Con buenismo no se vence al yihadismo
No. El buenismo no es una conducta inventada por José Luis Rodríguez Zapatero. El presidente vallisoletano es el padre de una de las ramas del buenismo pero no del buenismo en general, cuya paternidad hay que atribuir más bien a las corrientes socialdemócratas que imperaron en Europa en los 70 y 80 con Willy Brandt, Olof Palme, Mitterrand y en menor medida con un Felipe González al que si algo hay que reconocerle es que no fue precisamente un monumento al acomplejamiento imperante. Una forma de ver las cosas que pasa por considerar que la tolerancia con el prójimo debe ser total, lo cual está muy bien en términos generales pero que descarrila cuando incluyen a los que quieren destruir el sistema de libertades alumbrado tras el paso de las sombras a las luces que supusieron la Ilustración y la Revolución Francesa. A nivel global esta lamentable moda la simboliza un Barack Obama que ha hecho oídos sordos al neonazismo del Estado Islámico y que se va a Cuba a abrazar al narcodictador sin antes exigir la puesta en libertad de los cientos de presos políticos. Y a nivel local la quintaesencia patética de cuanto digo es Manuela Carmena, que aboga por «comprender» las causas del terrorismo yihadista y preguntar a sus autores «por qué lo hacen». Eso está muy bien, alcaldesa, el problema es que te pueden hacer saltar por los aires en el intento. Lo del alcalde gominoso de Zaragoza, Pedro Santisteve, es sencillamente miserable: «Nos devuelven la violencia que hemos sembrado».
De los atentados de París, Zaventem y Maelbeek sólo son culpables los autores materiales y los intelectuales. Nadie más. Pero la responsabilidad se extiende más allá de los Abdeslam Salah, de los hermanos El Bakraoui o de Coulibaly, el asesino del supermercado kosher. Los otros responsables son los gobiernos europeos que durante décadas han dejado instalarse aquí a todo quisqui, a los que vinieron en busca de un futuro mejor pero respetan nuestras leyes y nuestra libérrima forma de vida pero también a los que la odian e intentan cargársela a cualquier precio. El miedito al qué dirá la prensa falsamente retroprogre, a lo que pensarán los cineastas o los escritores modelnitos y en nuestros días a las redes sociales se tradujo en un laissez faire total de cuyas consecuencias nos estamos lamentando en toda Europa: de norte a sur y de este a oeste, desde la Laponia finlandesa hasta Melilla y desde Rodas hasta Lisboa.
La corrección política, que no pocas veces es sinónimo de gilipollez supina, ha provocado que en el epicentro de nuestras ciudades haya áreas donde la Policía no se atreve a entrar, donde la medieval sharia y no la Constitución es la ley, donde desde algunas mezquitas se propugna la violencia más salvaje mediante el lavado de cerebro a los jóvenes y donde a las mujeres sólo les puedes ver los ojos porque son obligadas a cubrirse el 99% de su cuerpo. Molenbeek es el paradigma de cuanto digo. Pero hay muchos Molenbeek esparcidos por un Viejo Continente que con estas cosas demuestra que camina rumbo a una decadencia inevitable que puede acabar con nuestros principios y valores. Los Molenbeek bis van desde Suecia (Rosengärd) hasta España (El Príncipe), pasando por Francia (Roubaix) o Reino Unido (Londonistán). Y en estos barrios inmensos conviven gente honrada que saca adelante a sus familias con esfuerzo, trabajo, ingenio y respeto a la legalidad y una panda de locos que se dedican a infestar de odio a los más jóvenes. Sobra decir que estos últimos tienen sojuzgados a los primeros. Y cuando una minoría manda sobre una mayoría entramos de lleno en el estadio de lo que los politólogos llaman dictadura de facto.
Con ramas de olivo y banderas blancas no se acaba con este tipo de ideologías asesinas
¿Y qué hace Papá Estado en todos estos casos? Poco, que es lo mismo que nada. Porque en la batalla contra la intolerancia violenta y contra el terrorismo no pueden primar las medias tintas: o haces todo o no haces nada. La Policía no entra en estos territorios comanche (me resisto a llamarles guetos porque sus habitantes gozan de los mismos derechos que sus conciudadanos) no por miedo a los que les recibirán sino por temor a la reacción del politicastro de turno o al Pedraz de guardia. Saben que cualquier reacción, siquiera en legítima defensa, será sancionada con antagónica severidad a la que se dispensa a imanes radicales y demás gentuza.
Que Europa está conformada por un conjunto de estados estúpidos que a su vez son pequeñas porciones de un Estado Estúpido llamado Unión Europea no lo digo yo, lo prueban los hechos. Uno de los autores de la matanza del martes, ciudad por cierto que hace 500 años era parte del Reino de España, fue detenido en dos ocasiones en Turquía después de haber intentado entrar en Siria. Las autoridades del país de Atatürk lo deportaron a Holanda, país que dejó que se fuera por donde había venido pese a que estaba en libertad condicional y pese a que junto al otro suicida, su hermano Ibrahim, figuraban en la denominada lista de vigilancia terrorista de los Estados Unidos. Desgraciadamente, es obvio que ni el uno ni el otro fueron arrestados o interrogados. Si las autoridades europeas en general y las del Benelux en particular les hubieran seguido los pasos y les hubieran pisado los talones 34 personas no hubieran fallecido y 300 no hubieran resultado heridas. Más ejemplos: al cerebro del 13N y seguramente del 22M, Salah Abdeslam, sólo lo interragaron durante 60 minutos tras su captura en Molenbeek porque «estaba cansado». Manda huevos.
