Un fantasma recorre Europa
Mucho se está hablando en estos días del alivio que ha producido en el mundo occidental la victoria de Emmanuel Macron en Francia. Al contrario que en España, Gran Bretaña y Estados Unidos, esta vez no fallaron las encuestas. Macron ha pescado en río revuelto; la galopante crisis política y social que asola Francia se lo ha puesto en bandeja al candidato de la banca, que hace unos meses no aparecía ni siquiera entre los favoritos para la presidencia. Los poderes financieros, empresariales y mediáticos se pusieron a su servicio para asegurar una victoria neoliberal aplastante en la segunda vuelta. Hay que reconocer que fue inteligente al saltar del barco socialista antes de que se hundiera definitivamente, pero ahora se ve ante la complicada papeleta de formar una mayoría parlamentaria sin ni siquiera tener un partido político al uso.
“Al menos no ganó el populismo de Le Pen”, se consuelan muchos. Las elecciones legislativas están a la vuelta de la esquina, y con casi 11 millones de votos, el Frente Nacional ya se puede declarar ganador en muchos sentidos. Han conseguido lo que querían: la semilla del odio, la xenofobia, el ultranacionalismo y las políticas racistas y autoritarias se propagan por toda Europa como la peste desde hace ya unos años. El UKIP de Nigel Farage en Reino Unido, Geert Wilders en Holanda, Norbert Hofer en Austria o Amanecer Dorado en Grecia. En los países escandinavos, el discurso islamófobo y antisemita es una tendencia mayoritaria y al alza. El partido xenófobo Alternativa por Alemania ya es uno de los tres más votados del país y sigue creciendo. Aún me sorprende que no nos atrevamos a llamar a estos partidos por su nombre, ¿por qué decimos populismo cuando queremos decir fascismo?
Una de las cosas más preocupantes de este auge del totalitarismo es que han vuelto a conseguir, como a principios del siglo pasado, que se empiecen a ver con normalidad las políticas xenófobas y del odio. Estos partidos se dirigen a parados de larga duración, gente poco formada, abstencionistas y grandes núcleos obreros que se sienten frustrados con el sistema actual. Aprovechan su desesperación para sembrar el resentimiento hacia el que viene de fuera, haciéndolo culpable de todo lo malo que les pasa a ellos.
Con la victoria de Macron en Francia, respiran aliviados los poderes fácticos, la bolsa y el liberalismo continuista. No ganó la candidata xenófoba, pero tampoco podemos decir que haya ganado un candidato para la gente; entre abstenciones, votos nulos y en blanco hay más de un 35% del electorado que ha decidido no pronunciarse, y esto siempre es muy mala noticia. Pero aún así hay cierto optimismo en Europa por este resultado. Aquí en España, sin ir más lejos, Albert Rivera se mira en Emmanuel Macron y se ve guapo, aunque de momento lo tiene difícil, porque a pesar de la tremenda fractura en la izquierda, tanto los votos de la derecha neoliberal como de la derecha nacionalista de toda la vida siguen aglutinados en el Partido Popular. Y mientras, Francia celebra una victoria temporal. Pero un fantasma sigue recorriendo Europa: el fantasma del fascismo.
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