Opinión

Costa vs Sánchez o dignidad frente a infamia

Es innegable la tremenda capacidad de la izquierda y de sus ramificaciones mediáticas para crear y extender sus fabulaciones. Da igual la bochornosa situación a la que les conduzcan sus trasnochadas ideologías, sus corrupciones o sus prácticas antidemocráticas, que siempre van a encontrar la forma de exculparse. Y, normalmente, atacando a la derecha política, a los empresarios o a la judicatura, ya que, en su imaginario, todos ellos siguen siendo franquistas y la encarnación del mal.

Igual desparpajo tienen para arrogarse valores y principios que no tienen, apropiarse de éxitos que no son suyos o encontrar semejanzas con actuaciones que son opuestas a las que normalmente protagonizan.

Era normal, entonces, que la dimisión del primer ministro portugués, António Costa, les brindara la oportunidad de hacer analogías (en lo positivo) con el personaje, y para sacar pecho porque su rápida dimisión ejemplifica el siempre virtuoso comportamiento de los líderes socialistas.

Es verdad que Costa llegó al Gobierno después de una audaz maniobra, en la que, para ser primer ministro, tras unas elecciones que ganó Passos Coelho sin mayoría suficiente, negoció con habilidad el apoyo del Partido Comunista y de los populistas del Bloco de Esquerda. En esa operación concreta se puede ver una similitud con la moción de censura que encumbró a Pedro Sánchez, pero hasta ahí y a partir de ahí, nada que ver.

Costa era un político formado y curtido cuando llegó a secretario general del Partido Socialista de Portugal. En 2015, cuando Cavaco Silva le nombró primer ministro, ya había sido concejal, europarlamentario, secretario de estado y ministro de Asuntos Parlamentarios, ministro de Justicia y alcalde de Lisboa.

Lo que entonces se denominó despectivamente como coalición de la geringonça (por su incapacitante heterogeneidad) no fue tal, sino que António Costa impuso su experiencia y convicciones a unos comunistas y populistas desarbolados, a los que ni siquiera les dio oportunidad de entrar en el gobierno. El desempeño fue exitoso por encima de cualquier predicción; nunca se habían ejecutado en Portugal, ni aun con los gobiernos conservadores de Cavaco o Durão Barroso, unas políticas económicas y fiscales de corte tan liberal, acompañando a otras de contenido social y a un liderazgo sincero y transversalmente empático que fraguó su rotunda victoria con mayoría absoluta en 2022.

Así que, en lo que a trayectoria personal se refiere, el apolíneo Sánchez solamente puede encontrar similitudes si se mira en un espejo tan mágico como el de la reina Grimhilde del cuento de Blancanieves. Con escasa formación y nula experiencia, solamente se ha apoyado en su ambición y en su falta de escrúpulos para, primero, domeñar el PSOE, y, después, para conquistar y mantenerse en el poder. Su audacia y su habilidad solamente las aplica en su propio beneficio y, al servicio de su egocentrismo patológico, no se conoce a nadie que se sienta seguro si lo tiene a su espalda.

Y en cuanto al desempeño, la diferencia con el político portugués es todavía más palmaria. En sus más de cinco años en el Gobierno, Sánchez no ha tenido el ánimo de pelear por alguna convicción (seguramente porque no la tiene) o, al menos, por alguno de los compromisos que asumía con sus votantes. Siempre ha tomado todos los atajos (como ocurrió en la pandemia) y, en su vocación de conservar el poder, ha terminado por ceder a los chantajes de todos sus socios: desde la ingeniería social comunista y animalista de la izquierda radical hasta las progresivas exigencias de los independentistas o a la redefinición de las políticas y alianzas internacionales en interés del sultán marroquí. Y así hasta llegar a la máxima infamia, que ha culminado con la claudicación ante los enemigos del Estado en los acuerdos de investidura y con la proposición de ley de amnistía.

Pues a pesar de tan divergentes trayectorias, los terminales mediáticos del socialismo se han atrevido a comparar la dignidad de Costa (para asumir su evidente responsabilidad en un caso de corrupción), con la anunciada traición de Pedro Sánchez y del Partido Socialista a los españoles, a su democracia y a su régimen constitucional.

Estos opinadores interpretan las manifestaciones claras y rotundas de los españoles como la no aceptación de los resultados electorales, y la firma del acuerdo con Junts como la vuelta del independentismo a la senda constitucional. ¡Dios mío, que impostura! Lo dicen a la vez que se aceptan unos postulados y un relato opuestos a los que propusieron hasta la celebración de las elecciones.

Frente a la firmeza de Costa y su dignidad, Pedro Sánchez se sigue amarrando al sillón, esta vez subscribiendo la música y la letra de los golpistas. Y no, no los trae al orden constitucional, si no que toca su partitura acercando el piano a la banqueta.