Opinión
Apuntes incorrectos

Ferrovial: golpe bajo y fusilamiento público

Me llama un amigo completamente descompuesto por la marcha de Ferrovial de España. Repudia la decisión, dice que empobrecerá a nuestro país -lo cual sólo es cierto en parte- y que habría que impedir este tipo de operaciones como hacen otros estados europeos, que no habrían permitido tal felonía. Lo curioso de esta opinión, que, por otra parte, comparte el grueso de la izquierda y otros que desconocen el funcionamiento de la economía, es que mi amigo no es un cualquiera: ha sido hasta hace muy poco el principal ejecutivo de una gran multinacional y es simpatizante de Vox. De momento, que yo sepa, el partido de Abascal no se ha pronunciado al respecto, gracias a Dios. Sólo Macarena Olona, que se ha apartado hace tiempo de Vox, y que tiene unas ideas cada vez más peregrinas, ha escrito el siguiente tuit: «Del Pino es la tercera mayor fortuna de España, gracias a las obras públicas pagadas por los impuestos de los nacionales. Su cuenta de resultados no le parece suficiente, y decide abandonar España para pagar menos impuestos. Patriotismo de bolsillo». No sería descartable, tras estas consideraciones tan prosaicas, que la señora Olona ingresara en el Partido Socialista, en el caso improbable de que se lo permitieran, porque sus argumentos son igual de banales y estúpidos.

Ni que decir tiene que detesto esta manera de pensar. Es primaria, de baja estofa, servil a las tesis del proteccionismo, que ha vuelto a resucitar al hilo de las últimas crisis, pero que habría que desterrar del imaginario público y de la escena internacional. Bastante más inteligente ha sido la respuesta de Feijóo: «En vez de lanzar una cruzada contra del Pino, quizá el presidente Sánchez debería preguntarse si sus políticas tienen algo que ver con lo sucedido». Porque este el quid de la cuestión. Ferrovial cambiará la sede en busca de mayor seguridad jurídica -en almoneda desde que este Gobierno infame ocupa la Moncloa-, huyendo de la represión fiscal y con el propósito de conseguir la mayor flexibilidad posible para captar capital, obtener financiación e impulsar decididamente el negocio ampliando el perímetro de la empresa, así como dando mayor satisfacción a sus accionistas, igual que a los empleados.

España se ha convertido en un país hostil para el mundo de los negocios. Los cambios de las reglas del juego son constantes, la regulación es endiablada, y las ocurrencias fiscales recurrentes, a fin de que los llamados más ricos contribuyan monetariamente todavía más y arrimen el hombro -esa expresión tan manoseada por los socialistas que se ha convertido en hedionda-. En los dos últimos años ha subido el Impuesto de Sociedades, han aumentado las cuotas sociales, se han aprobado tributos o tasas de nueva generación para gravar los falsos beneficios extraordinarios de bancos y de eléctricas, castigando su cuenta de resultados y minando a sus accionistas, y se han evacuado multitud de normas relacionadas con la ecología o la igualdad de género que elevan los costes de las empresas y complican su desempeño diario.

Más del 80% de los ingresos de Ferrovial procede del exterior, el 90% de su capital está en manos extranjeras y lo mismo sucede con sus inversiones. Gracias al éxito incontestable de Ferrovial, el señor Del Pino es una de las mayores fortunas del país, así como, personalmente, uno de los mayores contribuyentes a la Hacienda pública. Esta situación que provocaría la admiración en Estados Unidos y en cualquier otro estado civilizado, aquí sólo desata la envidia insana y el resentimiento azuzado por el jefe del Gobierno.

Ferrovial comenzó su andadura en España y ha ido adquirido músculo desde 1954 gracias a la concesión de obras públicas, pero, sobre todo, a su buen hacer y excelencia. Y bien: ¿cuál es el problema? Se supone que los contratos de la Administración, en este caso para la realización de infraestructuras diversas que han mejorado notablemente la vida de los españoles, los gana el que ofrece la mejor relación calidad-precio. Lo contrario equivaldría a sospechar de sobornos, prevaricación y malas artes, y yo soy una persona alejada de los pensamientos impuros.

El caso es que la reacción del Gobierno al cambio de sede ha sido de una violencia brutal, inédita. Y ha sido de esta manera no sólo por la mala educación consumada de todos los ministros y ministras sin excepción, sino porque la decisión de Ferrovial ha sido un golpe directo al hígado de Sánchez. Toda su fanfarria europeísta, su aire presumido sobre las supuestas buenas relaciones que mantiene en Bruselas, su presunto don de gentes en la escena internacional y sus exageradas expectativas sobre la presidencia de la UE que ostentará en el segundo semestre de este año han saltado inesperadamente por los aires. Sus coqueteos con la élite mundial de Davos, sus viajes a Nueva York y los encuentros con fondos de capital riesgo para vender las falsas virtudes de la España bajo su égida son desde ahora agua de borrajas. Así, de un plumazo, de manera inesperada. Porque lo que de verdad importa los inversores, lo que llama poderosamente la atención del mundo del dinero son los hechos. Y el suceso insoslayable es que una de las principales empresas españolas ha repudiado su país por muy buenas razones. Esto es la trascendente. Esto es lo que vale, los hechos frente a la propaganda obscena. La señal más negativa que se puede lanzar a los mercados.

El fusilamiento público al que se ha sometido el señor Del Pino a cargo de Sánchez está rebasando todos los límites imaginables. Hasta ahora venía escupiendo a la cara a los ejecutivos más ilustres del país, acusándolos nominalmente de codicia, exponiéndolos en la plaza pública; pero en éste caso ha rebasado todas las líneas rojas hasta montar una verdadera caza de brujas en la que han participado los miembros más preclaros del Gabinete con Nadia Calviño a la cabeza -ya les he dicho muchas veces que es la peor con diferencia-. Pero esta respuesta tan desmedida e inmoderada, esta incursión en el matonismo, no hace sino confirmar lo acertado de la decisión de Ferrovial: mejor poner pies en polvorosa de un país cuyo Gobierno denigra cotidianamente de los empresarios, con el argumento, entre otros, de ser antipatriotas; y lo dice Sánchez, que sólo conserva el poder gracias al apoyo de los enemigos de la nación.

Deseo mucha suerte a Ferrovial en su nueva andadura. A pesar de todas las injurias va a seguir ligada a España, donde emplea a 5.000 personas, pero además, a partir de ahora, podrá cotizar en acciones ordinarias en Wall Street, captar más inversores y capital, podrá emitir bonos sin padecer las trabas burocráticas absurdas que se imponen en España, satisfará a sus accionistas debido a los menos impuestos que pagarán por los dividendos, librará a parte de sus ejecutivos de tener que pagar la sanción a las llamadas grandes fortunas, y podrá impulsar con mucha mayor determinación su negocio, crecer con más velocidad y también con mayor profundidad. Me temo que si tenemos la desgracia de que Sánchez vuelva gobernar tras las elecciones de diciembre, otras empresas seguirán su camino. Y harán bien, porque el clima que soportan aquí es insufrible. No son ellas las que con esta actitud empobrecerán nuestro país -como sostiene incomprensiblemente mi amigo el ejecutivo-, sino el actual presidente con sus leyes inicuas, su aire chulesco y su desafío permanente a las reglas del mercado y al más elemental sentido común.