El final de la escapada de Iglesias

El final de la escapada de Iglesias

Difícilmente podría realizarse una gestión peor en el caso del ‘Open Arms’ que la llevada a cabo por el Gobierno socialista. De rechazar recoger a los inmigrantes en España a enviar a las costas italianas una fragata a tal efecto y mientras tanto, en todo ese lapso de tiempo, Sánchez fue tomando mil decisiones distintas al buen tuntún, sólo guiándose por el golpe de efecto, por la inmediatez de la repercusión mediática. Al final la crisis se resolvió porque el sol salió por Antequera, desembarcando los inmigrantes en la isla de Lampedusa.

Pero una cosa es el día a día del sanchismo, donde su brújula es un tacticismo de vuelo corto y otra muy distinta, su proceso de toma de decisiones con la formación del posible nuevo Gobierno. Aquí no nos duele prendas reconocer que Pedro Sánchez está demostrando ser un consumado maestro de los tiempos, acorralando poco a poco a Iglesias ante la desagradable tesitura de apoyarle –aunque sólo sea para su investidura– o tener que ir a nuevas elecciones, donde sabe que los socialistas le darán una nueva dentellada en votos y diputados a los podemitas.

Este es el marco político-electoral, esta es la estrategia de Sánchez y, ante ello, Iglesias poco tiene que hacer. Podemos es una formación en franca decadencia, desgastada por los mil y un escándalos de su cuadrilla dirigente y por su propia inconsistencia orgánica e ideológica, y llamar a Carmen Calvo al Congreso para que rinda cuentas sobre la mala gestión del ‘Open Arms’ sólo servirá para ocupar los titulares del día. Mientras tanto, el tiempo seguirá corriendo en favor de Sánchez, y en el final de esta particular escapada de Pablo Iglesias sólo seguirá habiendo dos opciones: o apoyar a Sánchez o nuevas elecciones.

Pablo Iglesias tiene que comprender dos cosas: primera, ningún gobierno de Europa occidental aceptaría tener dentro a un radical de extrema izquierda de su perfil y segunda, que su tiempo político ha terminado. Es tiempo de volver a las clases de la universidad –profesión dignísima, por cierto– y de dejar el juguete de Podemos en otras manos.

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