La frivolidad de Pedro Sánchez
Si alguien quiere saber cómo va a ser la agenda de Pedro Sánchez en las próximas semanas no tiene más que viajar a la realidad paralela, cinematográfica de serie B, que es la que está marcando sus pasos últimamente. A Sánchez ahora sólo le preocupa su videobook, esas horas largas de metraje para su hortera miniserie con la que conseguirá aburrir hasta las ovejas de cara a las próximas elecciones generales.
El pasado viernes, mientras todos los líderes políticos de la derecha española se dejaban querer por tierras andaluzas una vez iniciada la campaña electoral, a Pedro Sánchez y a su corte de corifeos no se les ocurrió otra cosa que organizar un viaje a Moldavia, país que probablemente ni él sabrá localizar en el mapa de Europa y cuyas compras de nuestros bienes y servicios no alcanzan siquiera los 50 millones de euros. Es decir, 500 veces menos de lo que factura al año una empresa como Mercadona. ¿Entonces qué pinta el presidente español en aquel país?
Eso también me lo pregunto yo. Lo primero que tiene que hacer el presidente de cualquier país medianamente serio es defender los intereses nacionales y estratégicos de la nación que preside. Si uno se pone a repasar que intereses españoles ha defendido en el exterior Sánchez, le sobran los dedos de la palma de una mano. Ni Marruecos, ni Argelia, ni Gibraltar, ni América Latina, ni EEUU, ni nada de nada. Con este gobierno, Sánchez representa en el mundo una triste función, pintando lo que la Tomasa en los títeres, nadando en la nadería.
“España está con Moldavia” proclamó de forma desaforada un Pedro Sánchez desde la capital moldava imitando a Scarlett O’Hara en “Lo que el viento se llevó”. No estaría mal la frase si no fuera porque es mentira todo lo que en ella se esconde. Horas después de decir que España estaba del lado de dicho país como lo había estado con la vecina Ucrania conocimos la queja lanzada por el embajador ucraniano en España quien denunció amargamente que el material militar provisto por Sánchez era tan insuficiente que no superaba dos horas de combate.
Cualquiera puede imaginar que este exabrupto del representante del Gobierno de Zelenski en España no fue lanzado de manera fortuita. Es la verdadera expresión de lo que el Gobierno ucraniano piensa de Pedro Sánchez y sus ministros. Ya lo destaqué el pasado mes de marzo cuando el dirigente ucraniano pegó un tirón de orejas al español en su reunión del Consejo Europeo.
Todo ello ha mermado la credibilidad actual de España en el exterior. Además de haber puesto recientemente en evidencia y en el centro de atención a los servicios de inteligencia españoles, que si de por algo se habían caracterizado siempre era por su profunda discreción, Sánchez no cuenta con la confianza de un presidente como Biden, nefasto en muchas de sus políticas, pero que como máximo exponente de la política estadounidense sabe a quién profesar cariño o desprecio.
A Sánchez sólo le preocupa ahora su miniserie kitsch que quiere que le eleve a las esferas internacionales una vez visto que en España, día que pasa, apoyos que pierde. Al menos tendrá la foto suya en Moldavia, donde nos dirán que es el primer presidente español en visitarlo, pero nos callarán que Sánchez es el primer dirigente político español de la democracia en no haber sido invitado a la Casa Blanca. Y es que Pedro Sánchez, el ‘Napoleoncito’ de la Moncloa, aporta a la política exterior lo que Rodolfo Chikilicuatre al mundo de la música.
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