Fin de los fastos primaverales del sanchismo
Lo relevante en las elecciones catalanas es que se ha consumado un sorpaso por parte del candidato aspirante (tanto a la amnistía como a la presidencia de la Generalitat) que complicará mucho el futuro de muchos, tanto dentro como fuera de Cataluña. Los titulares, sin embargo, son para la holgada victoria del PSC, obviando que su éxito tiene origen en despropósitos de los independentistas, que los socialistas han hecho suyos y que, por tanto, no debieran utilizar, y que debiera tener consecuencias que el sanchismo tiene que desactivar.
Y es que las citas electorales que han tenido lugar esta primavera en el País Vasco y en Cataluña sirven para ventilar liderazgos locales y, claro, decidir gobiernos autonómicos; pero, en clave nacional, son unos caucus internos del sanchismo que sirven para recolocar las mismas piezas.
En estas elecciones el sanchismo ganaba sí o sí, y España perdía irremediablemente. PP y Vox, con limitados apoyos, dirimían cuitas particulares, y el partido de verdad no tenía ninguna emoción porque el resto de los equipos marcaban en la misma portería. Al guardameta del España F.C. le chutaban sus defensas o quienes decían que eran sus defensas; los que como el PSC o el PSE pretendían ser constitucionalistas lo fueron única y tímidamente durante la campaña, disimulando que en las pelotas divididas, como es la ideología identitaria y supremacista, o no metían el pie o le daban la bola al contrario.
Al final estos enfrentamientos, que solamente podía ganar el sanchismo por goleada, servirán para que todo siga igual, y para que los socios de Pedro Sánchez sigan gobernando las autonomías que les tiene cedidas a perpetuidad a cambio de que a él le mantengan en Moncloa.
Aunque, como ha pasado en la liga de fútbol, los trofeos a los vencedores no se van a entregar hasta después de las elecciones europeas del 9 de junio, está claro que ahora cambia la competición y empieza otro partido, y que éste se va a jugar en un campo abierto a la globalidad y diversidad de todo el país.
Sería deseable que, como para Rafa Nadal los torneos de Madrid y Roma, para los opositores del régimen las elecciones autonómicas hayan servido para coger la forma y para comprobar que se han curado las lesiones que arrastraban desde la temporada pasada. Ahora que ya han calentado, tienen que salir a la campaña de las europeas sin especular y disputando cada balón. Y, sobre todo, sin dejar de presionar en todos los frentes, ya sean las mentiras y la deslealtad del presidente, las corrupciones que sobrevuelan al Gobierno o la degeneración democrática e institucional. Si hay algo que ha quedado claro, en especial después de la farsa de la posible renuncia de Pedro Sánchez, es que todo vale y en todo momento, y que, en la disputa con el sanchismo, cuando no se gana se pierde; por eso, ni puede tener treguas ni puede realizarse con una mano en la espalda.
Y si eso se espera de la oposición, también sería deseable la más extensa movilización de los españoles: los que en Cataluña y el País Vasco ya han salido esta primavera, aun siendo minoría, para decir que no se avergüenzan de serlo, y los del resto de España que han podido presenciar el aquelarre que en esta campaña el sanchismo en pleno ha hecho con nuestra nación.
Y es que, para competir con sus socios secesionistas, el socialismo ha enseñado la engarrada y peluda patita. La campaña exigió a Illa reconocer como suyas aspiraciones que antes parecían ser solo del soberanismo: desde la financiación asimétrica a la autonomía fiscal o desde la profundización en la inmersión lingüística a la descentralización del Poder Judicial, con un consejo independiente y con sus propios jueces y fiscales. Y todos estos extremos no son opinativos y nadie pueden negarlos, ¡están recogidos en su programa electoral!
Pero todas esas inequidades, injusticias y discriminaciones, que han reconocido durante la campaña porque les servían para ganar en Cataluña votos supremacistas, o simplemente egoístas, deben servir, en pura lógica, para perderlos en el resto de España.
Y, por último, la movilización ante la evidencia de una Comunidad Europea cada vez más influyente en todos los ámbitos de la política nacional. Estamos viendo, por ejemplo, que en el desenmascaramiento del sanchismo se necesitan a las instituciones comunitarias, ya sea para delatar la antijuridicidad de la Ley de Amnistía o para denunciar y perseguir el uso ineficiente, cuando no fraudulento, de los Fondos Next Generation.
En fin, hasta aquí el calendario ha marcado fechas propicias para los fastos sanchistas, pero para reverdecer las iniciativas de la oposición todavía queda primavera.
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