¿Un Gobierno de salvación para salvar a Sánchez? ¡Venga ya!
A Pedro Sánchez le importa más mantener la poltrona y el Falcon que resolver la pandemia del coronavirus. Y por ello hace de la obvia necesidad de acabar con esta pesadilla, virtud. Si fuera un estadista implementaría ya los consejos de Felipe González, que de política sabe entre 70 y 80 veces más que él. El candidato más votado de nuestra democracia le instó hace cinco días a suprimir la Pasarela Cibeles en que ha convertido esas ruedas de prensa diarias en las que faltan tan sólo los bedeles de los ministerios y a ser “más austero” a la hora de trasladar personalmente los mensajes. “La comunicación tiene que ser lo más directa, lo más breve y lo más empática posible”, resumió el hombre que presidió el Gobierno de España de 1982 a 1996.
Mucho caso no le ha hecho el sucesor, del sucesor, del sucesor de su sucesor. Porque, además de la Pasarela Cibeles en la que participan desde ministros hasta directores generales pasando por todo tipo de presuntos expertos, Pedro Sánchez se dedica a dar conferencias de prensa interminables coincidiendo con los telediarios y colapsándolos con la evidente intención de hacer desaparecer a la oposición modelo Juan Tamariz. Siempre en prime time. Breve, lo que se dice breve, no es muy breve. La de hace dos sábados duró exactamente una hora y diez minutos. Directo, por tanto, no lo es, porque da vueltas al mismo asunto de mil y una maneras aderezándolas con esas lágrimas de cocodrilo que no le harán ganar el Oscar de Hollywood al mejor actor. Se antoja más un remedo de ese Aló presidente del tiranozuelo ladronazo de Hugo Chávez o de los que protagoniza el narcoterrorista Nicolás Maduro. No llega a las siete horas que se tiraba el asesino Fidel Castro platicando y, desde luego, está a años luz en moderación gestual, transparencia comunicativa y austeridad formal de la infinitamente más creíble Angela Merkel.
El Este virus lo paramos unidos que contiene ciertas concomitancias con el “Unidas Podemos” de Pabla e Irena es otra vileza del personaje. Se trata, en resumidas cuentas, de utilizar el drama que vivimos en términos sanitarios, económicos y sociales para apelar a la unidad. Pero lo que en realidad quiere el responsable de que España sea el segundo país con más muertos del mundo es que nadie ose criticar su gestión so pena de ser tachado de “miserable”, “antipatriota” o, en el mejor de los casos, “irresponsable”. Se debe pensar el robatesis que el resto de los españoles somos tontos, que nos va a anestesiar o que los medios nos vamos a autocensurar.
Va dado. Porque al menos desde OKDIARIO continuaremos recordando que omitió las advertencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que en enero le instaban a hacer acopio de material sanitario. Que pasó de los avisos a navegantes del Csic, que datan también de hace tres meses. Que no sólo desoyeron al gran experto en materia biológica de la Policía sino que lo destituyeron. Y que, en el colmo del despropósito, el propio Salvador Illa plantó a la cumbre celebrada en febrero por la OMS para consensuar medidas a nivel mundial cara a la catástrofe que se avecinaba como esos tsunamis que sabes horas o días antes que acabarán sí o sí en tu playa. Y, por supuesto, no pararemos hasta que pague por haber forzado la máquina para llegar a ese 8-M que disparó exponencialmente el número de contagios y consecuentemente de óbitos. Porque haber autorizado las concentraciones de cientos de miles de personas desconociendo el nivel de expansión que alcanzaba ya el virus no es punible, pero otorgar el nihil obstat conociéndolo como lo conocía está tipificado en el Código Penal.
La diferencia entre ese gran país que es Corea del Sur y nosotros es que allí sus gobernantes hicieron los deberes a tiempo
Las cifras demuestran que, tal y como yo anticipé hace tres semanas, estamos “en las peores manos en el peor momento”. Somos los número 2 del mundo en muertes en términos absolutos: 11.744 por las 15.362 de Italia (país cuyo Gobierno está dominado por los podemitas locales de Cinco Estrellas) y los segundos en cifras totales de contagios tras los estadounidenses que, conviene no olvidarlo, nos septuplican en habitantes. Dios quiera que me equivoque, pero me temo muy mucho que hoy o mañana seremos también los primeros en decesos por cada millón de habitantes. En términos relativos ya ocupamos la primera posición en infectados. Basta con averiguar las poblaciones de los tres peores de la clase para llegar a esta conclusión: Estados Unidos suma 327 millones de personas, Italia supera por poco los 60 millones y nosotros no llegamos a los 47. Por cierto: a casi igual población, 50 millones, Corea del Sur, que está pegada a China, tan sólo acumula 10.176 contagios y 177 fallecidos. La diferencia entre ese gran país y nosotros es que allí sus gobernantes hicieron los deberes a tiempo, comprando y fabricando test a gogó, y aquí mientras tanto se dedicaban a preparar y jalear el 8-M y el “quiero llegar a casa sola y borracha”.
