Opinión

Un destrozo de casi cien millones de euros por el sectarismo ‘ecojeta’ de la izquierda balear

El sectarismo ecojeta de la izquierda acaba de provocarle un destrozo económico a los ciudadanos de Baleares al tener que indemnizar la administración autonómica al empresario y promotor inmobiliario Matthias Kühn con 96 millones de euros (63,5 millones de euros, más los intereses devengados desde mayo de 2009, que ascienden a unos 32,5 millones de euros) por una desclasificación de terrenos en la zona de la Muleta del Puerto de Sóller, en Mallorca.

El empresario adquirió en 1999 suelos urbanos para construir viviendas de lujo, pero el Gobierno socialista de Francesc Antich, diez años después, incluyó dicha zona en una ley de protección de espacios naturales, por la que estos suelos pasaban de ser urbanos a no urbanos, e impedían -de forma despótica y arbitraria- cualquier edificación. Ya en 2013 los tribunales sentenciaron a favor del carácter urbano de los terrenos, pero otra ley autonómica volvió a proteger la Muleta en 2017, ya con el Gobierno de la socialista Francina Armengol.

La defensa de Kühn, ante el enorme perjuicio económico causado, exigió una indemnización por el irregular cambio de la naturaleza del suelo tras la imposibilidad de incluir estos terrenos en el Plan General de Ordenación Urbanística de Sóller. En enero de 2020 una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Baleares dio la razón al demandante, sentencia que ahora ha sido avalada por la Sala Tercera del Tribunal Supremo, tras rechazar el recurso de casación de la administración balear. Estamos ante lo de siempre: la izquierda, llevada por su habitual sectarismo ideológico, pasa por encima de los más elementales derechos, tritura las garantías jurídicas de cualquiera y deja en herencia un agujero gigantesco en las cuentas del siguiente gobierno del PP. Es lo que tiene jugar alegremente con los recursos públicos. Como el dinero no sale de su bolsillo, sino del contribuyente, se permiten hacer golfadas como esta sin importarles las consecuencias. Al fin y al cabo dirán lo de siempre: que el pufo lo pague el que venga.