Opinión

Hiprogresía

Era normal, en la España de superchería y tradición, bajo las faldas de un nacionalcatolicismo de espada y confesión, encontrar en la clandestinidad publicaciones satíricas o escritos burlescos contra el régimen y sus normas, en ejercicios creativos que esquivaban la censura impuesta. Siempre apadrinados sottovoce por aquellos que vivieron bien en el franquismo y que luego fueron los más antifranquistas en la Transición, como suele suceder. No había la hemeroteca que hay ahora para destapar a tanto demócrata con careta.

Aquellos franquistas devenidos en anti fueron los abanderados de una nueva generación de progres redomados que hoy vemos en páginas de periódico y tertulias decirle a la gente cómo debe pensar, que está bien o está mal en aras de un supuesto avance social, y por qué deben culpabilizar de los males del mundo al diabólico capitalismo heteropatriarcal. Dicen que su espíritu es del 68, como si la vida fuera un prado concurrido de preocupaciones bañadas en LSD. Para ellos, el 89 es un mal sueño que no simboliza el oprobio caído, sino la creación de una nueva muralla global: la visión socialnarcisista de control del entorno. Un entorno que en el fondo desprecian, porque se vive bien del colectivismo, aunque sepan que es más una superchería teórica que una realidad de poderes taumatúrgicos.

Actualmente, se hacen notar por sus onomatopéyicas verborreas en defensa de lo indefendible. Por ejemplo, la siempre recurrente defensa del desnudismo físico de muchas mujeres en aquella España catolicona de cartón piedra era, en realidad, según su manual ético, una defensa de la libertad femenina, aprisionada por las seculares cadenas machistas. ¡Ay, esos curas que educaban en la moral claroscura de embudo estrecho, qué malos eran! Menos mal que llegó la democracia y con ella un protofeminismo con el que se sienten más a gusto, aunque lo practican de boca y oídas.

Los mismos, y las mismas, que alzaban aquella bandera de falda corta y escote largo, hoy claman al cielo laico en defensa del burkini y el derecho de la mujer musulmana a vestir como quiera. Se indignan en redes y tabernas, charlas y conferencias, por el despliegue policial en una playa de Niza, en la que los gendarmes obligaban a una mujer musulmana a despojarse de su libertario atuendo. Le cuesta a esta generación de progres entender que en Francia la República está por encima de todo, y si hace falta pasarse la sharia por el forro de la Marsellesa, se la pasan. En el fondo lo que les molesta no es que obliguen a la mujer a algo, a esa misma mujer que sigue sometida en todo país donde el Islam reina y gobierna. Lo que les fastidia es que se retrate su incongruencia, su doble rasero, su mísera vara de medir según sea el país y categoría social.

Son tan progresistas que hasta imponen un copyright al término, expidiendo certificados de pureza progre, como haciendo parodia de aquel club de Groucho en el que ni él mismo se admitiría como socio. Progresistas de los años 80 que beben y viven de la Guerra Civil mientras se abrazan con terroristas inhabilitados, hombres y mujeres que crecieron escuchando a Víctor Manuel y Ana Belén abrir y cerrar murallas a conveniencia. Progres que se indignan, desde sus lujosos barrios con seguridad privada, por la insolidaridad de sus compatriotas ante el presumible conflicto social que una inmigración masiva provocaría. Gente que aún cree en la lucha de clases. Por eso la mayoría tiene servicio propio en casa. ¡Toma casta! Progresistas de género que luego se muestran degenerados en su apuesta por la miseria moral que envilece Occidente. Progresistas de salón, progres de batín. Cuánto bueno hubiera escrito el ingenio de Quevedo ante semejante tropa.

Porque no se ocultan entre columnas de periódicos ni se avergüenzan de sus gracietas televisivas. Presumen de bondadosos y avanzados, de creadores de sonrisas y buen rollo. En su burbuja de carpe diem sólo entra quien paga cuota demostrada de buen progresista. Son así. Progres que convierten a la democracia en su prostituta de usar y tirar, amantes de la libertad mientras sean ellos quienes la dirigen, colectivistas de su propio beneficio, justicieros de corruptos según carnet e ideología. Progres hipócritas. Hiprógritas. Porque la libertad se defiende aquí y en Irán. A la mujer se la protege aquí y en Arabia Saudí. El laicismo se ensalza aquí y en Turquía. Pero es que no creen en la libertad, sino en su comodidad moral. Porque un cristiano nunca les lanzará una fatwa por ridiculizar su religión. ni les amenazará por hacer viñetas críticas. Pero no tienen tiempo de ser valientes, cuando ya lo han gastado todo en ser cobardes. Y es que no hay nada más conservador que un buen progre.