La España parasitada
Rindámonos. España es una sucursal de deméritos dirigida desde fuera. Nos imponen desde la altura de un jet privado de fortuna arrogante lo que debemos hacer, pensar, comer y ver en las plataformas de ocio woke. Se llame Estados Unidos, Marruecos, la OTAN o Davos, caminamos sumisos hacia un futuro negro con la aquiescencia de un gobierno títere y el plácet de los burócratas de Bruselas. Entre todos, saquean al contribuyente que se deja mientras, con ese dinero, silencian al ciudadano que se conforma. España es un Estado dedicado a robar al que trabaja para premiar al que parasita y, con lo que sobre, contentar al que vaguea. Insostenible.
Lo último que acepta el régimen, obvian los medios y tolera la sociedad es el anuncio hecho por la administración Biden referente al número de migrantes que llegarán a España cada mes porque allí no los quieren, no los integran, no los soportan o no caben. O todo al mismo tiempo, que es lo más probable. Doce mil al mes, aseguran algunas fuentes. Calculen lo que supondrá para las infraestructuras de nuestro país esa ingente cantidad de personas entrando de manera oficial, sumado a quienes lo hacen de forma ilegal, mientras el entramado circense se sostiene en cimientos cada vez más exiguos. La ruina que buscan no es la consecuencia, es el plan. Ahora lo vemos como algo inaudito, pero no tardaremos en dotar de normalidad que la ingesta de grillos y gusanos forme parte de nuestro menú calorífico y proteínico, o que tengamos que ir andando o en bici a todos lados mientras quienes dictan las leyes usan sus aviones privados para descojonarse desde arriba de nuestra infinita capacidad de tolerancia.
Sánchez es el valido en España de esos gerifaltes en la sombra. Convertido en el mayor negacionista del mundo, porque niega la verdad en todo lo que hace o dice, acusa cada día a quienes osen refutar sus planteamientos con los mismos defectos que él proyecta como persona y líder político. Al tomar por idiotas a los ciudadanos, aborregados en su desidia cívica, contempla el poder como un reducto funcionarial con el que ejercer su despotismo iletrado.
En su inteligencia siniestra, deja que el foco lo ocupe ahora la izquierda más irredenta y reaccionaria, la casta parasitaria que viene a ocupar y usurpar instituciones a costa de que otros sufraguen tontainas y memeces. Ahí tenemos a Mónica García, la escenificación de la pija rica que busca salvar su conciencia luchando contra lo que ella representa. Pero su inteligencia no le da más que para protagonizar vídeos ridículos, intervenciones sin sentido ni estructura y ejercer de MeMa útil del activismo médico-sindical. Su medida estrella es nacionalizar Tinder mientras canta en azoteas bajo el sol. Por su parte, el candidato de Podemos al Ayuntamiento de Madrid, un ex corredor de atletismo que nadie conoce llamado Roberto Sotomayor, presenta como medida estrella en su populista programa que Madrid tenga una playa en cada barrio. Tontomayor, como ya le llaman en el consistorio, pretende imponer el derecho a estar fresquito y que nadie trabaje más de seis horas al día. En eso se le parece a Yolanda Díaz, quien sigue sumando cerebros vacíos a su causa incompleta. No se entiende el infantilismo de una población que castiga la decencia mientras premia el absurdo. Pero así es España.
La izquierda, cuando no sabe qué decir, se dedica a regalar el dinero ajeno para comprar votos, que viene a ser su manual de supervivencia en las instituciones. Ahí tenemos a Hacienda, convertida por Montero en agencia saqueadora, aumentando el bonus a los inspectores para esquilmar 13.000 millones de euros más a los contribuyentes. Roban a los que trabajan para regalárselo a los que aplauden en los mítines. La izquierda se ha convertido en un parásito incurable, la progresía, en un mal endémico y sus activistas, en una plaga chupóptera que sólo viven de la agitación que su escasa formación personal y profesional permite. Pero la sociología no miente. Saben que el ciudadano vota por descarte, con las vísceras sectarias que su educación les facilita. Y alimentan ese desvarío. Dejemos claro una vez más que el objetivo de la política consiste en ganar elecciones, y el de los políticos, conseguir su escaño. El resto, circo.
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