La cabra rufianesca de un desarraigado
Si hay alguien que no se cree nada y a nadie de la actual clase política española ése es el mismo integrante de la nomenklatura, el bueno de Gabriel Rufián, que no ha salido de las calderas de Oxford, pero es un crack montando shows, numeritos, retorciendo las palabras y en general en su acreditado modo para desde la nada (ERC) haberse hecho un personajillo.
¡Lástima que no haya aprovechado el tiempo para el estudio sesudo de los grandes temas, lecturas provechosas y, en general, a ser persona de provecho; porque, al final, nos hace gracia (dependiendo) pero nos cuesta muy caro, le pagamos una morterada de euros que, dadas sus condiciones intelectuales y profesionales, jamás pudo soñar con esa nómina de dinero público y, además, español.
Tengo para mí que está arrepentido de aquella afirmación de que estaba como loco por abandonar el Congreso de los Diputados de España porque la independencia catalana estaba al caer… ¡Ahora ya habla de «compatriotas» para referirse al pueblo español!
Sin embargo, la cabra tira al monte. Debería tener más cuidado en tratar de no ofender a los que no comparten sus valores y sus opiniones. Dejar de hacer gracietas facilonas que ofenden. Es uno de los sanchistas, en este caso convicto y confeso, que no puede disimular el pavor que le produce el hecho de que haya una alternativa política en España. Referirse con desprecio a la cabra que desfila cada 12-O por la Castellana madrileña, es una pasada propia de un indocumentado político en un tema esencialmente político. La cabra rufianesca representa de alguna manera a la Fuerzas Armadas que se nutren y salen del pueblo. Desprecia a las FAS, casi al mismo tiempo que invoca su ayuda para defender a su flotilla de mareados y pesebreros, desprecia a lo que ese Ejército representa en democracia.
El sujeto se muere de gusto haciendo chistes sobre lo español y sus iconos culturales con muchísimas faltas de respeto y clase. ¿Habrá pensado alguna vez el cabreo que produce a los contribuyentes tener que aportar sus muchos óbolos para pagar su soldada parlamentaria cada mes?
A Gabriel Rufián, el orgulloso charnego, tan sobrao, tan prepotente, tan faltón, tan chulo, se le puede aplicar aquella vieja máxima de don Antonio Machado: «desprecia cuanto ignora».
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