Historias de la desmemoria: Antonio Buero Vallejo
Comienzo con este artículo una serie dedicada a episodios y personajes concretos de la Guerra Civil que retratan la extrema complejidad, la infinita gama de grises y la vasta tragedia humana de aquella contienda, en contraste con la visión simplista, maniquea y reduccionista reflejada en la Ley de Memoria Democrática.
La nueva ley establece como únicos beneficiarios de la llamada “política de memoria democrática” a “las personas que lucharon por la libertad y la democracia” (sic). A ellas se contraponen “las víctimas que habían combatido o se habían posicionado a favor del golpe de Estado”.
No sólo es injustificable que en una democracia se distinga entre víctimas de primera y de segunda, sino también que con ello se pretendan borrar los crímenes de la retaguardia republicana. Con esta clasificación de trazos gruesos y falsarios se arrojan al olvido a decenas de miles de víctimas de violaciones a los derechos humanos, y entre ellos a muchos a los que resulta imposible adscribir a un bando u otro, pues no tomaron parte en la contienda ni entre los vencedores ni entre los vencidos.
Este es el caso de Francisco Buero García (1883-1936), teniente coronel del arma de Ingenieros, hombre liberal, cuyo amor por la cultura supo inculcar a sus hijos. Admirador de Isaac Newton, cuyo retrato decoraba su despacho, fue durante muchos años profesor de matemáticas e inglés en la Academia de Ingenieros de Guadalajara.
Destinado en julio de 1936 en la plana mayor del Regimiento de Ferrocarriles nº 2, en Leganés (Madrid), no se sumó a la sublevación militar. A pesar de ello, fue detenido por las milicias frentepopulistas. Sacado junto con decenas de presos de la cárcel de Porlier, Francisco Buero fue asesinado en Paracuellos del Jarama el 8 de noviembre siguiente, con 52 años.
El hijo mayor, Francisco Buero Vallejo (1911-1999), teniente del Regimiento de Transmisiones, fue detenido en el Cuartel de la Montaña, foco de la sublevación militar en la capital, donde había recibido órdenes de acuartelarse. Preso durante ocho meses en una cárcel republicana, pasó el resto de la guerra escondido en casa de unos familiares. Pese a ello, los vencedores forzaron su retiro en 1940 como a tantos militares que quedaron en zona “roja”. En 1979 se le reconoció el grado de coronel en virtud de una orden firmada por el teniente general Manuel Gutiérrez Mellado.
El hijo mediano, Antonio Buero Vallejo (1916-2000), afiliado al sindicato universitario izquierdista FUE en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, demostró desde el comienzo de la guerra su compromiso con la causa republicana, que mantuvo pese al asesinato de su padre por sus correligionarios, aunque siempre aseguró que jamás consideró de su bando a los criminales de su progenitor. La muerte de su padre marcó profundamente al gran dramaturgo pues, como reconoció al final de sus días, había sido la persona más importante de su vida.
Afiliado en plena contienda a un PCE bajo la férula estalinista, Antonio Buero se distanciaría décadas más tarde del partido. Fue movilizado en 1937 en las filas del Ejército Popular, donde se desempeñó en la elaboración de boletines de propaganda y consejos sanitarios e higiénicos para las tropas. Después de la guerra, y tras pasar un mes en un campo de prisioneros, volvió a su casa.
Detenido en septiembre de 1939 en una redada contra el PCE clandestino, los franquistas le juzgaron por el delito de “auxilio a la rebelión”. Por el solo hecho de copiar unos sellos de Falange para falsificar documentación, fue sentenciado a la pena capital en enero de 1940.
En la galería de condenados a muerte de la madrileña cárcel de Conde de Toreno, hizo amistad con el poeta Miguel Hernández. Allí el futuro dramaturgo realizó su famosísimo retrato del autor de las conmovedoras «Nanas de la cebolla», fallecido dos años después en la prisión de Alicante a consecuencia de las extremas penalidades sufridas en su calvario por las cárceles franquistas.
Nueve meses después de su condena, vividos con la inquietud de ser sacado a fusilar cualquier madrugada como le había sucedido ya a cinco de sus compañeros de proceso, Antonio Buero es indultado por Franco. Tres años después, mientras él seguía padeciendo la cárcel, el régimen franquista le reconocía a su madre una pensión de viudedad.
En 1946 obtuvo la libertad condicional con destierro de Madrid. Un año después obtuvo el indulto definitivo. En 1949 ganó el premio de teatro Lope de Vega, del Ayuntamiento de Madrid, por su obra «Historia de una escalera».
La tragedia que la guerra y la posguerra significó para los Buero, como para la inmensa mayoría de los españoles, no tiene reflejo en una legislación falaz que jerarquiza ideológicamente los sufrimientos y los desgarros provocados por las dos Españas.
Así, incluso en el seno de una misma familia, esta ley permite que nuestra democracia pueda validar políticamente con sello oficial la memoria de una víctima como Antonio Buero, preso de los franquistas, mientras condena a su padre y a su hermano a ser pasto del olvido. No parece justo humana ni democráticamente.
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