Ahora Pedro Sánchez se descuelga con una propuesta formal para reeditar los Pactos de La Moncloa del gran Adolfo Suárez que pusieron la semilla de 40 años de prosperidad, exceptuando esa gran recesión mundial de 2008 que Zapatero agravó sideralmente por estos lares por sus políticas suicidas de gasto desaforado y falsificación de las cuentas públicas. Los celebérrimos acuerdos de 1977, con el superlativo Enrique Fuentes Quintana a los mandos del Ministerio de Economía, buscaban la paz social ante un escenario complicadísimo por la crisis del petróleo, que disparó la inflación de España a niveles del Tercer Mundo, un 26%. O fraguaba la paz social o no habría crecimiento. Y, si no había crecimiento, la Transición quedaría reducida a la condición de sueño de una noche de verano, se desencadenarían revueltas por todo el país y del ruido de sables los militares franquistoides —que eran la mayoría— pasarían a la acción con la más que probable vuelta a un régimen autoritario. Así de sencillo.
Sánchez desea que la oposición le perdone sus disparates y le ayude en la misión de lograr la amnesia del imaginario colectivo
El autocratilla Pedro Sánchez quiere unos nuevos Pactos de la Moncloa en forma de cheque en blanco. Olvida, tal vez por su ignorancia supina, quizá por su proverbial desahogo, que el compromiso forjado en 1977 se hizo sobre la base de las renuncias mutuas. Lo que en realidad anhela nuestro protagonista es montar la escena del sofá que le preparaba Felipe González a Manuel Fraga cada vez que lo invitaba a Palacio y que culminaba con el líder de la oposición saliendo de la cita en la cumbre convenientemente anestesiado. En el fondo, desea que la oposición le perdone todos sus disparates, que le ayude en la ciclópea y no sé si imposible misión de conseguir la amnesia del imaginario colectivo. Está obsesionado con borrar de nuestra memoria las tragedias que están viviendo cientos de miles de familias por la dolosa negligencia presidencial en la conducción de una crisis, la del maldito coronavirus, en la que ha antepuesto la ideología y el poder a la salud de sus conciudadanos. De eso va la manida llamada a “la unidad frente a esta guerra invisible”, que nos sueltan a diario cual loritos los lametraserillos periodísticos del sanchismo.
Otros pelotas compulsivos reclaman un Gobierno de salvación nacional, hipótesis que estaría muy bien si no fuera porque en sus bocetos contemplan que el problema sea parte esencial de la solución. Que Pedro Sánchez siga siendo el teórico baranda, que Pablo Iglesias se mantenga como vicepresidente y que hasta ¡¡¡ERC!!! —no es broma— figure en ese Gabinete. ¡Cómo va a continuar un presidente que es el sujeto y el objeto del error en la conducción de una tragedia que nos deja como un país de pandereta ante el resto del mundo y que en la sombra continúe mandando ese maquinista loco de La General llamado Pablo Iglesias, que con 35 míseros escaños quiere aprovechar que el Pisuerga pasa por Galapagar (o por el barrio de Salamanca, que no sé ya muy bien dónde vive) para expropiar y nacionalizar a trote y moche! ¿Estamos locos? Cualquier salida de este tipo pasa inexorablemente por la renuncia del responsable de la brutal incidencia de la pandemia en España y su sustitución por un socialista o una socialista que goce del consenso intra y extramuros. Esto es, que llegue con la venia de la oposición y de quienes nos tendrán que rescatar desde Fráncfort, Bruselas, Berlín y no sé si Washington.
La legislatura está acabada. Cualquier solución al envite que el destino nos ha preparado pasa por cualquiera menos por el dúo Sánchez-Iglesias. Y si quieren la colaboración de PP, Vox y Cs para echar lealmente una mano en el enfoque de la salida a la crisis económica, que antes fijen elecciones para la vuelta del verano. Si no, que se olviden del centroderecha y de la derecha. Ni los unos ni los otros van a mirar hacia otro lado, a callar o a silbar mirando al cielo como si nada hubiera pasado. Ni pueden, ni deben, ni tampoco quieren colaborar en el encubrimiento. Los españolitos de a pie no se lo perdonarían jamás. Como decía Milan Kundera, “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Ésa es la tarea que tenemos por delante. Se lo debemos a las víctimas y a sus familias.
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