Las (falsas) promesas y las (malas) compañías
El populismo es consustancial a la política y las citas electorales funcionan como un emético de incumplibles promesas. Pero hace mucho tiempo que no se veía una campaña tan descaradamente populista, excediendo, incluso, a aquella del 2019 en que Pedro Sánchez puso en marcha los viernes sociales.
Para gestionar ese incontenible flujo es recomendable un acercamiento, no ya descreído, sino opuesto al que pretenden. Cuando los políticos se ponen en modo subastero hay que quedarse con el que menos prometa, porque es el que menos nos va a engañar. El engaño, además, es circular y se produce irremisiblemente: o te engañan porque no tienen ninguna voluntad o posibilidad de cumplir las promesas, o porque si se aplican a cumplirlas lo harán malgastando tu dinero.
Y es que, en esta desbocada carrera de ofertas populistas, los políticos vuelven a olvidarse de los que pagan la cuenta. No hay ninguna de las promesas que vaya a aprovechar a esa menguante clase media que mantiene el entramado buenista de supuestas minorías sociales con supuestos derechos, de supuestos sindicatos o de supuestos ecologistas con el que se retroalimenta el progresismo.
Como ejemplo, y en la más jocosa reducción al absurdo, se aprueba hoy una partida para que los jubilados vayan al cine por dos euros; todo un Gobierno con 22 ministros aprobando una medida propia de un ayuntamiento pedáneo para su cine parroquial.
¡Basta ya de bromas! Solamente con una presión fiscal razonable, que permita tener rentas disponibles crecientes y que incentive el trabajo y el ahorro, se mejora el bienestar de la población y se incrementan las clases medias que aseguran la sostenibilidad económica. Todo lo demás, llámense bonos, pagas, subvenciones, tickets o descuentos, solamente genera una apariencia de riqueza y de bienestar que el socialismo necesita para mantenerse al frente del sistema, aunque sirva, en realidad, para deteriorar el propio sistema.
Y sin dejar el incesante vómito de promesas, ha llegado el momento de poner en escena a los partenaires que, más o menos forzadamente, acompañan a los principales actores. En las horas bajas del bipartidismo la política se perpetra en compañía de otros, y es muy conveniente que en las campañas se transparenten las obligadas alianzas.
Sánchez contaba con mostrarse junto a los mandatarios europeos en vísperas de su presidencia de turno y, además, como caída del cielo llegó la invitación de la Casa Blanca. Sin embargo, quienes de verdad mandan lo han demostrado cambiándole toda la escenografía: ¡es Bildu y no Biden tu socio pre y postelectoral! El presidente no tiene otra que aguantar porque lo suyo son campañas a tres bandas. No le pueden fallar ni los populistas, amontonados por lo civil o lo militar en el yolishow, ni los independentistas, con o sin etarras en las listas; no olvidemos que todos ellos forman parte del sanchismo. Y aunque se corre el riesgo de que alguno más de los antiguos votantes socialistas salga espantado, calculan que el que se tenía que ir ya se ha ido, y que los que quedan son los auténticos patanegra del más sectario PSOE y que aguantarán lo que venga.
Para Nuñez Feijóo, al que se le nota que empieza las campañas deseando que terminen, hablar de su futuro junto a Vox le gusta menos que ir al dentista. Y no sólo por su afinidad por la política de género fluido, sino también porque sabe que tiene que terminar de recoger los restos de Ciudadanos. De ahí que le salgan tan bien esas muequitas de asco.
Pero a estas alturas de la función, y de las encuestas, ya no se puede mirar para otro sitio y no sirve hacer el don Tancredo en mitad del escenario. Se debe decir bien claro que, al contrario que las compañías de otros, Vox, ni por acción ni por opinión, puede ser tachado de ilegal, ilegítimo o ni siquiera indecente. Una vez más Díaz Ayuso les ha mostrado el camino. Ya llegará el momento de parar sus excentricidades, pero entrar en el juego de estigmatizar a Vox y arrastrarlo por un estercolero de indignidad antidemocrática no sólo es injusto, sino sobre todo inútil.
Es muy poco probable que se pueda ganar el partido jugando sólo a defender. Las irrisorias promesas y las inaceptables compañías del sanchismo son un trampolín, pero es quizás momento de dar un paso adelante de sinceridad y coherencia y no estar esperando únicamente los traspiés del contrario.
A los que van a dejar de votar a Sánchez por lo que ha hecho y con quien lo ha hecho, deberían juntarse muchos que voten a Feijóo por lo que va a hacer; y no esperan que sean etéreas y ridículas propuestas.
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