Opinión

Edmundo: ¿Por qué España y no Argentina o Estados Unidos?

Humberto González Briceño es uno de los pocos intelectuales venezolanos que han conseguido, por ahora, sobrevivir al régimen ilegal, despótico y criminal de Maduro. Es columnista de uno de los mínimos medios que aún no tiene aherrojados el asesino: hablo de El Nacional, un periódico que conviene escudriñar a diario para saber realmente por dónde marcha la oposición al déspota caribeño. Pues bien: estos días González Briceño ha escrito una crónica en la que se pregunta directamente: «¿Por qué Edmundo González ha elegido España y no Argentina o Estados Unidos?».

Resulta trascendente la exposición del abogado de Maracaibo, especialista en el análisis de tendencias políticas, sociales y económicas en Iberoamérica, singularmente, claro, Venezuela, porque aporta argumentos para poner muy en solfa, en absoluto descrédito más bien, la idea que ya está fraguando en nuestro país, de que nuestra acogida a Edmundo González es «sólo» una operación de naturaleza humanitaria (Sánchez dixit), una falsedad propagada por los voceros habituales del inquilino de la Moncloa.

La especie resulta una patraña, más aún después de que Sánchez y toda su caterva de paniaguados fanatizados votaran en el Congreso en contra de reconocer la victoria y la correspondiente Presidencia de Edmundo González. Si este hombre tuviera el valor suficiente haría ahora dos cosas: la primera, negarse a mantener cualquier relación con Sánchez; la segunda, volar cuanto antes a uno de los países citados: Argentina o Estados Unidos.
Pero no lo va a hacer. Veamos por qué reproduciendo los principales párrafos de la colaboración de González Briceño en El Nacional.

Afirma inicialmente el letrado: «Le cuestionamos (se refiere a Edmundo) que se haya prestado para validar el sainete electoral del régimen chavista». Como la sentencia es realmente dura, la matiza a continuación de la siguiente guisa: «…pero, desde luego, si se hubiera mantenido aquí, lo más seguro es que hubiera sido apresado o asesinado». No entra Briceño en el debate de cuáles han sido las razones personales, íntimas, del candidato para aceptar el viaje a España y lo escribe así: «No vemos la pertinencia de discutir si lo hizo por cobardía o no», o sea, una forma más o menos elegante de anotar que en la salida de Caracas pueden haber pesado sobremanera los motivos de recogimiento individual.

Se asombra también el escritor -y esta es toda una crítica muy procedente- que «en la negociación (Maduro-Sánchez con Zapatero de agente doble como en su día lo fuera su abuelo, el capitán Lozano) no se hayan incluido los venezolanos que están en la Embajada de Argentina y los más de dos mil presos políticos». Son -y quizá nos quedemos cortos- los que Maduro sostiene encerrados en sus mazmorras, una lista engrosada tras las persistentes manifestaciones de la oposición.

Maduro es -¿por qué la denominación parece ignorarse en España?- jefe del Partido Socialista Unido de Venezuela, o sea, socialista, y ha articulado una «acción concreta -dice el columnista- en la que el régimen chavista reafirma que mantiene el poder real». Esta aseveración la comparten casi todos los líderes europeos no inscritos en la izquierda totalitaria de Sánchez, multitud de periodistas independientes y la mayoría de los exiliados en nuestro país que se conduelen -así lo reconocían en su última concentración popular- que ahora ya existen muy pocas posibilidades, por no decir ninguna, de que el próximo día 10 de enero el energúmeno resigne la Presidencia de la República y la deje en manos del legítimo ganador de las elecciones de julio, Edmundo González. Los huidos están destrozados por la seguridad de que no hay nada que hacer contra el asesino.

Más cosas: a continuación de todo este exordio, el «otro» González descubre el auténtico papel y sentimiento de estados que aparentemente parecen apoyar a González: «España, Brasil y Colombia están diciendo que no reconocen los resultados electorales, pero eso no quiere decir que desconozcan al régimen de Maduro que es lo que en verdad importa».

Desde luego, si alguna duda hubiera sobre la política del Gobierno de Sánchez, el voto de su cuadrilla en contra del reconocimiento de González quedaría despejada. Llama el abogado «destierro» y no «exilio» a la situación de su homónimo en España y sin más ambages inscribe la pregunta con que se titula esta crónica: «¿Por qué España y no Argentina o Estados Unidos, donde el asilado hubiera gozado de un mejor estatus para actuar políticamente?».

Y aquí le han pillado precisamente a Sánchez y a su escudero de tantas memeces solemnes, José Manuel Albares, porque lo primero que ha dictado el Ejecutivo comunista (lo de socialista ya no cuadra) ha sido prohibir que el pobre exiliado formule acto alguno de significación política. Es decir, que le sostienen vivo, eso sí, en España, con tal de que se limite a pasear por Rosales con su nietecita.

Pregunta de este cronista: ¿Cómo ha aceptado el presidente real de Venezuela tamaña humillación? Briceño lo tiene claro: «No ha sido un acto generoso de Sánchez, sino una forma de mantener controlado y supervisado a González como a otros políticos opositores del país» y, como final, esta afirmación muy descriptiva: «Que a Edmundo González le hayan impuesto (subrayo el verbo) el país al cual debía pedir asilo muestra la gravedad de lo que está sucediendo en Venezuela».

Multitud de venezolanos piensan de igual manera, sobre todo los que ya llevan años expatriados en España. Esta ha sido un operación indigna que favorece, como a ningún otro, a un tiparraco forajido: Maduro. El acuerdo, pretendidamente humanitario, ha cortado las alas a toda la oposición de la que se juega la vida en las calles de Caracas. Será muy difícil para María Corina Machado mantener la llama de la protesta con un presidente electo desterrado aquí, en España, al que taxativamente Sánchez ha prohibido, es de suponer que bajo pena de expulsión, expresarse públicamente sobre lo que está sucediendo en su Nación.

Para Sánchez, Edmundo González Urrutia es un apestado al que hay que ofrecer cobijo en España para que lo no le j… a su amigo y congénere. Nicolás Maduro Moros.