… ¡bah!, estamos a principio de legislatura; cuando eso ocurra ya se me ocurrirá alguna otra cosa. Ahora no estoy para pensar en eso; ya lo pensaré mañana…, ¡y mañana será otro día!´
(Música de obertura y fundido en rosa de su esfinge sobre una imagen de la puesta de sol reflejándose en las aguas del Guadalquivir.)