Estocada hasta la bola (Ferrovial)
El problema de los dirigentes autoritarios es que no saben distinguir cuándo se pisan líneas rojas y cuando las pisan no son capaces de levantar el pie porque la mina termina por estallarles en pleno rostro. Metafóricamente, esto es lo que ha ocurrido en la España de Sánchez con Ferrovial. A ningún presidente del Gobierno hasta la fecha, durante los últimos 45 años, le había ocurrido que un buque insignia empresarial, un acorazado con enseña española, levantara anclas para dirigirse raudo y sin perder el tiempo en pamemas con destino al puerto de Ámsterdam. Ni siquiera cuando aquel inconsistente Rodríguez Zapatero perpetró todo tipo de tropelías contra una nación en marcha. Al final, a la fuerza ahorcan, supo discernir que con el pan y el futuro de un país no se juega.
Llevaba razón el pobre presidente -dime de qué presumes…- porque, en efecto, pasará a la historia con letras negras. Un empresario le ha dicho al mundo que en la España de Sánchez no hay seguridad jurídica ni sentido común ni gobierna el interés general, sino una caterva de indocumentados radicales y antiliberales que no encuentran par en el mundo libre. Ignoro si alguno de los centenares de edecanes que sirven a Pedro Sánchez en La Moncloa (y pagamos los contribuyentes) le dirá que esta patada en el trasero (que pagará el pueblo) es la más importante que se le puede inferir a un gobernante en activo de un teórico país democrático. La decisión de Ferrovial manda una señal al mundo respecto a la asfixia de la libertad de iniciativa y empresa en la que todavía es la cuarta potencia europea. Un mensaje inequívoco respecto a los procederes de un poder ejecutivo cuya voluntad es ley. Una reacción de potencia en su huida ante el acoso permanente a una clase empresarial harta de persecución y señalamiento. Definitivamente, no saben lo que es la libertad.
Si Rafael del Pino, al que no tengo el gusto de conocer, se decidiera a escribir un libro respecto al calvario, la persecución y el chantaje al que se ha visto sometido desde que anunció el traslado de la sede de Ferrovial a Países Bajos, cualquier editor iría en peregrinación a recibir las galeradas. Blandir, como ha hecho el Gobierno, la Agencia Tributaria para rendir una voluntad empresarial de deslocalizar el grueso del Grupo Ferrovial, no tiene ni puede tener parangón en el mundo libre, además de globalizado.
Es, desde mi modesto punto de vista, el más soberbio varapalo recibido hasta la fecha por un sátrapa gobernante que todavía en su fuero interno no ha asimilado lo que es y representa ser presidente del Gobierno en democracia. El estacazo resonará también en el rostro del pueblo español que pagará los platos rotos. Sánchez ha quedado retratado internacionalmente. No me atrevería a asegurar que detrás de Ferrovial no vengan otros.
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