Opinión

El enemigo es Feijóo, nace la coalición Sánchez-Díaz

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Cuando la merengada Yolanda Díaz bajó del asedio al atril del Parlamento todo el pescado estaba vendido. Los pantagruélicos discursos a lo Fidel ya estaban servidos. O mejor dicho: puestos a disposición de la clientela ultraizquierdista del país. Tras ese momento, una hora y 45 minutos el presidente y una hora y diez minutos la vicepresidenta, hubo registro general de coincidencias: una, el enemigo común, no sólo de los citados, sino de Abascal, era definitivamente Alberto Núñez Feijóo; otra, allí mismo, en el hemiciclo había nacido la coyunda que algunos cronistas hemos venido anunciando: la de Sánchez y Díaz para una nueva coalición que, de cumplirse el pronóstico, reemplazará a la agonizante que aún se resiste a abandonar el banco azul.

Por empezar, por la primera constancia: todas las intervenciones del proponente de la moción, como el de su antagonista, el aún jefe del Gobierno del Reino, ¡fíjense!, de España, convinieron en convertir al popular ausente en objeto de sus diatribas, pero también de sus miedos. Críticas por parte de Sánchez para retratarle como la cara A de Vox, requiebros plenos de mala intención por el lado de Abascal para acreditar en Feijóo la condición de cómplice necesario de las fechorías del gobierno Frankenstein. Un mesurado análisis de los persistentes ataques de uno y otro llevan a la conclusión de que, efectivamente, el presidente del PP acertó llenando su agenda de otros menesteres distintos a los de asistir con su presencia la flagelación descarnada.

Sánchez, en su línea viejuna e insufrible por su falta de originalidad, no sólo pretendió sembrar de horror el futuro de una España con su oponente a la cabeza, sino que intentó homologarle con el peor Rajoy que recuerdan los tiempos. Lo hizo además, y también como de costumbre, utilizando mentiras clamorosas como aquélla que residenció en el Ejecutivo que presidió Rajoy la culpabilidad de la congelación de las pensiones que acometió Zapatero urgido por las presiones de la propia Unión Europea e incluso del presidente americano Obama.

Sánchez -otra cosa se le puede reclamar, pero ésta no- apenas defrauda: siempre marcha, como los burros decadentes y avisados por el mismo camino. Se refugia en la herencia, para él maldita, del PP y a continuación repite su sonsonete, monserga mejor dicho, sobre los últimos logros de su Gobierno: desde el salario mínimo interprofesional a la reciente reforma de las pensiones. Una y otra vez, se dedicó Sánchez a recordar sus muchos logros, sin mácula alguna, claro está, de los posibles claroscuros de su gobernación que él niega severamente. Para hacer creíble lo que ya nadie traga que no es otra cosa que sus falaces éxitos. Sánchez siempre opta (ayer no fue la excepción) por machacar a la concurrencia con una repetición insufrible de sus triunfales argumentos; no lo hace porque piense, a pies juntillas, que esta táctica aumenta el grado general de aceptación; no, lo hace porque así se trabaja al contrario ensayando la jugada de vencerle por agotamiento.

En el episodio parlamentario de esta moción se produjo un momento de enorme significación cuando el candidato Tamames interrumpió pidiendo clemencia para no tener que soportar el «tocho» (fue su término) con que el presidente le estaba agobiando.  Queda claro, en todo caso, que el destinatario de las soflamas insufribles por latosas y ufanas de Sánchez, no eran ni Abascal, ni Tamames, era, naturalmente, Feijóo. Desde luego, la intención del presidente de hacer de Feijóo un socio escondido no deparó a Abascal mayores éxitos, por más que, también utilizando reiteradamente vocablos como derecha y ultraderecha unidas, tratara de fijar la sintonía e incluso la unidad del PP y Vox. Las gentes ya no compran esa averiada mercancía de Sánchez, entre otras cosas, porque restan credibilidad a un sujeto que está en la Moncloa con la peor escoria de la sociedad política, desde el independentismo catalán hasta el filoterrorismo de Bildu. «Para amigos repulsivos, tú», le dice la gente por la calle. «¡Que te vote Txapote!», le anuncian a cada paso que da sin estar protegido por la Policía Nacional entera.

La segunda de las coincidencias mencionadas es ya un anuncio: la previsible certeza de que Sánchez dio ayer pábulo a su vicepresidenta Díaz para liderar lo que queda a la izquierda, que es más bien poco, de su cuota política. Desde hace meses algunos cronistas, también el que firma, insisten/insistimos en que el fantasmagórico Sumar no es más que una meta volante del proyecto que ambos, presidente y vicepresidenta, tienen diseñado hace bastante tiempo. El proyecto es un remedo de aquel que en 1982 articularon Felipe González y Fernández Ordóñez con tres etapas: la primera, dinamitar UCD; la segunda, instituir un partido-escolta llamado de Acción Democrática; la tercera, fundir esta mínima organización en el poderoso PSOE. Ahora es lo mismo: volar lo que queda de Podemos, después cubrir de sinecuras económicas a la bobada de Sumar, y finalmente integrarla en el sanchismo. Eso es lo que hay y en esta moción de censura quedó perfectamente fotografiado.

Queda para la reflexión total de lo acaecido en esta inútil moción, un repaso al papel desarrollado por el candidato a palos, Ramón Tamames Gómez, quien tuvo que aguantar de entrada una descortesía miserable: dos horas y media tuvo soportó en su provisional escaño hasta que su mecenas del momento, Santiago Abascal, y su rival Sánchez, decidieron que ya estaba bien de echarse basurita uno a otro y de denostar a Feijóo, y le ofrecieron su primera palabra. Luego Tamames, en su tono profesoral y académico que no abandonó ni un solo momento, hizo un repaso ajustado y real de los desastres de ahora mismo: ataques a la unidad de la patria, apuesta por una memoria histórica e histérica destructiva, falta de respeto a la división de poderes, leyes brutales como ésa del sólo sí es sí que ha reducido a la nada las penas de casi 1.000 violadores, o la que ha propiciado que los sediciosos estén la calle o que los malversadores no tengan que pagar sus indecencias. Tamames hizo un alarde de cultura, de tono de Transición y de enorme suficiencia intelectual, pero él no se merecía en definitiva que nadie, tampoco Abascal, le metiera en el trance de acudir a su añorado Parlamento para liderar una moción como festival de la idiocia y la inoportunidad.