Opinión

Diosdado Bolaños

Bolaños es el bulócrata jefe, segundo en el escalafón de funcionarios de la mentira, un tipo curtido en el trilerismo desde que Sánchez lo puso al frente de la Komintern mediática. Su papel es el de engañar a todo el mundo, todo el tiempo, todos los días, en ese bucle infinito de repetición en el que uno pierde la noción del tiempo, como Bill Murray en aquella célebre película de la marmota. Él y su jefe supremo han diluido la verdad en el fango hasta el punto de convertir a los ciudadanos en bultos sospechosos y esquizofrénicos, incapaces de distinguir a quienes les engañan de quienes les informan. La estrategia de crear escándalos y salpicarlos de campañas contra la democracia permite a la cueva de Alí Ferraz distinguir a los suyos de los demás, a la España cautiva de la España hastiada, en ese guerracivilismo divisorio sin el cual la izquierda no sabe situarse en el mapa.

Como esto ya es la Argentina pre Milei, camino de ser la Venezuela de Maduro -votasteis socialismo, tenéis socialismo-, a Bolaños, el bulócrata jefe, se le ocurre en la rueda de prensa autoritaria del día comunicar que el gobierno va a obligar a la gente con canales de difusión informativa a rectificar en redes sociales cuando no se publiquen las noticias que el gobierno diga que son correctas. No lo expresó así, porque el gobierno más corrupto y criminal de la historia, el de Sánchez y Bolaños, no comunica el mal de manera directa, sino con circunloquios buenistas, es decir, siniestros, como se hacía en la antigua RDA o en los soviets republicanos en los que sus camaradas asesinaban a quien no ejercía el socialismo fetén. Así, la nueva censura que va a parpadear de libertades España, se realizará en nombre del progreso y la democracia, para proteger los avances sociales y las conquistas de este gobierno, y así, el rebaño amansado, seguirá consumiendo bulos de bulócratas mientras la nación se descose sin remedio.

Ya no esconden el origen de su maldad. Porque censurar a creadores de contenido con un número establecido de seguidores y obligar a rectificar informaciones cuando al gobierno le parezca oportuno es síntoma de democracia liberal finiquitada. Lo hacen en base a una ley que imita la que ya creo Chávez en Venezuela décadas antes, arrogándose el papel de decidir qué es verdad y qué no y, por tanto, limitar a quienes publican versiones que contradigan la propaganda oficial del Gobierno. Se trata de cerrar las vías de respiración a la última ventana de libertad, tribunales mediante, que le queda a la sociedad para poder disentir del poder. Porque toda esta operación legal desde el Gobierno lo que persigue es silenciar para siempre la disidencia, coartar la libertad de expresión y asumir que el PSOE es un partido impune e inmune, por mucha delincuencia que impulse y corrupción que acometa. No admiten ser juzgados ni perseguidos por cometer delitos porque España, o es del PSOE, o no será. Y mañana, otro escándalo tapará el de hoy y otra mentira superará a la anterior. Han pulsado el umbral del dolor de los españoles y lo van a explotar hasta el final.

En Venezuela decían que gobernaba Chávez -ahora Maduro-, pero quien ordenaba era Diosdado Cabello, el mandamás de los narcos, el capo de la droga, el dueño del régimen. El que determinaba qué era verdad y mentira y otorgaba carnets de demócratas e imperialistas (ahora ultraderecha). En ese hilo continuado y zapateril entre la tiranía bolivariana y la España sanchista, se empieza sacando leyes censoras contra la libertad de expresión y se acaba ejecutando al disidente en defensa de la revolución. A este paso, ‘1984’ será un libro de chistes.