«ETA es la espuma, nosotros la cerveza» (PNV)
No es Joseba Egibar, el jefe guipuzcoano del PNV, un refinado dialéctico, pero de siempre ha pasado en su tierra por decir las cosas sin eufemismos, claramente, lo cual es terriblemente falso. Fíjense, por ejemplo, en esta perla cultivada que no hace mucho tiempo, cuando ETA no se cansaba de matar, soltó para preocupación de los propios y horror de los ajenos. Dijo el prócer de Andoain: «ETA es la espuma, nosotros la cerveza».
Fue una imitación alcohólica de aquella otra frase pronunciada por el ex cura Arzalluz que fue incluso título de un libro potente de Isabel San Sebastián y Carmen Gurruchaga: «Otros (la banda terrorista) agitan el árbol, nosotros recogemos las nueces». Dos aprendices de aforismos que siempre han reflejado la connivencia, nada a palos, que desde fin de los años 50 del siglo pasado desarrollaron el partido que fundó Sabino Arana y el grupo terrorista inicial (Krutwig y compañía) nacido precisamente de EGI, las Juventudes peneuvistas.
Es decir, que ambos, el PNV de las postrimerías del franquismo y ETA, desde que puso la primera bomba en un tren castellano, bomba que debe figurar como primera de sus fechorías, no han sido ajenos uno a otra, antes bien han convivido y en ocasiones muy directamente. Sólo dos ejemplos, uno cercano y otro enormemente actual. Con la cara B de ETA, Batasuna, el PNV suscribió con gran alegría los acuerdos de Estella, un bodrio hipernacionalista impulsado por el PNV para coartar la preeminencia que estaba empezando a amanecer del constitucionalismo español del País Vasco. El segundo es tan próximo que cualquier paisano, sobre todo si es navarro, lo tiene presente; a saber, el pacto de la franquicia del PNV en el Viejo Reino para aupar a la escuálida Chivite (escuálida en votos que nadie se menee) a la Presidencia del Gobierno Foral.
Sin la ayuda de Geroa Bai y Bildu esto no hubiera sido posible. Y no sólo en el Gobierno, también en el Ayuntamiento de Pamplona y otros municipios regionales, donde los sucesores de la banda mandan gracias a la citada Geroa Bai, la marca de Uxue Barkos, nacida Barcos.
Estos ejemplos deberían servir para denunciar que el PNV y las diferentes caretas de los asesinos siempre se han dado el morro. En alguna ocasión, por ejemplo, la reacción nacional a la vil ejecución de Miguel Ángel Blanco, el PNV se ha sentido artificialmente conmovido por los crímenes de sus hijos separados, pero ¡ca! ¿Por qué creen que se fue a Estella a concordar un pacto con la peor calaña vasca? Se lo recuerdo: para evitar que la marea popular de la España indignada, dolida, aterrada por la ignominia de los terroristas, se convirtiera en una plataforma para expulsarle de la primacía en las urnas regionales. Nada más que por eso.
Y vamos con lo de ahora mismo: de pronto, con las elecciones a pie de pista, el pícnico Ortuzar y el sosísimo Pradales Gil han descubierto que Bildu (detrás está Sortu, ETA en estado puro) es lo peor de lo peor, que tiene una agenda oculta para disfrazar todo el horror que perpetró durante 70 años y que, naturalmente, tienen un plan para implantar en el País Vasco, Euskadi para los nacionalistas, un régimen de estirpe estalinista donde la libertad y la relación entre diferentes no solo sea prohibida sino perseguida hasta la extenuación. Si Putin mata disidentes, ¿qué le costaría a Otegi limpiar el forro al cualquier militante de derechas? Nada muy distinto es lo que hizo con Gabriel Cisneros o con el secuestro de Javier Rupérez.
Toda esta operación sobre la que el PNV ha montado su estrategia opositora a Bildu es un remedo de aquella llamada al «voto del miedo» que ensayó con gran éxito hace 23 años cuando pareció, durante unos meses, que el tándem Mayor Oreja-Nicolás Redondo y su famoso «abrazo del Kursal» podía ser mayoritario en el Parlamento de Vitoria, lo de Gasteiz es puro batua alumbrado por fanáticos secesionistas. Entonces el PNV organizó una campaña masiva al doble grito de «¡Que vienen a por nosotros!» o «¡Esos son los de fuera!», nada más xenófobo para los padres burgaleses del candidato Pradales Gil.
La burguesía vasca, siempre pusilánime ante las presiones que le puede sacar de su confort, se dijo: «Bueno, vamos a votarles otra vez, que al fin y al cabo son de Deusto, no como Jaime Mayor», y les entregaron el poder tras un susto que les describo con la confesión al cronista de un militante del PNV en la misma noche de aquellos comicios: «¡Menos mal, si no han ganado ahora, no ganarán nunca!».
Emplearon todas las artimañas posibles para que, efectivamente, no vuelva a ganar nadie que no sean ellos. Todos los ardides posibles; sin ir más lejos se aseguraron la simpatía colaboracionista del principal grupo periodístico de la época, hoy casi en banca rota, a la que regalaron la gestión de toda la publicidad de la televisión vasca, la EiTB. Con Mayor Oreja no pudieron hacer gran cosa, pero con Nicolás Redondo llegaron a la mayor infamia: entrometerse en su vida más íntima para sustituirle en la Secretaría General de aquel PSOE. ¿Saben por quién? Por Patxi López, el criado que le servía el café a Redondo.
Ahora Bildu es quien produce miedo a Sabin Etxea. Los etarritas les están comiendo la merienda en Vizcaya y Álava (¿qué es eso de «Araba» como si fuera el nombre de una compresa?) y se la han zampado en Guipúzcoa, cuna de los asesinos más sanguinarios de la banda terrorista. Tienen pavor los peneuvistas a que Bildu salte a pídola por encima de ellos y como el candidato que han elegido, Pradales Gil, no mueve un voto, han decidido movilizarlo a la antigua para que, como reza su eslogan, «la cadena no se rompa».
O sea, 140 años de un partido que confundía adrede a Dios con una ikurriña copiada de Escocia. La treta les va a volver a salir bien, sobre todo porque ya se han preocupado ellos en 45 años de gobernación, de impedir el regreso de los 200.000 vascos que abandonaron su tierra hartos de ser acuciados por el impuesto revolucionario, y por la falta de apoyo de un poder regional que miraba directamente a otro lado cuando silbaban las balas de ETA o estallaban las bombas de los mafiosos. Siempre, por cierto, contra los mismos. Los de ahora, los que, presos de un miedo inducido, seguirán llevando en andas al PNV, por lo menos deben saber esto que quiere recordar el cronista: «ETA es la espuma, nosotros la cerveza». ¡Hale, vascos y vascas, a emborracharse de nuevo con ella!
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