Catástrofes: más análisis crítico, menos medallas
El 9 de octubre pasado en Sant Llorenç, Mallorca, una tormenta descargó con virulencia convirtiendo un arroyo seco en una torrentera brutal; acabó con la vida de 13 personas, inundó 350 viviendas y arrastró más de 500 vehículos. Murieron siete españoles, tres alemanes, dos británicos, una holandesa; ocho varones, uno de ellos menor, y cinco mujeres. La naturaleza tiene tiempos distintos a los humanos. Una riada por la crecida de un río o por un torrente en una zona seca puede ser habitual que se produzca cada 100, 150, 200 o más años. En ese tiempo, en la escala humana pasan varias generaciones y se olvida que por aquella riera seca pasó una vez, en tiempos de los antepasados, un potente cauce de agua y barro que destruye todo a su paso. La tecnología actual permite saber por dónde discurren esos cauces. Cuando se producen catástrofes como la de Mallorca, las autoridades deberían revisar su responsabilidad por permitir construir en zonas peligrosas como en este caso.
En el análisis posterior del funcionamiento de los servicios de emergencia parece evidenciarse que los efectivos que acudieron al lugar lo hicieron con presteza e inmediatez, y que se produjo un grave fallo por falta de personal y coordinación en el teléfono de emergencias 112. Debe reseñarse que, según los datos conocidos hoy, no hubo ninguna vida que hubiera podido salvarse por una actuación distinta y más eficaz, pero es imprescindible realizar una valoración crítica de los hechos para corregir errores y que no se vuelvan a producir, porque estos mismos errores cometidos en el futuro quizás entonces sí puedan costar vidas. Prevenir antes que lamentar. El problema del 112 fue la falta de personal, que había cinco operadores telefónicos en vez de ocho y que faltaba un jefe de sala, el responsable de tomar decisiones que no se adoptaron en el momento oportuno.
Faltó gente para atender las llamadas de auxilio, no había ningún cargo que tomara decisiones y las comunicaciones con la zona cero fueron inexistentes. El turno de noche no fue reforzado y más de mil llamadas quedaron sin atender. No había comunicación entre la Sala 112 y el centro de operaciones, organizado sobre el lugar del desastre que coordinaba a los equipos que se habían desplazado a la zona afectada. Un teléfono especial de llamadas para estos supuestos nunca se activó, el 112 se bloqueó y cientos de personas realizaron llamadas sin recibir respuesta adecuada. Desde una calle de la zona afectada llamaban, el 112 recibía la llamada, pero no podía pasarla a efectivos que estaban en la calle de al lado del requirente.
España tiene una asignatura pendiente en estos casos, primero para prevenir y después en la ayuda a los afectados. Quienes tuvieron ayudas por el terremoto en Lorca tienen hoy reclamación para devolver el dinero recibido con intereses. Tras el accidente de Spanair en Madrid el 20 de agosto de 2011, 154 víctimas mortales, se organizó por la comunidad autónoma madrileña acto de homenaje a los servicios de emergencia, medallas y fanfarrias por su eficacia, ocultando la realidad de lo ocurrido: que los servicios de emergencia tardaron aproximadamente una hora en llegar al lugar del accidente. Algunas vidas podrían haberse salvado de llegar antes. Accidente Alvia en Santiago, 24 julio 2013, 84 muertos y 144 heridos, más de diez policías recibieron medallas rojas, pensionadas, por rescatar a heridos del accidente y entre ellos, un comisario por hacer de conductor de una autoridad a la que fue a recoger al aeropuerto. En España faltan análisis críticos y sobran medallas.
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