Opinión

Y cuando despertamos, el monstruo seguía ahí

Vale, ya está: cerradas las urnas, hecho el recuento, proclamados ganadores, perdedores, medio pensionistas…. Alegrías desbordantes, desilusiones, sonrisas agridulces, dramas, fracasos… Son las fotografías de la noche electoral, sede por sede de cada uno de los partidos, rostro por rostro de cada uno de los dirigentes políticos. Pero, oiga, y de lo nuestro, ¿qué?

“Lo nuestro” con sus alegrías o las penurias de los partidos; lo nuestro, lo que de verdad importa, lo que se supone que está en el punto de mira de todos esos candidatos que nos han pedido el voto, es España y sus problemas, los de todos los ciudadanos. Lo nuestro sigue ahí; y no tiene mejor aspecto que antes de ayer.

La reflexión que quiero compartir con ustedes tiene que ver con esa cuestión: para eso de resolver lo nuestro, ¿estamos mejor hoy que antes de hacer un recuento de los votos? Yo creo que estamos peor, mucho peor. Les diré por qué.

El resultado de estas elecciones ha dibujado un mapa político y parlamentario que resulta ingobernable al menos  mientras esté en manos de quienes nos han conducido a esta situación. Porque esta España fragmentada, dividida, enfrentada, radicalizada… no es consecuencia de ningún fenómeno de la naturaleza. Si hemos llegado a este estado de debilidad estructural e institucional es porque primero Zapatero y después Sánchez se empeñaron en abrir una zanja entre españoles que diera al traste con el espíritu de la Transición.

Todo esto que hoy nos horroriza es consecuencia de una estrategia diseñada por Zapatero que tenía como principal objetivo dividir el voto concentrado en torno al Partido Popular. Zapatero quiso repetir en España la fórmula ensayada por Miterrand y forzar el nacimiento de un partido de extrema derecha que obtuviera representación parlamentaria, lo que facilitaría al PSOE una cómoda y casi permanente mayoría electoral.

Por eso Zapatero rompió todos los Pactos de Estado con el PP, incluido el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Por eso sectarizó las bases del PSOE hasta el extremo de que quien aparecía en una foto con cualquier dirigente del PP estaba condenado al ostracismo y calificado inmediatamente de traidor. Quiero recordar –es bueno conocer cómo hemos llegado aquí– que en el PSOE de Zapatero estaba bien visto darle la mano a Otegi (les llamaban dialogantes a quienes cenaban, comían y se fotografiaban con él) mientras era considerado una traición aparecer en una foto con Jaime Mayor Oreja. “Una foto del pasado”, calificó Zapatero una en la que yo aparecía con víctimas del terrorismo.

Fue aquella la época en la que además de romperse todos los Pactos de Estado se gestaron algunas leyes como la de la Memoria Histórica, que si bien tenía un objetivo formal más que justo y razonable, fue diseñada y  presentada de forma que provocara el rechazo del Partido Popular. La estrategia de tramitación de la Ley no buscaba la reparación sino empezar a cavar la zanja entre españoles. Este es solo un ejemplo( sangrante por las personas a las que se suponía iba destinada la Ley) de los muchos que se pueden poner de aquellos años en los que el PSOE rompió con su tradición de partido de Estado, rompió los consensos de la Transición (Zapatero decía  que él iba a protagonizar la Segunda Transición) y plantó la semilla del mal que nos ha traído hasta aquí.

Y como todo lo que puede empeorar empeora, llegó Pedro Sánchez. Sólo en un partido socialista mermado en sus bases y sectarizado hasta el extremo podía hacerse con el mando un personaje como Sánchez, un hombre sin escrúpulos que  desde que llegó al poder no ha hecho otra cosa que profundizar la zanja para dividir a los españoles. Todo, todo lo que hace tiene ese objetivo: separar a los buenos. Y, mientras tanto, tejer alianzas con los malos que le permitan llegar y perpetuarse en el poder.

Lo que no pudo conseguir Zapatero (la fortaleza del bipartidismo se lo impidió, más allá de que para que hasta para que florezcan las zarzas se requiere tiempo) lo está consiguiendo Sánchez. Su falta de escrúpulos y de límites (este no tiene ninguna raya roja, vean su actuación en Navarra, que ni siquiera Zapatero se atrevió a traspasar) nos ha llevado a esta situación de radicalidad. Su gran aportación a la solución de los problemas de Cataluña ha sido reforzar a los más radicales de los golpistas (la llegada de las CUP al Congreso de los Diputados) a la par que blanqueaba a Otegi y a Junqueras. El primero, un terrorista al que le ha dado el control de Navarra; el segundo, un condenado por sedición y malversación con el que quiere gobernar Cataluña. No es que a Sánchez le gusten esos personajes –que le gustan, son como él, no tienen límites para conseguir sus objetivos- sino que sabe que sus alianzas con ellos son un excelente caldo de cultivo para extremar el voto. Y eso es lo único que le importa porque cree que así se garantizará una mayoría electoral.

Y así hemos llegado hasta aquí. Hoy nos hemos despertado con un parlamento extremado, con un constitucionalismo fragmentado y con un independentismo sedicioso exultante porque sabe que lo importante, más allá de sus votos, es que Sánchez siga en la Moncloa. Y ahora, ¿qué? Pues tiempo tendremos (este es un artículo de alcance, a la luz del resultado electoral) para perfilar más en el análisis y en las propuestas, pero déjenme que les diga una cosa: mientras Sánchez esté al frente del PSOE esto no tiene solución. Sin él, a pesar de las dificultades, todo es posible; pero quien es el problema nunca podrás ser la solución.  ¿Habrá algún patriota en el PSOE que, en interés de España,  le indique la salida? Veremos. Mañana será otro día.