Opinión

Feijóo y Urkullu, dos tipos más iguales que diferentes

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Javier Maroto, que fue alcalde por dos veces en Vitoria y que ahora es jefe parlamentario del PP en el Senado, lo explica muy bien: “Urkullu es a los vascos como Feijóo a los gallegos: la seguridad». Urkullu va por la vida explotando una realidad como si fuera un redivivo Robin Hood, de quien se decía que robaba a los ricos para darle a los pobres. Los hombres del PNV, los chicos listos de Deusto, vienen a Madrid, dejan al Gobierno Civil en cueros y regresan a Vitoria como gudaris que llenan los bolsillos de las tres provincias. Es así: en estas elecciones del día 12 a los votantes les trae por una higa que su gestión en Vitoria contra el maldito virus haya sido de las peores de España, la prueba son los rebrotes de Basurto y compañía.

También que ahora mismo los restos de dos trabajadores permanezcan ominosamente en el vertedero de Zaldívar. Incluso que los nacionalistas se forraran en Álava depositando en el diputado foral De Miguel la responsabilidad de dar negocio sustancial a todo lo que transpirara ikurriña. Igual. Puestos al habla con algunos presuntos electores del PNV te dicen coloquialmente así: “Estos, los de Sabino Arana, nos dan muy bien de comer”. Y por tanto les apoyan a raudales restando cada día más votos desde el centroderecha al pobre PP vasco que ahora mismo se encuentra ya a la vera misma de la inanidad.

Digo yo que a estos nuevos conmilitones del nacionalismo no les importa nada que, gota a gota, el PNV se vaya comiendo los restos de España, porque, fíjense: ¿qué le queda ya a nuestro Estado allí arriba? Pues casi nada: apenas la representación internacional que ya la cubre concretamente la Unión Europea, las prisiones que nunca quisieron pero que ahora reclaman para quitarle la primogenitura a Bildu, los restos de la Seguridad Nacional, y el retrato del Rey que el PNV se dispone a descolgar en comandita con lo peor de la sociedad.

Ya se ha olvidado de aquel antiquísimo “Pacto con la Corona” que, en los comienzos de la Transición defendían los clásicos Ajuriaguerra e Irujo. Ya, con las nuevas sinecuras que le van a a arrancar en la negociación de los Presupuestos al desahogado Sánchez, el País Vasco lo tiene todo en orden como para decir un día: “Y, ¿qué hacemos aquí  si somos y nos comportamos como un Estado independiente?”. Una vez, no hace mucho tiempo, le escuché la siguiente amenaza al pícnico presidente del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortúzar: “O nos dan o nos vamos”, es decir que están a punto de marcharse porque a los “españolazos” (denominación de Ortúzar”) ya casi no tenemos nada más que regalar porque hasta el Athletic es una sucursal de Sabin Etxea, la casa del PNV donde, según afirmaba en su día Alvarez Cascos, “se come el mejor bacalao al pil pil de todo Euskadi”.

Estoy por decir en consecuencia, que a los vascos que oficialmente no son del PNV pero que votan al partido, no les importa mínimamente lo que acabamos de describir: “Ande yo caliente, con buena purrusalda en el cuerpo y ríanse los maquetos de Extremadura a los que, encima, les compramos a buen precio el mejor jamón de sus dehesas”. Así son las cosas, de cara a unas elecciones vascas que se están comparando con las gallegas, pero con las que tienen poco que ver, salvo una cosa: la primacía del líder sobre el partido. Feijóo en Galicia se ha cargado el pajarillo del PP que no es una gaviota sino un charrán, y se ha quedado con ese azul forzado de Purísima que, a los galaicos, tan acostumbrados al gris de las borrascas, les resulta sumamente agradable.

Feijóo ya ni siquiera se molesta en afirmar, como en la campaña de hace cuatro años, que “esta será la última” porque sus electores, tan ambiguamente listos, no le piden ese sacrificio. Los gallegos votan a Feijóo y no se molestan en pensar que es el del PP. Una anécdota al respecto: hace unos días, un médico orensano contaba que se topó muy recientemente en un bar de carretera con cuatro paisanos vestidos un lunes con su mejor traje dominical. “¿Qué hacen ustedes -les preguntó- ataviados de esta guisa?” y el más arriesgado le replicó: “Porque le conocemos a usted de toda la vida y a los cuatro nos ha curado muchas veces, sino no le diríamos la verdad: hemos dicho a nuestras mujeres que vamos a la boda de un amigo del colegio, pero, no: vamos a apoyar a Feijóo”. Por eso, por razones de mera utilidad práctica (por Galicia ha pasado el virus sin molestar demasiado) el día 12 Feijóo se va a hinchar a votos.

Lo contrario a lo que le va a suceder en el País Vasco el animoso Iturgaiz, que podría presentar en los tres territorios una pléyade de agravios, en forma de persecución terrorista, que le deberían aupar a un resultado aceptable. No lo va a hacer y ¿saben por qué? Pues porque en el País Vasco ETA ya ha sido deglutida. Hace apenas cuarenta y ocho horas que se cumplieron los veinte años del asesinato del concejal del PP Manuel Zamarreño, un tipo inocente de Rentería, su pueblo, que no había dudado en sustituir a su compañero José Luis Caso, cuando éste, veintitrés días antes, también fue vilmente destrozado por la banda. Pues bien: en Rentería, ni un recuerdo, ni un homenaje a ambos. En el País Vasco lo que ahora molesta no es la memoria de las víctimas de los criminales, lo que molesta es que se haga memoria de tanta incuria. Ahora se lleva la eficacia, dentro de su bronco y ronco mensaje, del tecnócrata  que, ya lo digo, va a arrasar en las urnas del 12 de julio.