¿Crisis de partidos o nuevo sistema de representación?
Los resultados electorales de los últimos meses en diferentes países ponen de manifiesto una profunda crisis en los partidos tradicionales que nos representan desde hace 60 años y quizá, el surgimiento de una nueva etapa en la representación política. En Estados Unidos, no solo frente a sus adversarios demócratas sino ante su propio partido, Donald Trump emergió como nuevo presidente ante el estupor de la progresía y de gran parte de la pseudoderecha acomplejada. Ganaba un mensaje, una determinada oferta política ante los electores desencantados de la clase política, acomodada en sus tronos sempiternos. En Austria, el líder ecologista Van Der Bellen ganó las elecciones. El líder ecosocialista obtuvo un 53% de los votos, contra un 46% del candidato de la derecha alternativa y líder del Partido de la Libertad, Norbert Hofer. Los medios de la progresía y de la pseudoderecha acomplejada nos ofrecieron una desmedida alegría sin profundizar en un mínimo análisis. No entendieron que se trataba de Hofer contra todos y que el verdadero vencedor fue éste. Pero había una segunda lectura mucho más importante. El electorado había dado la espalda a los partidos tradicionales y sus opciones emergían desde opciones nuevas, distintas, antitéticas a las que les gobernaron durante cerca de medio siglo.
Holanda fue igualmente paradigmática. El partido del primer ministro Mark Rutte logró la victoria con 33 de los 150 escaños. La derecha alternativa de Geert Wilders obtuvo 20 escaños que, si bien fueron menos de los que le otorgaban la mayoría de encuestas, amplió de forma notable su representación en el Parlamento y se consolidó como segunda fuerza política. Un viejo partido, el partido ecologista, multiplicó por cuatro su representación y logró el mejor resultado de su historia. Y de nuevo lo añejo, los otrora esenciales socialdemócratas neerlandeses sufrieron un varapalo histórico, perdiendo 28 escaños y pasando de 38 a 10. Y Francia. El resultado de la primera vuelta de las presidenciales ha demostrado que continúa dicha tendencia. La terquedad de muchos analistas se emponzoña en considerar como detalle la importancia, efectivamente real, de la consolidación del Frente Nacional como protagonista político de la fenecida V República. Pero no se ahonda en que los actuales candidatos representan a una nueva sociedad, necesitada de nuevas soluciones ante nuevos retos, ante nuevos problemas, ante nuevos desajustes. Los grandes partidos “tradicionales” navegaron entre una “triste derrota” de la pseudoderecha acomplejada y la insultante marginalidad del Partido Socialista Francés.
Para muchos “estudiosos” se trata, como denominador común, de un mal llamado populismo, producto de la crisis económica y de la casi desaparición de las clases medias surgidas en los albores de finales de los años 80. Pero no es así. Es la crisis de Europa como institución y es también la crisis de sus representantes. Es la orfandad que en cerca del 40% de los europeos supone “esta Europa”. Dichos resultados quizá se deban a realidades distintas, algo más profundo que una “fiebre populista”. Los antiguos sistemas de representación se han distanciado de la sociedad. Ésta, ante los nuevos retos, necesita nuevas propuestas y quizá una de ellas sea conformar el “viejo continente” como una Europa de las naciones frente a la Europa de las instituciones. Hoy el electorado necesita una nueva representación. El viejo sistema ha fallecido.
En España, el mal llamado “populismo”, frente a las derechas alternativas de Europa, ha virado a la izquierda. La falta de un nacionalismo español ante el fracaso de la Revolución Liberal de los siglos XVIII y XIX, que dicha falla fuera botín de los llamados “nacionalismos periféricos” y que, todavía hoy, estos sean árbitros de nuestra realidad nacional, auguran malos presagios. Un PSOE en el abismo y un PP abonado a una comodidad antagónica con sus presuntos principios y valores nos abocan a una radical crisis de representación. Pero en España no tendremos un populismo desde la derecha. Tendremos un populismo de extrema izquierda que ahogará a España, con la connivencia de los nacionalistas, en la nada. Aquellos que deberían ser nuestros representantes no conocen la frase de Méndez Núñez: “Más vale honra sin buques que buques sin honra”. Cuando esta se entienda, tendremos sentimiento de nación.
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