Opinión
Candilazos

Caín Casado

A Pablo Casado se le ha ennegrecido el alma. «Usted ya tenía cargo público en el PP cuando yo estaba en el colegio», lanzó a Santiago Abascal en la moción de censura a Pedro Sánchez. Fue un linchamiento ad hominem a quien se jugaba la vida en el País Vasco frente a los asesinos de ETA desde años antes de que el dirigente popular lo conociera «escoltado».

El que fuera escalando desde las Nuevas Generaciones del barrio de Salamanca hasta la vicesecretaría de Comunicación de Rajoy y a quien sólo se le conoce fuera de la política unos meses de trabajo en el Banco Santander, diciendo al líder de Vox que ha «disparado» (no era ése el mejor término) contra el «partido que le dio trabajo durante 15 años». ¿Qué te ha pasado, Pablo? ¿Por qué se oscureció tu espíritu?

Quien actúa así no puede ser visto como un referente. Y menos de la oposición al presente Gobierno frentepopulista. En cada quijadazo personal a Abascal, el líder del PP fue asestando golpes bajos a la memoria de quienes fueron y son símbolo de la libertad frente a los totalitarios hoy socios de Sánchez. Hablo de José Antonio Ortega Lara, María San Gil o Jaime Mayor Oreja.

Con su afrenta al honor de su amigo ‘Santi’, de su familia y de quienes enseñaron al palentino, siendo un cachorro del aznarismo, a pronunciar la palabra «valentía» en medio de la barbarie etarra, Casado se ha traicionado a sí mismo por tal de llegar a La Moncloa, por alcanzar la cima del poder, y se ha alineado por pasiva con la mayoría Frankenstein de la investidura de Sánchez, la que ampara a los proetarras de Bildu y los golpistas de ERC. De ahí ha salido la mayoría Soraya, la de los 298 votos anti-Vox.

Nadie como la otrora todopoderosa Sáenz de Santamaría, a la que el presidente del PP derrotó en las primarias, alimentó desde el Gobierno a la dictadura progre en los años de vacas gordas, acunó a los Basaoigiti’s Boys y renunció a la ilegalización de Bildu que exige hoy la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) con 250 pruebas sobre la mesa.

Pero Casado, que fue parte de aquella estela desde su puesto en Génova, no piensa renunciar a este legado. Más bien al contrario. Se ha propuesto ir sumando amistades peligrosas hasta llegar a la Presidencia, cueste lo que cueste. Sostienen algunos analistas que el viraje es para ganar el centro, pero ignoran que al espectro que da la victoria en unas generales, también se llega con la honra y la verdad, por delante. Y no con los aplausos de Sánchez, Iglesias y Adriana Lastra.

En las últimas elecciones, Vox no sólo recibió votos sobre todo del PP, sino que además arañó cerca de 400.000 apoyos a Ciudadanos. Por aquí, por conseguir el respaldo del descontento transversal que hay en el centroderecha y en la abstención con el bipartidismo tradicional, su respuesta a la crisis económica del virus y sus enjuagues para repartirse el Poder Judicial, puede estar la clave del éxito de la formación de Abascal, que parte con el electorado más fiel.

Además, a Vox se le presenta ahora una oportunidad de oro para poner a Casado frente al espejo a cuenta de la Comisión Kitchen, en cuya creación Abascal y los suyos votaron abstención cuando pudieron hacerlo a favor, como los socialcomunistas y sus aliados. Pero, ‘no todos somos iguales’, resumen en la bancada de los 52. Y la pregunta ahora es: ¿Hay en el horizonte algún pacto tácito entre Sánchez y Casado para que la sangre no llegue al río en esa investigación parlamentaria al PP a cambio de un entendimiento para renovar el CGPJ y salvar al soldado Pablo Iglesias? Veremos.

Tras la casanada, Abascal ya es visto como el líder moral de una España que no entra a negociar cambalaches con quienes pretenden imponer la agenda ideológica del sanchismo, la izquierda populista y el nacionalismo. La única retaguardia dispuesta a dar la batalla cultural mientras el jefe numérico de la oposición pierde el tiempo en estigmatizarla con un «no queremos ser como ustedes». Nadie te lo pidió, Pablo, como tampoco dejarte llevar por el pecado nacional de la envidia. La de Caín con Abel.