No sólo eso: todos ellos eran amigos de Abdeslam. Hubiera bastado pinchar por todas partes al entorno de este hijo de Satanás para dar con los hermanos El Bakraoui. Las medidas policiales están bien pero no bastan. Son precisas decisiones estructurales: es imprescindible poner a buen recaudo a los imanes que desde sus púlpitos ensalzan la mal llamada guerra santa a Occidente. Buen ejemplo de cuanto digo es la Gran Mezquita de Bruselas, cuyo clérigo, Mohamed Ndiaye Galaye, sermonea a sus fieles con frases del siguiente tenor: «Hay que enviar un mensaje contundente a los enemigos del Islam y de la humanidad». Se trata de un salafista, la rama más rigorista del Islam junto a sus primos hermanos wahabistas, que según un diario tan poco sospechoso como Liberátion ha hecho de su templo «el refugio más activo del radicalismo en Europa». Un dato: está a tiro de piedra de la Grand Place, menos de 2.000 metros, con la Comisión y el Parlamento Europeo en medio del camino. La perogrullesca pregunta surge sin solución de continuidad: «¿Está este pájaro en prisión?». La perogrullesca respuesta no requiere devanarse los sesos: «No». Ni está en la trena ni se le espera. La consecuencia de 40 años de prédicas radicales es que las creencias salafistas están cerca de ser mayoritarias en la capital de la UE si no lo son ya.
Europa se adentra en el mayor desafío a sus esencias seguramente desde los años 40 cuando hubo que levantarse en armas desde Oriente y desde Occidente para pararle los pies a uno de los dos grandes asesinos de la historia de la humanidad. El reto es de momento cuantitativamente menor al del nazismo pero cualitativamente no lo es tanto si tenemos en cuenta que en nuestros pueblos y en nuestras ciudades hay millones de musulmanes susceptibles de ser contaminados por el virus del radicalismo. Dicho lo cual la conclusión es de cajón: o acabamos con el salafismo y el wahabismo o el salafismo y el wahabismo acabarán con nosotros. No es una guerra contra el Islam sino contra una parte del Islam. Pero hay que darla. Y sin cuartel.
Es preciso, pues, cambiar la ley para encerrar a todos los que vuelven de Siria (donde no han ido a hacer nada bueno), endurecer los códigos penales para que la apología de la violencia que se hace en algunas mezquitas conlleve penas sustancialmente más duras (estas armas las carga el diablo), prohibir un niqab que es un ataque en toda regla a la igualdad, proscribir en términos más duros las enseñanzas que atenten contra nuestras libertades y nuestro Estado de Derecho (la libertad de expresión no lo ampara todo) y meter en vena a las nuevas generaciones los valores de una civilización que es en términos globales moralmente superior a la de los países musulmanes. Allí no hay derechos humanos; aquí, sí.
Y, mientras tanto, hay que exterminar sobre el terreno como si fueran ratas (que lo son) a un Estado Islámico que en sadismo se asemeja a los alemanes que hace 75 años se llevaron por delante seis millones de vidas mediante fusilamientos, torturas de todo jaez y cámaras de gas. Si un Barack Obama que ha sido tan bueno en su política económica como patético en su desarrollo internacional hubiera hecho los deberes a estas alturas hablaríamos de un problema, no de un problemón. A los Estados Unidos no se le exige que sea el poli bueno del planeta pero sí que intervenga donde la libertad esté en apuros. Haber pulverizado a tiempo a los tipos más crueles que se han visto en el planeta seguramente desde los hutus o los jémeres rojos nos hubiera ahorrado mil y un disgustos. Ahora controlan mucho más territorio que cuando empezaron su sanguinaria carrera, tienen en sus manos cientos de ciudades, entre ellas la segunda de Irak (Mosul), y son el centro de entrenamiento de los asesinos de París y Bruselas y de los que están por venir. Sólo un Vladimir Putin del que me distancian tantas cosas ha hecho los deberes parándoles los pies a base de bombazos. Gracias al sospechoso presidente ruso están en horas bajas. Con ramas de olivo y banderas blancas no se acaba con este tipo de ideologías asesinas. Con los intolerantes hay que ser intolerante. La pasividad acomplejada y buenista de Obama ha devenido, además, en éxodo de cientos de miles de sirios que hoy buscan refugio en Europa para evitar que les corten la cabeza, que violen y esclavicen a sus mujeres y para no estar sometidas al peor régimen de nuestro tiempo. Gracias, Barack.
Espero, confío y deseo que el buenismo gilipollil dé paso a una etapa en la que se cerque a los que predican el odio y a los que lo practican. De lo contrario, Europa acabará dentro de 25, 50, 75 ó 100 años convirtiéndose en un continente dominado por seres medievales que quieren dar marcha atrás a 200 años de logros democráticos. Entre otras razones, porque las comunidades musulmanas (las primeras víctimas de salafistas y wahabistas) se reproducen entre tres y cuatro veces lo que lo hacemos nosotros. Sin sectarismos, extremando las precauciones para que no paguen justos por pecadores, amparando al Islam moderado, insuflándoles los valores democráticos en la escuela, con normas más duras y con una coordinación total ganaremos la mayor batalla moral que afronta Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Con buenismo y corrección política la perderemos en menos de lo que canta un gallo. Y dudo muy mucho que esta vez haya un Roosevelt dispuesto a echarnos una mano.
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