Opinión

Carlos Mazón, presidente

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Cuando tuve el primer contacto con él, julio de hace un año, me sorprendió con el sosiego que encaraba esta realidad: sus perspectivas electorales apenas rebasaban los treinta escaños. Era presidente de la Diputación de Alicante, había ido y vuelto de la política, no tenía muy claro si estaba acertando con su regreso, pero sí proclamaba lo siguiente: «Estoy aquí para ganar», lo cual, dicho con esa perspectiva, y a sólo diez meses de las elecciones, parecía un deseo tan voluntarioso como arriesgado. Además, conocía perfectamente como el entonces presidente de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig, había construido en torno a su persona un enjambre de medios dispuestos a agradecerle a diario las copiosas dádivas que habían salido de las cuentas de la institución autonómica. Fuera por eso, o porque realmente Puig no despierta la antipatía que es consustancial a la arquitectura de su jefe, Pedro Sánchez, lo cierto es que en las tres provincias, pero singularmente en Valencia, Ximo Puig era, supongo que lo seguirá siendo, un tipo agradable.

En el otoño pasado, un cronista de Madrid, junto con otros colegas, fue invitado por Puig al almorzar y al término del convite, me transmitió la siguiente impresión: «Este hombre no ha hecho nada, pero todo lo ha hecho bien».

Una constancia bastante incierta porque la gobernación del líder socialista no resiste el menor análisis neutral, pero que venía a significar entonces que el presidente, a la sazón, acumulaba todas las posibilidades de continuar en el machito del poder comunitario. Y eso se lo sabía de memoria Carlos Mazón que, sobre todo, era un político desconocido en toda la región, salvo claro está, en Alicante, su tierra de origen. Y ¡qué decir del resto de España! ¡Qué decir de la crucial Madrid! Tengo para mí que en la fecha citada Mazón no era siquiera notorio en su propio partido nacional.

Contaré una anécdota: tras aquel verano, comentando aspectos varios del aspirantazgo del PP, un dirigente del mismo, nada ajeno por cierto a la Comunidad Valenciana, me confesó: «Es tan difícil que hagamos a Mazón presidente como a mí que me hagan entrenador del Valencia». Pero Mazón empezó a viajar, se recorrió sin descanso desde el territorio de Castellón lindante con Tarragona hasta el de Alicante, vecino de Murcia, y ya en octubre se presentó en Madrid. Se estrenó en un desayuno en el Hotel Intercontinental y una periodista a mi vera comentó con su desparpajo habitual: «A Madrid hay que venir follao y este parece que lo está».

La ordinariez no era mal principio. Por su extracción liberal y por la capacidad reduccionista que tenemos los cronistas, comenzamos a preguntarnos: «Y éste ¿a quién se parece?» Claro está que compararle entonces con Zaplana estaba vedado, pero lo cierto es que en sus actitudes, en su facundia creíble, el parangón no estaba mal tirado. Mientras se hacía habitual por cualquier pueblo, pequeño o grande de la región, inauguró el embrión de sus propuestas que, curiosamente, este jueves en su discurso de investidura, ha presentado como innegociables. Repito algunas que le serán recordadas habitualmente en estos cuatro años de legislatura: derogación de la infame e inhabilitante tasa turística, bajada general de impuestos, eliminación de cualquier regalía a las entidades catalanistas de enorme contaminación colonialista, apuesta por el combate contra, literalmente (aviso a los socios de Vox) «violencia machista», supresión del gravamen dieciochesco a sucesiones y donaciones, voladura de cualquier vestigio de ideología en las aulas y, complementariamente, libre elección de escuela y lengua de aprendizaje.

Todas forman parte de una apuesta comprometida que, de no cumplirse, serían la muerte política del presidente recién estrenado. Sucede que, conociendo ya un ápice más, la resolución testaruda del nuevo molt honorable, es muy seguro que sus ofertas se conviertan pronto en leyes y decretos, más de las primeras porque Mazón, como casi todos los líderes del centro derecha, es reacio a aplicar, como lo ha hecho Sánchez, el decreto para imponer sus designios.

El recelo con que, más por España que en su autonomía, ha sido recibido su vertiginoso pacto con Vox, encierra el gran desafío de Mazón: ¿cómo convivir con personajes como la presidenta de las Cortes, tan cercana a los presupuestos ultraístas menos delicados? Difícil reto para Mazón que, sin embargo, no va a encontrar los mismos obstáculos de entendimiento en su relación, por ejemplo, con el diputado, abogado y torero Vicente Barrera, paradigma de la sensatez. Pero es que además -y esto, aunque no se haya dicho, no es irrelevante- el balance de la negociación entre el PP y b se ha cerrado para Mazón sin ninguna cesión comprometida al partido de Abascal.

El 90 por ciento, por no decir incluso el 100, de los asuntos más sensibles que debe gobernar Mazón, van a ser de su exclusiva incumbencia. Mazón, hubiera deseado, ¡cómo no! Trabajar en solitario, pero sus números no le han dado para tanto: los treinta escaños pesimistas que le vaticinaban sus sondeos hace dos meses se han transformado ahora en cuarenta, lejos aún de la mayoría que guarda una cámara de noventa y nueve escaños.

Mazón es ya uno de los barones más influyentes del equipo de Feijóo. No hay más que recorrer cuanta dedicación le ha mostrado el presidente nacional para saber hasta qué punto considera imprescindible el papel de Mazón en la victoria del 23. Las encuestas devuelven al PP a un escenario que parecía imposible hace solo seis o siete años, cuando la corrupción cantada de algunos y la falsa de otras (hablo de la malograda y humillada Rita Barberá) sumieron al PP en una situación de práctica desaparición política. Hoy el barco popular ha virado hacia la calma y Valencia es ya de nuevo el gran puerto del centro derecha español. Hace un año, cuando hallé la primera versión de Mazón, no pude adivinar tanta dicha para él. En nada empezará el atosigamiento de una izquierda que subvertirá la calle, y de un catalanismo aldeano y voraz que ha sufrido la hecatombe de toparse con un tipo que no se va a dejar deglutir. Es mucho, creo, Mazón.